Música, glamour y fama

Hay veces que es más importante ir al cine que la película que vas a ver. Este es el caso. Después de meses con los cines cerrados, los cinéfilos tenemos una obligación: ir al cine. En una sala vacía, éramos cuatro gatos literalmente, vimos esta película que contra todo pronóstico resulta ser un film de agradable visionado.

La historia de una asistente personal que aspira a más, pero sin por ello avasallar a la gente, está muy bien contada y muy protagonizada por Dakota Johnson; se agradece y te reconcilia con esa nueva normalidad tan cacareada. No pedimos mucho, creo yo.

Una nota curiosa sobre la traducción del título de esta película de Nisha Ganatra. Se llama High Note, y a alguien en España se le ocurre que es buena idea escoger un título en inglés también, pero distinto del original. Curioso, cuanto menos.
Entrando en materia, Personal Assistant es una comedia dramática de lo más agradable, sobre la amistad entre dos mujeres que ven sus vidas unidas por un sueño: una desea volver a cantar tras muchos años de ausencia y la otra desea moverse a la cabina de producción. Los diálogos son frescos y creíbles, y los recitan no sólo actores secundarios solventes como Bill Pullman o Ice Cube, sino sobre todo dos protagonistas estupendas con mucha química entre ellas: Dakota Johnson, cada vez más segura y con más calidad (en la infame 50 Sombras no tenía espacio para nada, tan malo era el material), y Tracee Ellis Ross, hija de la mítica Diana Ross, que además contribuye soberbiamente a la banda sonora de la película con unas cuantas canciones estupendas.
En definitiva, una película notable, amable, bonita y entretenida.

Lo mejor: Su simpatía y la camaradería entre Johnson y Ross.
Lo peor: No es sobresaliente en nada.

Errática, muy, muy errática. La historia podría resultar si no se perdiese entre escenas sin destino con una diva sin carisma, caracterizada por Tracee Ellis Ross, que no encaja en el papel.

Dakota Johnson me hizo recordar todo el tiempo a Anastasia, la jovencita sometida en 50 SOMBRAS DE GREY. Sus registros interpretativos, son limitados, y la trama no despierta interés; carece de conflicto.

Todos los secundarios no aportan, solo oscurecen algo de por sí, bastante oscuro. Me costó terminarla, tuve que hacerlo en varias etapas. No me parecía adecuado hacer crítica sin haber llegado al final, o abandonarla antes de terminar. Lo cierto es que nada hubiera cambiado.

Entre casoplón y casoplón transcurre la vida de una asistente personal orgullosísima de su esclavitud que quiere ser productora de música (la primera de la historia) y que, sorprendentemente, tiene todo un pedazo de estudio y a una banda de voluntarios para conseguirlo. Por supuesto, se enamora de su único cliente, a quien engaña con su profesión no se sabe por qué. También, por supuesto, su ama la echa de menos cuando no está porque, como todos los supermillonarios con casoplones, su vida está supervacía sin su esclava de chupa con flecos. Y así va la cosa, con un desenlace que se huele desde el minuto tres. ¿Lo mejor de la peli? pues quizás los mohines de Dakota y la eterna sonrisa como dolorosa de Bill Pullman, que hace gala de ella desde el 83.

Película de buen rollo, donde no pasa nada malo que no sea pasajero, y donde una chica que trabaja de asistente personal se pasa a producir discos. Yo tan tonto, pensaba que un productor lo que hacía era poner la pasta y recoger los beneficios, pero esta chica compone, hace arreglos, elige los músicos, busca el estudio, canta,... Vamos, que no conquista el mundo porque no quiere.

Por lo demás, chica mona, chico mono, y todos felices. Peli familiar.