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Reino Unido Reino Unido · Birmingham
Voto de Peaky Boy:
5
Terror. Drama Carrie White, una adolescente a la que sus compañeros humillan constantemente, posee poderes psíquicos que se manifiestan cuando se siente dominada por la ira. El día del baile de graduación la situación llega a hacérsele insoportable. (FILMAFFINITY)
3 de diciembre de 2013
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vuelve Carrie, una de las obras de mayor relevancia del siglo XX, no por su contenido ni porque la historia fuera de una originalidad desbordante, sino porque supuso tanto el salto a la fama del autor de la novela publicada en 1974, Stephen King, como el reconocimiento internacional del director que la adaptó al cine dos años después, Brian de Palma. Dos artistas prolíficos que deben gran parte de su éxito a esta adolescente cuya vida ha estado siempre marcada por la tiranía y el maltrato.
Tras la película del director de El precio del poder (Scarface), 1983, el libro siguió recibiendo adaptaciones, como una desastrosa TV movie del mismo nombre, y una secuela, de todavía peor calidad, La Ira, 1999. La celebérrima obra cuenta incluso con un musical en Broadway y diversos documentales. Con semejante historial, lo que más nos ha sorprendido después de tantas apariciones de la joven del pueblo ficticio de Chamberlain (Maine) en la pequeña y en la gran pantalla, son las críticas negativas, ya no de la prensa que obviamente ha de hacer su trabajo (con mayor o menor objetividad), sino de un público que, después de haber visto todas y cada una de las adaptaciones, acude nuevamente al cine, previa visualización del tráiler promocional en el que se muestra, de forma resumida, la práctica totalidad de la cinta, para que a la salida de la sala predominen los comentarios del tipo de “me esperaba otra cosa”, “el libro es mucho mejor” o incluso “muy predecible”.
En efecto la trama es muy predecible, poco cambia con respecto a la novela, aparte de unos pequeños ajustes temporales como la utilización del teléfono móvil para filmar los abusos a compañeros y el “Ciber-Bullying” llevado a cabo mediante el uso de redes sociales. La estética realmente pierde mucho fuera del estilo setentero que mostraba la original y que daba mayor fuerza al concepto de baile de fin de curso. Por lo demás todo sigue igual, Carrie White es una adolescente introvertida sin vida social que es acosada constantemente por sus compañeros en el instituto, en su vecindario, e incluso por su madre en el interior de su propia casa, una fanática religiosa que está convencida de que su hija está condenada ya que fue concebida mediante el pecado. Un día, cuando Carrie se estaba duchando tras una clase de educación física, la joven comienza a sangrar en la ducha por lo que, desconociendo que se trata de la menstruación, entra en pánico pidiendo ayuda a sus compañeras, quienes se mofan de su ingenuidad lanzándole compresas y tampones mientras la insultan y humillan. Este suceso impedirá que la cabecilla del grupo de matonas pueda asistir a la gran gala de fin de curso, castigo que moverá a ésta a llevar a cabo una venganza de muy mal gusto. La noche del baile se convierte en una pesadilla que ninguno de los asistentes logrará olvidar, si es que consiguen sobrevivir.
El trasfondo político de la película viene de la mano de la polifacética e incombustible Julianne Moore, interpretando a Margaret White en una mordaz, o lo que fuera mordaz hace 30 años, crítica metafórica sobre la educación ultraconservadora y los devastadores efectos que el fanatismo religioso puede acarrear. Temas más evidentes como la importancia de la educación sexual y el rechazo al bullying, cuyo mensaje nunca pasa de moda, siguen siendo la clave tres décadas después.
El final es sin duda lo mejor de la película; el enfrentamiento definitivo con la autoritaria madre y, sobre todo, el apoteósico y vengativo desenlace, compensarán algunos momentos bastante débiles del guion, que pierde mucho con respecto al que Lawrence D. Cohen escribió para la cinta de De Palma, en cuanto al humor y diálogos se refiere. La protagonista, que es encarnada por primera vez por una adolescente real, Chloë Moretz (Kick Ass, 2010), cambia por completo de registro en una transformación diabólica que nada tiene que envidar a las escenas más terroríficas que salieron de la pluma de King, salvando sobre la bocina un producto que, pese a que ya parecía demasiado exprimido, consigue un final a la altura, no sólo por el crimen, sino por el castigo autoimpuesto.
La directora Kimberly Peirce, que se ganó el respeto de la crítica en 1999 con su ópera prima Boys don’t cry, dirige modestamente este remake con el que seguro cumple la recaudación exigida a la espera de poder realizar otro trabajo más personal. Steve Yedlin, Looper, 2012, encargado de la fotografía, realiza como siempre un gran trabajo mediante el uso de planos que, buscando encuadres complicados y perspectivas singulares, aportan frescura al producto. Por su parte, el equipo de maquilladores realiza la ardua tarea de bañarnos en sangre sin caer en la fácil exageración.
Un estreno que tendrá un público bastante reducido y cuyo contenido va dirigido básicamente a adolescentes, amantes del cine de terror, o seguidores de los primeros trabajos del escritor de El Resplandor. Carrie es una historia que se ha ganado el respeto y el eterno reconocimiento por ser una de las primeras en denunciar el tema del acoso escolar, sin embargo su remake queda eclipsado por otros largometrajes modernos que han sabido adaptarse de manera más creativa, como el magnífico drama del director de Kazajistán, Emir Baigazin, Harmony Lessons, 2013. En definitiva, un innecesario remake que pierde la partida con respecto a su predecesor pero que, pasando sin pena ni gloria, no se llega a hacer pesado gracias a la fuerza de sus interpretaciones y a una temática que, desafortunadamente, sigue estando de actualidad.
Peaky Boy
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