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Dogman

Thriller. Drama El dueño de una peluquería canina a las afueras de Roma se deja influenciar por un delincuente local hasta que su vida personal se complica y decide tomar las riendas de la situación. (FILMAFFINITY)
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Críticas 74
Críticas ordenadas por utilidad
6 de agosto de 2018
130 de 139 usuarios han encontrado esta crítica útil
A finales de los 80, la crónica negra italiana se vio sacudida por el asesinato del boxeador Giancarlo Ricci a manos de Pietro De Negri, responsable de una peluquería canina. Según la versión oficial, De Negri secuestró, asfixió, mutiló y quemó el cuerpo de Ricci en el que está considerado uno de los crímenes más cruentos del país alpino. Otras voces aseguran que parte de esas atrocidades fueron cometidas post mortem, y que De Negri, que durante su encuentro con la policía estaba bajo los efectos de la cocaína, exageró su testimonio con datos que la autopsia posterior desmintió.

Tres décadas después, el director Matteo Garrone toma ese episodio en Dogman, una película que, contra todo pronóstico, no nace con vocación de esclarecer el caso original, ni tan siquiera con la intención de filmar una particular visión de lo sucedido. La Roma de los 80 es en pantalla pura atemporalidad: la trama sucede en un extrarradio inconcreto, en un barrio hostil en cuyas inmediaciones parece haber estallado una bomba, con varios kilómetros a la redonda de polvo, inmundicia y vacío. Y, sobre todo, De Negri-Marcello, por gracia del actor Marcello Fonte, se convierte en una figura extraña, inquietante a la vez que paternal, tanto con su hija como con un trasunto de Ricci-Simoncino que en la ficción es su colega, su camello y a la postre su perdición. Alguien capaz de mostrar un cariño inconmesurable por los perros que cuida y al mismo tiempo cometer las acciones más execrables con una doblez aterradora. En esencia, Garrone se inspira en el delincuente para descubrir al hombre, y de ese análisis surge una narración cortante, impúdica, inmisericorde, con un plano final que deja a su protagonista y a toda la platea a la deriva, en la soledad posterior de un crimen que puede que no obtenga castigo.

Hay que alabar la capacidad de Garrone por conseguir una atmósfera de inquietud constante, con un estallido violento final alejado de la hipérbole gore o del sensacionalismo que gastan los medios de comunicación. Todo en Dogman resulta doloroso, injusto, crudelísimo. También merece una buena nómina de aplausos Marcello Fonte, en cuyo saber interpretativo bascula la humanidad de De Sica y la rotundidad de todo el cine de su firmante. Únicamente puede cuestionarse a Dogman su condición de anécdota criminal frente a ese gran fresco del hampa que era Gomorra, como si Garrone no pudiera desasirse de los temas y los tropos, tampoco perfeccionarlos, de la que hasta la fecha es su mejor película. Tal vez por ello Dogman convence y a la vez sabe a ya visto. Una contradicción de la que queda un gran hallazgo: un personaje protagonista sin clichés que durante y después del visionado se impone como un misterio que pone los pelos de punta.

@CinoscaRarities, http://cachecine.blogspot.com
Xavier Vidal
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20 de noviembre de 2018
83 de 94 usuarios han encontrado esta crítica útil
Casi nadie es capaz de comprender o de encontrar una respuesta satisfactoria de cómo es que ciertas parejas en las que se produce maltrato – ya sea físico, psíquico o de cualquier otra índole – se puedan mantener por tanto tiempo unidas y sin romperse, sin que la víctima sea capaz de reunir la fuerza y voluntad necesarias para zafarse de ese vínculo dañino. Y si bien la trama de esta cinta nos propone un relato por completo alejado y en apariencia del todo diferente a la circunstancia antes descrita, en realidad todo su desarrollo nos está ilustrando esa nefasta y angustiosa dependencia que se produce entre maltratador y perjudicado, que encadena, como un castigo interminable, a un futuro sin esperanza y a un mañana sin consuelo. Asistimos aquí, con minucioso detalle recubierto de crueldad y congoja, a la penosa y hermética dificultad que existe para romper ese tipo de relación, tan infecunda como tóxica.

La tristeza que impregna todo el metraje es desoladora. La elección – consciente – de una fotografía apagada, bañada en colores ocres, casi mortecinos, sin brillo alguno y sin claridad diurna, nos subraya en todo momento que no existe ninguna vía de escape posible cuando nos ha atrapado una bestia feroz y nos devora poco a poco nuestra ilusión, nuestra autoestima y nuestra capacidad de oponernos. Transitamos un erial inhóspito y atroz en la más absoluta soledad e incomprensión. Esperamos, contra toda esperanza, que nuestros esfuerzos, nuestra lealtad, nuestros desvelos y nuestra buena fe se vean alguna vez recompensados. Esperamos, como niños indefensos y necesitados de amor, reconocimiento y amparo, que el canalla que nos tiene bajo su férreo control y su despótico dominio vea, por fin, la luz y valore nuestra sumisión, nuestros esfuerzos inhumanos, nuestras dilatadas privaciones y nuestro ciego empeño por darle siempre lo mejor y nos premie, como creemos que nos merecemos, por nuestra modélica conducta perruna. En vano.

