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Reino Unido Reino Unido · Birmingham
Voto de Peaky Boy:
8
Comedia. Drama Película basada en hechos reales del corredor de bolsa neoyorquino Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio). A mediados de los años 80, Belfort era un joven honrado que perseguía el sueño americano, pero pronto en la agencia de valores aprendió que lo más importante no era hacer ganar a sus clientes, sino ser ambicioso y ganar una buena comisión. Su enorme éxito y fortuna le valió el mote de “El lobo de Wall Street”. Dinero. Poder. Mujeres. ... [+]
4 de febrero de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La ambición, ese deseo ardiente de conseguir poder, fama o riquezas, que se puso tan de moda como medio de ver cumplidos los sueños, es un término que colinda peligrosamente con la obsesión. Es puro marketing, creado por los maestros de las ventas para, acompañado de una palabra, frase o arenga, instar a la gente a que obedezca sus propósitos; aquí es donde entra en juego la capacidad de los agentes comerciales o publicistas de acertar con las palabras adecuadas para hacer que una persona que no necesita nada de lo que se les pueda ofrecer, acabe bajando la guardia y concediendo el beneficio de la duda; desde los astutos slogan de BMW “¿Te gusta conducir?” o L’Oreal “Porque yo lo valgo”, hasta los más agresivos como el de Media Markt “Yo no soy tonto” o el celebérrimo Nike con su “Just Do It”. Porque si no lo haces eres un fracasado, o eso es lo que te hacen sentir. Vendedores de humo, inteligentes manipuladores que, como Don Quijote de la mancha, son capaces de conseguir que pobres diablos como Sancho cumplan cualquiera de sus deseos gracias a su poder de convicción, que reside en ofrecer lo que el escudero más ansía: poder, hasta que esa ambición de la que hablábamos lo llegue a obsesionar de tal manera que, finalmente, caiga en la locura, sumisión u obediencia.
Jordan Belfort era el adalid de la charlatanería, un hombre capaz de vender un bolígrafo a un manco convenciéndole de que, pese a no tener manos, lo iba a necesitar. “Nunca le pido a mis clientes que me juzguen en mis éxitos, les pido que me juzguen en mis fracasos porque tengo muy pocos” con esa frase consiguió Belfort sus primeros 2000 dólares mientras trataba de empezar de nuevo como agente de bolsa. Un hombre que pudo ser el creador de la propia palabra ambición, no porque él mismo fuera ambicioso (que lo era), sino porque eso era precisamente lo que trataba de vender al mundo. Tras el gran desplome del mercado el lunes 19 de octubre de 1987, conocido como “Lunes Negro”, el joven Jordan siguió buscando suerte como corredor de bolsa con el único objetivo de hacerse millonario, así que con la experiencia ganada y los consejos que el excéntrico Mark Hanna le había dado, en una interpretación tan fugaz como estelar del sensacional Matthew McConaughey, se lanzó a la búsqueda de su sueño y no cejó en su convincente verborrea hasta que se convirtió en el bróker más exitoso del mundo. Pero ya lo dijo Bernard Shaw: “El hombre puede trepar hasta las cumbres más altas, pero no puede vivir allí mucho tiempo”. Historia del ascenso al poder y la caída de un gánster, un Scarface sin pistolas pero que, como el personaje creado por Brian De Palma en 1983, terminó conociendo muy bien cuál era El precio del poder.
Leonardo DiCaprio consigue trenzar una interpretación espectacular en el papel principal. Un actor que ha sabido muy bien cómo moverse y adaptarse a los tiempos para pasar de ser el ídolo adolescente que forró las carpetas de las estudiantes en los 90, luego desvanecerse por un tiempo y, por fin, volver a aparecer reinventado en la figura de un actor serio y capaz de liderar repartos de la talla de Origen, con nada menos que Christopher Nolan en la dirección. Todo estaba preparado para que con The Wolf of Wall Street, DiCaprio alcanzara la cumbre de su carrera; ese halo de misterio que ha envuelto su aparición en sus dos últimos papeles, como Jay Gatsby en El gran Gatsby o Calvin Candie en Django desencadenado, donde su nombre estaba presente desde el principio de la película pero su aparición se retrasaba enigmáticamente, haciendo que ésta resultase triunfal, supusieron el preliminar para su gran entrada final, que logra con esta cinta en la que aparecerá desde el minuto número 1 hasta el número 179. Y quién mejor que Martin Scorsese para dirigirle, un realizador que ha confiado en él hasta el punto de hacer de ésta su quinta colaboración. Una dirección magistral llena de fuerza que afronta con valentía las tres horas de metraje sin que el filme pierda en ningún momento ese vertiginoso ritmo que estará marcado en todo momento por un narrador protagonista, muy recurrente en el cine de Scorsese, de verbo tan rápido como la ecléctica banda sonora que ameniza las extravagancias de esta panda de criminales. El director deja su sello representativo y de calidad, cada plano, cada encuadre y cada movimiento de cámara revela el trabajo de un genio cuya destreza cinematográfica sigue siendo capaz de sorprendernos. En esta ocasión mezcla algunos de los elementos clave con los que alcanzó el éxito en anteriores obras; ese humor sombrío y caótico, propio de su cine más experimental como el mostrado en la odisea nocturna ¡Jo, qué noche!, 1985; el retrato de la desesperación de la sociedad urbana con el que cautivó en Malas calles, 1973; y, por supuesto, la depravación y el crimen como crítica del estilo de vida capitalista con el que consiguió dos de sus mejores trabajos: Casino, 1995 y Uno de los nuestros, 1990. Todo está perfectamente amalgamado para dar como resultado esta fastuosa comedia negra en la que depositamos nuestras apuestas a mejor director y mejor actor de reparto, con el hilarante Jonah Hill en un papel muy a lo Joe Pesci, en la próxima edición de los Oscar.

Spoiler sin spoilers
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Peaky Boy
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