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La balada del soldado

Drama. Romance. Bélico Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el joven Alyosha, un soldado de apenas 19 años, gana una medalla como recompensa por su heroísmo en el frente de batalla. En lugar de la condecoración, Alyosha pide unos días de permiso para poder visitar a su madre. De camino a casa, en el tren conoce a una chica, Shura de la que se enamora. (FILMAFFINITY)
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Críticas 35
Críticas ordenadas por utilidad
15 de junio de 2010
96 de 98 usuarios han encontrado esta crítica útil
El joven Aliosha está en el frente. Informa heroicamente del avance de los tanques enemigos. En una acción casual, desesperada, destruye dos de ellos. Ese es, en apariencia, el planteamiento: la exaltación del heroísmo militar. Pero la escena deja un poso extraño, la persecución es torpe, el tono es casi bufo.

El general propone una medalla para el chico, que, con la inocencia de sus diecinueve años, pide canjear la condecoración por unos días de permiso para despedirse de su madre. Una sutil manera de decirnos cuál va a ser el fondo de la obra: la patria no es la madre, la madre es la mujer que nos espera siempre en el rincón más confortable de la infancia.

Toda la intriga está en saber si llegan a encontrarse.
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Servadac
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12 de junio de 2010
58 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras el plano del camino serpenteando hacia un fondo lejano, bajo un cielo de nubes brillantes, plano tan profundo como el momento emocional logrado (una amable voz en off anuncia el relato de lo ocurrido al joven y heroico soldado cuya tumba remota no podrá visitar su madre, a quien contemplamos mientras tanto, enlutada y dolorida), una secuencia hace temer que nos encontremos ante una película eminentemente bélica y, además, regularcilla: los tanques rampantes que se lanzan a persecuciones veloces y tercas campo a través, las explosiones y ráfagas, tienen un aire grotesco.
Por fortuna, veremos enseguida que ese aire es intencionado. La película no exalta el heroísmo ni los valores del sacrificio patriótico, ni las razones de estado para respaldar matanzas. Lejos de ello, se mueve desde pronto en un campo de valores humanistas y sencillos, como el amor a la madre y la tierra natal, la identificación solidaria con los semejantes, la disposición a un romance elevado, la honradez y la sinceridad, valores básicos cuya afirmación permite exponer sin tapujos la crueldad con que la guerra llega a desgraciar las vidas concretas de la gente, sus vínculos conyugales y familiares, y a impedir amores merecedores de mejor suerte.
Con lo que, si no es propiamente un film bélico, porque aunque transcurra en tiempos de guerra apenas incluye acciones militares, tampoco es cine propagandístico, porque no puede concluirse que la ideología oficial resulte muy reforzada tras este bello y sereno lamento por la devastación irreparable que una guerra causa en el corazón de las personas sencillas e inocentes, nacidas con la esperanza de algo más que padecer en nombre de principios huecos.

El relato del viaje del joven soldado a su aldea natal está desarrollado con ritmo ejemplar, oscilando los episodios del itinerario suavemente en torno al eje continuo del camino (de tierra, carretera o ferrocarril). Y el lenguaje fílmico está manejado magistralmente: lo que se cuenta se ve, entra por los ojos, no necesita apoyarse en diálogos, que son escasos y funcionales. Hay largos pasajes en que todo avanza en pantalla mientras se suceden, con la fluidez de una sinfonía, planos repletos de significación, a veces narrativa, a veces poética, apoyados con absoluto equilibrio por una música dosificada en la medida justa, incluso cuando en un gesto genial, de sobrecogedor efecto, se suspende y se convierte en mudo clamor, para decir con el silencio la mayor de las emociones, en un momento cinematográficamente culminante.

La suma sin estridencias de valores éticos y artísticos consigue para esta obra maestra un claro lugar en el corazón cinéfilo.
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Archilupo
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10 de abril de 2008
41 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta frase de K. Kavafis fue lo primero que me vino a la cabeza cuando vi la película rusa "La balada de un soldado". Para muchos está considerada como la segunda mejor película bélica de producción rusa. Y creo que me incluyo entre ellos.

El director Grigori Chukhrai realizó una magnífica parábola de lo que debió de suponer el coste de 30 millones de vidas para la URSS causadas por la invasión nazi durante la IIGM. Y lo hace centrándose en la historia de un simple soldado ruso de 19 años. Chukhrai la realizó en pleno post-Stalinismo, cuando hubo una pequeña apertura del régimen totalitario comunista y eso se nota en la película.

Algunos han definido a "Balada de un soldado" como un relato sobre tres amores y un desamor. Los tres amores serían el amor romántico entre Shura y Alyosha, el amor maduro entre el soldado mutilado y su esposa, y el amor filial entre madre e hijo. La historia de desamor sería la de la esposa infiel al soldado que está en el frente. Personalmente yo la encuentro más paralelismo con el trasfondo de "¡Qué bello es vivir!" en el que se nos demuestra la importancia que tiene cualquier persona, y que la historia de un solo ser humano puede representar a la de toda la humanidad.
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Major Reisman
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6 de octubre de 2008
31 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Film clásico del cine ruso, realizado por Grigori Chukhrai. Escribe el guión el propio director con la colaboración de Valentin Ezhov. Se rueda en exteriores de la campiña rusa y en estudio. Es nominado a un Oscar (guión original) y a la Palma de oro (Cannes). Producido por M. Chernova, se estrena el 1-XII-1959 (URSS).