Asistir durante dos horas a esta asfixiante experiencia del infierno machacón y salvaje de un ser en esencia bondadoso y afable, se hace difícil de presenciar y resistir. Va en contra de nuestra educación y nuestras creencias en donde la generosidad (aunque mal entendida) se premia y la vileza se castiga. Pero eso son tan solo meras suposiciones. La realidad es mucho más siniestra, rebuscada y falaz. Aguantamos porque esperamos el anhelado premio que alguien, alguna vez, nos hizo creer que obtendríamos. Pero cuando se nos rompe el corazón, el alma y la paciencia y tratamos, por una vez, de hacer entrar en razón al infame que nos ha sometido sin tan siquiera percibirnos como una persona digna de alabanza o consideración ya es tarde. Hemos perdido la batalla y permaneceremos para siempre condenados por nuestra ceguera.
antonalva
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15 de diciembre de 2018
30 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La concepción de “Dogman” ha sido un proceso largo. Para que finalmente viera la luz han transcurrido quince años”. Así de claro lo exponía uno de sus guionistas en la presentación previa al pase que hoy día catorce, ha tenido lugar en la víspera de la entrega de los Premios del Cine europeo, que se entregarán mañana en Sevilla. Por esta razón la ciudad está llena de turistas y los hoteles se encuentran casi hasta la bandera.

Cómo no, algunos premios considerados menores ya han sido entregados, para no alargar la ceremonia, digo yo, o cualquier majadería por el estilo. Pero dicho sea de paso que, maldita sea, el considerar de inferior clase a algunas categorías, como: fotografía, música o montaje... Pero, ¿estamos locos o qué? Que eso lo piense el espectador que a pie de calle que esté ajeno al medio es su problema, pero que lo haga la propia industria es de una injusticia y un analfabetismo que clama al cielo. Muy mal, querida industria europea, que muestren sin remilgos su estúpido clasismo y sus pretensiones de acaparar foco con renombres o famositos. Mucho criticar a la industria “hollywoodiense” para luego superarlas en cagadas de este tipo.


Pero centrémonos en “Dogman”, que no sabemos si conseguirá algún premio más, pero ya ha obtenido el de diseño de vestuario para Massimo Cantini Parrini, y el de maquillaje y peluquería, para un extenso equipo liderado por Dalia Colli y Lorenzo Tamburini. Como bien explicaba Cantini, exceptuando algún que otro chándal de marca, el ser realista y fiel a las intenciones de un director en un film de corte casi neorrealista es labor complicada aunque “a priori” no lo parezca. En una producción de época, como confesó, es más fácil y lucido recrearse su apartado que en “Dogman”, por ejemplo, donde su labor puede pasar más desapercibida para el gran público pero que encierra una minuciosa labor. En cuanto a maquillaje y peluquería sobran explicaciones, el espectador lo comprenderá cuando se fije aunque sea solamente en las tremendas escenas violentas.


Con un buen guión, aunque con un tercio final discutible, y una enérgica dirección de Matteo Garrone, “Dogman” consigue el objetivo de atenazar al espectador a la butaca, con la sensación al final de que nos han arreado un puñetazo en el estómago. No es “Gomorra”, a la que al menos yo considero superior, pero sí es un buen film donde la esperanza no brilla por ningún lado, son esos callejones sin salida que nos tiene casi el corazón en un puño.


Antes de pasar al spoiler nos gustaría destacar el estupendo trabajo tanto de localizaciones como su fotografía, su música y el “casting” no ya de actores, si no de perros que aparecen en el film. Hablando de películas “con perro” que no sean infantiles, nos ha recordado a la violenta, casi asfixiante, quizás porque su saña casi era gratuita, el film húngaro de Kornél Mundruczó “White God (Dios blanco)”, con la diferencia a favor de “Dogman” de que aquí su violencia no es tan facilona, es igual de palpable y su mensaje, además de ser adulto es más demoledor.


Por último destacar el impresionante trabajo interpretativo de sus actores, en especial de su dueto protagonista: Marcello Fonte, en el personaje de Marcello, y Edoardo Pesce como el terrorífico Simoncino, que encarnan perfectamente la debilidad humana y la fuerza garrula más sobrecogedora. Y que conste que el equipo de la película destacaba el simpático carácter de ambos y su gran profesionalidad, no vaya a ser también que alguien crea que en la vida real son así, sobre todo Simone. A modo de reflexión ya quisiera Scorsese haber creado recientemente un ser tan malévolo que provocara tanto pánico nada más verlo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Maggie Smee
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29 de octubre de 2018
27 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la 63 Seminci me sucedió, como espectador, algo que siendo normal en la inmensidad del mundo cinematográfico no deja de ser extraño; es la orfandad, más común de lo que pueda parecer, que siente el seguidor de pago de un certamen cuando, si el palmarés fuera una quiniela, el número de aciertos se limitara a tres. Este año en Valladolid los premios han estado tan alejados de mis expectativas que de no ser porque cada vez tengo más claro que esta disciplina, además de huir de la competición, aborrece las reglas y los exámenes, y solo está interesada por el cuerpo a cuerpo con los que habitan cada una de las butacas, me hubiera visto obligado a hacerme el harakiri en medio del pasillo central del Teatro Calderón. La película que me toca destripar ha sido mi favorita en esta edición y no ha recibido ni un solo galardón.

