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Reino Unido Reino Unido · Birmingham
Voto de Peaky Boy:
8
Thriller. Drama Keller Dover se enfrenta a la peor de las pesadillas: Anna, su hija de seis años, ha desaparecido con su amiga Joy y, a medida que pasa el tiempo, el pánico lo va dominando. Desesperado, decide ocuparse personalmente del asunto. Pero, ¿hasta dónde está dispuesto a llegar para averiguar el paradero de su hija?
6 de octubre de 2013
61 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la década de los noventa el cine negro sufrió un gran cambio, una transformación que lo alejó de la ingenuidad y lo sumió en una oscuridad mucho más asfixiante de la que estábamos acostumbrados, no sólo en la trama, sino también en los personajes. Los malos fueron totalmente deshumanizados, creando monstruos de la peor calaña con los que el diálogo no era una opción viable como recurso para entrar en su hermética mente, e intentar descifrar su retorcida personalidad. Lejos quedó la empatía que nos despertaba Orson Welles en El tercer hombre, 1949, cuando subido a la noria del parque de atracciones de Viena analizaba la hipocresía con la que se justifica el bien y el mal, o el famoso monólogo sobre la moralidad con el que Peter Lorre intentaba defenderse de un jurado popular que hacía tiempo había fallado en su contra en, M, el vampiro de Dusseldorf, 1931 “¡Y vosotros os atrevéis a juzgarme!”. Los buenos, por su parte, también han sufrido una evolución digna de todos aquellos que dejaron de salirse con la suya hace mucho tiempo. Las atrocidades a las que se enfrentan a diario les han hecho adoptar una personalidad mucho menos sociable, convirtiéndolos en lobos solitarios que viven esclavos de su trabajo ocultos tras la fría mirada de quien han contemplado el terror a los ojos y ha vivido para contarlo.
David Fincher se proclamó como uno de los precursores de este film noir de una intensidad casi opaca. Su obra Se7en, 1995, es un estudio de una de las mentes más enfermas de la historia, la de John Doe, que sirvió de precedente para muchos de los nuevos directores que hoy se enfrentan a los grandes miedos de la sociedad.
Denis Villeneuve se podría considerar como uno de los alumnos aventajados de este subgénero, el canadiense se dio a conocer internacionalmente cuando en 2009, ayudado por testimonios reales, reabrió las heridas de uno de los episodios más dramáticos del ámbito escolar, la matanza del instituto politécnico de Montreal, Polytechnique. Sin embargo, no fue hasta 2010 cuando maravillara y horrorizara a partes iguales con su filme Incendies, una pesadilla que asusta no sólo por sus aires de historia real, sino por lo técnicamente bien trazada que resultó. Una obra mayor, perturbadora como pocas.
Con Prisioneros, Villeneuve se estrena al otro lado del charco, y al contrario de lo que se pudiera pensar, el director se las ha ingeniado para adaptar Hollywood a su estilo y no al revés. El canadiense pone sus cartas boca arriba desde el comienzo de la cinta, mostrando un personaje solitario, que pasa la cena de acción de gracias sin ninguna compañía en un triste restaurante asiático, la personalidad sombría que, oculta tras los tatuajes de sus manos y cuello, no nos despierta mucha confianza, pero se convertirá en la mejor baza de dos familias que esa misma noche sufrirán la desaparición de dos niñas de seis años. Jake Gyllenhaal, quien ya hiciera de protagonista en la película de Fincher, Zodiac, 2007 y repite como personaje principal en solitario en la próxima cinta de Villeneuve, ya estrenada en el festival de San Sebastián, Enemigo, traza una magnífica actuación llena de fuerza, aportando a la trama una profundidad añadida gracias al temperamento distante de su personaje, un detective implacable con un porcentaje de casos resueltos del 100%. Compartiendo protagonismo con Gyllenhaal se encuentra Hugh Jackman, un actor que sabe adaptarse como nadie a cualquier situación y que consigue transmitir la empatía necesaria para que la carga melodramática simplemente aporte fuerza al filme, sin llegar a apoderarse por completo del mismo. Entre ambos, un reparto de secundarios estelar que estará a la altura de las circunstancias.
La historia se centra en la figura de un padre, un ciudadano ejemplar, responsable y cauto que no escatima en precauciones frente a cualquier tipo de adversidad que pueda ocurrir con el fin de proteger a su familia, hasta que un día es atacado por algo contra lo que no estaba preparado. La investigación policial no parece avanzar, y su desesperada situación, en la que cada segundo que pasa juega en contra, le lleva a transformarse en una persona completamente diferente, una persona aterradora que no dudará en llegar hasta donde sea necesario por la salvación de aquello que más quiere en la vida. El director plantea muchas preguntas y dilemas morales que, llenados con silencios, el espectador deberá interpretar, algo muy raro en el cine de Hollywood donde suelen dárnoslo todo blanco y en botella.
Roger Deakins, colaborador asiduo de los hermanos Coen, se encarga de añadir tenebrosidad al apartado visual mediante la fantástica fotografía que, desde los primeros minutos de metraje, combinará algunos de los recursos más habituales y llamativos del cine negro, con otros más originales y propios del consagrado director de fotografía, como se demuestra en una de las primeras escenas en la que, al descubrir la caravana del primer sospechoso, la oscuridad de la noche cubierta por el filtro translúcido de la implacable lluvia, convertirá los faros y linternas de los agentes de policía en resplandecientes focos que, a contraluz, proyectarán trémulas sombras en la penumbra y convertirán desde ese momento a la imagen en uno de los mayores aliados de este ejercicio deslumbrantemente lóbrego.
La banda sonora acentuará la tensión en cada minuto de las fugaces dos horas y media de metraje, atrapándonos entre sus acordes y marcando el ritmo de nuestra respiración mientras nos sumerge de lleno en ese laberinto que compone la trama, como testigos presenciales de una de las historias más horribles de los últimos años.
Peaky Boy
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