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Sparring

Drama A los cuarenta años, el boxeador Steve Landry (Mathieu Kassovitz) ha perdido más peleas que las que ha ganado. Pero antes de colgar sus guantes para siempre, acepta una oferta que muchos han rechazado: ser el compañero de entrenamiento del campeón emergente Tarek M'Bareck. Una última oportunidad para deslumbrar a su esposa y a sus hijos.
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
24 de mayo de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Sparring” nos presenta a un boxeador cuarentón, perdedor, dando sus últimos coletazos en el ring, pero su amor por el boxeo aún le mantiene activo. Cuando surge la oportunidad de hacer de sparring del campeón emergente Tarek M’Bareck, hace todo lo posible por estar a la altura.

Samuel Jouy debuta con una historia crepuscular, intimista, realista, de los últimos días de un boxeador fracasado con un record de 13 victorias, 3 nulos y 33 derrotas. La historia alterna pasajes de la humilde vida familiar de Steve Landry con su preparación boxística. Personalmente, me interesa más la parte deportiva. Creo que su realismo, el cuerpo castigado de Steve, los golpes en la cara (metáfora de los golpes de la vida), el ritual antes de un combate, el afán por demostrarse a sí mismo, en su última oportunidad, que ha valido la pena, pienso que resulta más interesante, sus momentos de soledad y con los otros púgiles.

Sin embargo, no resulta posible deslindarlo de su vida familiar, donde destaca por su extraño magnetismo Olivia Merilahti (de la banda The Dø) que además es la responsable de la música que suena a lo largo de la película. Justamente aquí, en una especie de efectos colaterales en la familia, es donde la película me resulta menos apetecible. A pesar de querer mostrar de manera sensible (que no sensiblera) su verdadero mundo fuera del cuadrilátero, la cinta pierde ritmo, se atasca en las transiciones, en parte por un montaje, en esta parte, demasiado apacible.

Lo mejor es, sin duda la interpretación de Mathieu Kassovitz, aficionado en su vida real al boxeo, auténtico peso pesado de la historia. El campeón de la peli es también un ex púgil (su achatada nariz le delata) Souleymane M'Baye, en un papel de boxeador frío, con un único objetivo, pero que sabe apreciar el esfuerzo de toda una vida dedicada al deporte de las 16 cuerdas.
Hay también algunos diálogos destacables que definen a este boxeador de 45 años “Soy boxeador. Recibo golpes, pero no soy un saco”.

En definitiva, un noble intento de retratar la soledad del boxeador de fondo en su ámbito profesional, sin descuidar el retrato familiar. Interesante, hermosa a ratos, aunque se queda a poco de haber estado más cerca de aspirante a gran película.
Muy bonito el homenaje.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Gabriel Ufa
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27 de noviembre de 2018
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre que el actor y director francés Mathieu Kassovitz aparece en cualquier proyecto cinematográfico, éste es digno de tener en cuenta. Al menos a priori. Para bien o para mal -más de lo primero, afortunadamente- sus trabajos suele dejar poso. Como ocurrió en 1995 con El odio, tal vez su mejor obra como director. Sin embargo el gran público le pondría cara definitivamente por su papel en Amelie (2001). Posteriormente seguiría creciendo con Amén (Costa-Gavras, 2002) y Munich (Steven Spielberg, 2005).

Kassovitz ha seguido encajando papeles cómicos, pero fundamentalmente dramáticos, además de dirigir obras propias quizá no con las mismas luces que las anteriormente mencionadas. Así hasta llegar a la que aquí nos ocupa hoy: Sparring (2017), la ópera prima de Samuel Jouy que da el salto de la interpretación a la dirección y que se encuentra disponible en Netflix.

En Sparring, Mathieu Kassovitz es Steve Landry, un boxeador semiprofesional que cuenta su trayectoria pugilística más por sus derrotas que por sus victorias. Además del ring, Landry lucha en su día a día por sacar adelante a la familia. Pagar las facturas, atender a su mujer y apoyo incondicional, o cumplir los sueños de sus hijos tal vez sea el combate más duro al que se enfrenta este boxeador, a punto de colgar los guantes.

Pero antes de esa última pelea, a Steve Landry se le plantea la oportunidad de ser el sparring de Tarek M'Bareck, aspirante al título europeo. Una chance a nivel deportivo pero también económico y personal, pues entre los dos púgiles se va a forjar una peculiar amistad en la que el espectador debe despejar la incógnita de quién está defendiendo a quién.

Ese es el gran punto fuerte de la película de Samuel Jouy. Como la vida del propio protagonista, la obra destaca por su austeridad. Personajes sobrios, sin extravagancias, de la calle. Incluidos los boxeadores, despojados de ese ego que sí guardan otro títulos que se aproximan a este deporte. Esto quiere decir que nadie espere ver un Rocky (1976), Toro Salvaje (1980) o Cinderella Man (2005). Quizá The Boxer (1997), alejándose eso sí de todo el contexto social.

Sin embargo, escarbando en Sparring, la película tiene mucho de humanidad. Gira principalmente en torno a los golpes que hay que encajar y asestar de vez en cuando a la vida. El ring y la preparación del campeón son simplemente una metáfora que sirve de excusa para desarrollar toda la película. Y como decía al principio, quien mejor que Mathieu Kassovitz para protagonizar un papel de esas características.

Así pues, descartada la espectacularidad de otras películas pugilísticas, Sparring es un título notable dentro de la parrilla que ofrece el género y actualmente Netflix. Su poco más de hora y media de duración se hace amena. Y si, como en mi caso, llegas al clic en el que la moraleja de la obra se muestra ante tus ojos, habrá merecido la pena dedicar este tiempo al primer trabajo detrás de las cámaras de Samuel Jouy.

Más datos sobre esta y otras películas en http://argoderse.com
Y en Facebook: https://www.facebook.com/argodersecine
Argoderse
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9 de agosto de 2022
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La película se esfuerza tanto por huir de clichés que prácticamente hasta el final uno no acaba de entender de qué va, o qué es lo que pretende el director. Actuaciones profesionales y creíbles y la sonrisa de Billie Blain (Aurore) de una belleza que, ya en sí, merece una visión del film.
Drywell
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