Pienso que Dogman es un gran alegato a favor de la dignidad que posee todo ser humano, incluidos aquellos que parecen haber cambiado al nacer esta cualidad por unas generosas dosis de estulticia.
Un hombre, aunque sea un cuidador de perros en un barrio de pícaros supervivientes, tiene sus códigos que no conviene pisotear repetidamente, ya que las reacciones de los candorosos y pacíficos suelen acabar en increíbles resultados, ¿verdad Sam Peckinpah?.
Los violentos, matones, descerebrados cocainómanos, no sorprenden a nadie; por contra, quienes han tenido muy difícil en la vida ganarse el respeto dentro de su círculo social y familiar, pueden exigir no ser despojados de ese reconocimiento. El que poco posee es más tozudo en su defensa.

Matteo Garrone nos vuelve a llevar de la mano, como ya hiciera en Gomorra, por grises lugares, pantanos de barro, playas sin arena y casas descascarilladas. Y nos presenta personajes que son verdaderos artistas, porque es un arte vivir donde y como ellos lo hacen. Ni siquiera son conscientes de que les cuelga, de la coronilla al talón, la etiqueta de perdedores, tan ocupados están en el día a día. Aunque los más ilusos sueñen en bucear alguna vez en aguas cristalinas.

Impagable hallazgo el de Marcello Fonte que debió ganar en la ciudad del Pisuerga el premio de interpretación masculina, como ya lo había hecho en el Festival de Cannes.
Sinhué
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13 de diciembre de 2018
33 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
158/19(25/11/18) Sobrevalorado drama criminal del director transalpino Matteo Garrone, pretende mucho más de lo que puede con un relato lleno de obviedades y subrayados. Un relato sórdido plano y monocorde que intenta tapar sus carencias y superficialidad en el impacto de la violencia. El guión del propio director junto a varios colaboradores se basa en el atroz asesinato del púgil Giancarlo Ricci, en 1988, a manos de Pietro De Negri. Una historia que avanza de forma arrítmica, con comportamiento confuso del protagonista, donde la alegoría de quien es el perro y quien el dueño se ve claro, para luego la transformación del protagonista sentirse falsa. Esperaba por las críticas referentes bastante de la cinta, pero me he encontrado con un metraje errático, donde lo mejor es la sombría y deprimente ambientación, y la aterradora actuación de Edoardo pesce como el gigantón atemorizador cual apisonadora. En Cannes por su interpretación, Marcello Fonte ganó el premio al Mejor Actor, además la película ha sido seleccionada por Italia como la candidata a Mejor Película en Lengua Extranjera en los Oscar.

La cinta tiene un caustico y prometedor arranque con ese tipo (Marcello Fonte) enclenque encorvado y casi en los huesos, con rostro decaído, que lava a un enorme y fiero can en su tienda, el contraste entre el humano y el animal. Pero esto dura poco, pues en cuanto aparece Mirko (Edoardo Fonte), una mole atemorizadora y mi radar de lo chirriante empieza a sonar, y es que la relación entre este salvaje y el frágil Dogman no me la creo, comienza in media res, por lo que me resulta inverosímil su relación de amistad, o más bien la sumisión de Marcello a este rudo amoral. Vemos a Marcello que es un perdedor buenazo, se desvive por su hijita (Alida Baldari Calabria), cuida a los animales con cariño, pero sin embargo tiene su lado oscuro como drogadicto y maleante, me resulta forzado por la falta de información que haga mínimamente creíble que intente ayudar a este “Hulk” que va en moto roja.

Todo me resulta previsible, avanza en apuntes, con diálogos inanes, con mucho de miradas e hieratismo, que solo parece querer ocultar su falta de sustancia con subrayados en exceso, con tramos tan metidos con calzador como cuando Msarcello va salvar al chihuahua del congelador, queriendo humanizarlo con brocha gorda al protagonista, avanzando a machetazos de inconsistencias orgánicas, un discurrir que abraza la simplicidad, donde hay un momento crucial donde los pocos asideros al realismo se ven socavados para entrar en la mayor de las incongruencias (spoiler).

La puesta en escena es buena en la proyección de un mundo árido y desolado de esperanza, filmándose en el Villaggio Coppola, una fracción de Castel Volturno, un barrio junto al mar con edificios desprovistos de vida; Nicolai Brüel filtra la cinematografía, componiendo un mundo en el que nunca da el sol, todo resulta gris, oscuro, macilento, donde los cromatismos son prácticamente inexistentes.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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