La acción dramática tiene lugar durante 5 días de los meses de verano de 1941, tras la invasión nazi de la URSS y el avance de las tropas de ocupación hacia Moscú y Stalingrado. El soldado de transmisiones Aloysha Skovorstov (Ivashov), destacado en el frente, obtiene 6 días de permiso para visitar a su madre como premio por su comportamiento involuntariamente heroico ante el enemigo y la inmovilización de dos de sus tranques. Durante el viaje conoce a la joven Shura (Prokhorenko) en compañía de la que es testigo de cómo la guerra afecta a todas las personas. Aloysha, de 19 años, es generoso, sencillo, inocente, sincero y de modos pausados. Shura es tímida e ingenua.

El film suma drama, romance y guerra. Hace uso de un tono narrativo sencillo, amable y suavemente irónico. Deja de lado todo triunfalismo y patrioterismo. Explica una historia cálida y entrañable, protagonizada por una pareja joven, que ve los estragos de la guerra desde una perspectiva tierna, inexperta e ingenua. A través de sus ojos, el film muestra el desconcierto que reina en la retaguardia, el éxodo civil que provoca el avance del enemigo, la desmoralización que acompaña la llegada de las noticias del frente, el desbordamiento de los sistemas de transporte, la destrucción de los bombardeos, etc. Ante situaciones extremas, al temor y la desesperanza las personas suman comprensión, contención de las emociones, prestación de ayudas. En estas circustancias florecen los sentimientos de solidaridad, que unen y dan fuerza frente al enemigo. Los dos jóvenes son testigos del amor con el que la esposa recibe al soldado lisiado, del desamor de la mujer que olvida al marido que lucha en el frente para unirse a un nuevo compañero rico, del egoísmo de quien abandona al suegro anciano y desvalido. También desfilan ante sus ojos casos de corrupción, explotación, prostitución.

Frente a lo que ven, Aloysha y Shura se ayudan mutuamente y ambos ayudan a los demás. Aloysha lleva el obsequio de un soldado del frente a su esposa, socorre a los heridos en un bombardeo, ofrece como papel de fumar una copia del parte que le cita por su heroísmo, etc. El film establece diferencias que permiten entender mejor los hechos y comprender más a fondo a las personas. Nos dice que el pánico y el heroísmo no son incompatibles, que el amor romántico está por encima de los avatares de la guerra, que en tiempos de guerra son más necesarios que nunca la generosidad y la solidaridad, que el halago de la vanidad es menos gratificante que el amor y el cariño, que por una sola muestra de cariño vale la pena correr una odisea de muchos días y muchas penalidades.
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Miquel
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6 de marzo de 2009
27 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
"La balada del soldado" se alza como una particular muestra de la vitalidad que también residía en tiempos de guerra en el interior de los combatientes, porque podía haber muertos, podía haber heridos, dolor, vehemencia, sangre... pero también estaban las ilusiones y deseos de personas más cercanas a la muerte que a la propia vida que, aun así, guardaban en su último aliento un pequeño resquicio de esperanza por poder volver con sus seres queridos, por recordar cuanto les añoraban y por ir almacenando todas esas historias que contar algún día, cuando llegase el momento.

Chukhrai recoge ese vitalismo en una fabulosa aura, que logra despertar los sentimientos más epidérmicos del espectador y empapar la pantalla de emociones puras y palpables, esas que surgen con no poca facilidad, y se despegan de uno todavía con más dificultad. Y es que con diálogos que rezuman sencillez, personajes que resultan francos y directos, instantes rebosantes de sencillez y un transcurso de lo más conciso, donde no hay tiempo para las poses impostadas o la construcción artificiosa de momentos dramáticos, se nos regala un relato de vivas sensaciones que recorren de la médula a la córnea para mostrarnos el transcurso de un cine puro y vibrante.

Entretanto, se nos presenta un maravilloso personaje interpretado por otro bellezón soviético: Zhanna Prokhorenko, y es que yo no sé que tenían estas actrices, pero tanto por su atractiva y extraña belleza, como por las ganas que le echaban en el momento de interpretar, construían quizá los papeles más atractivos donde si tenían que cautivar a alguien, con quien precisamente lo lograban antes, era con el espectador.

Desde ese instante, se desarrolla en el film una de esas relaciones en la que, sin necesidad de entregarnos un romance visible y que se fragüe ante los ojos del respetable, va emergiendo como si nada y dejando al público sumergido en una aureola de romanticismo puro y duro, donde una sóla mirada, una sencilla sonrisa o un simple gesto significarían mucho más que mil palabras. Ante ella, uno se siente seguro y embriagado por el poder de uno de los, probablemente, mejores idilios que haya dado la historia del cine, y todo ello sin besos, sólo con una fulminante mirada, sólo con un cálido abrazo, con el sol poniéndose, y la balada del soldado llegando a su fin...
Grandine
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