HBO apuesta por extender el universo de George R.R. Martin con 'La Casa del Dragón', un spin-off centrado en el auge y la caída de la casa Targaryen. Ambientado 200 años antes del nacimiento de Daenerys, la serie presenta los habituales ingredientes que hicieron de GOT una serie legendaria: intrigas palaciegas, guerras intestinas, traiciones, sexo, violencia y dragones, muchos dragones.

La serie comienza con pulso firme y grandes dosis de gore pero sin lograr enganchar del mismo modo que lo hacía su mítica antecesora. Tenemos la sensación de haber visto ya semejantes escenas pero protagonizadas por otros personajes. No obstante, esta sensación se disipa conforme avanza la trama, vamos conociendo a los distintos peones y entendiendo cómo se disponen en el terreno de juego, dispuestos a librar una batalla intestina y cruenta.

A partir del tercer episodio la serie empieza a coger fuelle, gracias a potentes escenas y personajes que nos devuelven el brillo y la esencia de la serie original. Cada episodio suma nuevas capas y subtramas, creciendo el interés en un guiso sabroso que se cocina lentamente. Las sorpresas no faltan y, una vez acostumbrados a la nueva mitología Targaryen y sus nuevos personajes, volvemos a sentir un interés genuino por el universo GOT. La serie alcanza su clímax en el episodio 7, donde ya se dibujan las facciones que disputarán la lanza de dragones.

Los actores son una de las grandes bazas del proyecto, empezando por una brillante Milly Alcock encarnando a la princesa Rhaenyra adolescente (esta chica me tiene fascinado desde que la vi en ‘Upright’), el siempre estupendo Paddy Considine o el ubicuo Matt Smith. Si bien cuesta acostumbrarse a los pelucones rubios de los Targaryen (del mismo modo que cuesta acostumbrarse a los elfos de ‘Los anillos de Poder’) sus personajes tienen enjundia y algunos de ellos lograrán hacerse un hueco en el imaginario GOT.

‘La casa del dragón’ es una más que digna precuela de GOT con suficientes hallazgos como para justificar su existencia. No nos engañemos, aquí el objetivo primordial era repetir el éxito de GOT para crear la primera franquicia de HBO Max, pero en el intento se ha puesto suficiente alma, garra y oficio como para darle una entidad propia. Habrá que esperar para comprobar si ‘La casa del dragón’ es tan memorable como GOT pero, de momento, la cosa pinta pero que muy bien.

Con solo tres películas Jordan Peele ha logrado consagrarse como el nuevo gurú del cine de terror. Desde que presentara la fantástica 'Déjame salir', en la que reflexionaba sobre el racismo intrínseco en la sociedad estadounidense y el cinismo de la discriminación positiva, Peele ha demostrado una mirada inesperada y muy personal que alcanza su cenit en 'Nop', posiblemente su mejor película hasta la fecha pero también la menos accesible.

'Nop' es una película arriesgada e iconoclasta, que desafía al espectador ofreciendo un cubo de Rubik audiovisual de difícil solución. Una realización sobria y precisa hace avanzar la historia muy lentamente, creando un ritmo pausado e hipnótico que incomoda y seduce a partes iguales. La tensión crece hasta estallar en el tercer acto, cuando Peele voltea sus cartas y el espectador siente que el realizador ha ido de farol.

Pero nada más lejos de la realidad. Peele ha pensado (y mucho) cómo construir su nuevo artefacto cinematográfico y todo lo que sucede en pantalla tiene un porqué, aunque no lo parezca en primer visionado. La película fusiona géneros con soltura, creando un híbrido imposible entre 'Encuentros en la tercera fase' y 'Tiburón' que, para bien o para mal, sorprenderá al respetable. Pero es en el plano metafórico donde la película vuela hasta el infinito y más allá.

Y es que 'Nop' es una poderosa reflexión sobre el consumo compulsivo de imágenes por parte de internautas y espectadores, la cultura de la inmediatez y el papel del cine dentro de ese ecosistema. Y para lanzar su tesis Jordan Peele emplea con maestría los más refinados recursos del medio, como el fuera de campo, la elipsis, el metacine, la sugerencia y el suspense. (No) Todo vale para sorprender al espectador y reflexionar sobre su papel en la cadena y la responsabilidad que conlleva el consumo impúdico de imágenes.

Quien suscribe estas palabras considera 'Nop' como una de las mejores películas de la temporada, reconociendo también que no es una obra fácil ni accesible para todos los públicos. Demasiado críptica y personal, es difícil que 'Nop' cale en el corazón de una audiencia mainstream, aunque ofrece grandes placeres a quien disfrute con la inteligencia fílmica de un cineasta de altos vuelos y entre en el interesantísimo juego que propone.

Interesante mini serie documental centrada en la figura del Rey emérito Don Juan Carlos de Borbón y en el pacto de silencio informativo alrededor de su figura que pactaron la Casa Real y los medios de comunicación. Contando con testimonios de reputados periodistas, funcionarios públicos e incluso ex-agentes del CNI, 'Salvar al Rey' es un documento de obligado visionado para todos aquellos que quieran entender la verdadera naturaleza de la monarquía española y del Rey Don Juan Carlos, personaje imprescindible para entender los capítulos más recientes de la Historia de España.

La serie se centra en hechos documentados y en opiniones de expertos que conocieron en persona los hechos expuestos, destapando los escándalos en los que estuvo involucrado el jefe de estado -y, por ende, la Casa Real- durante décadas. Si bien es cierto que llega tarde, el documental es un retrato fidedigno del declive de la institución monárquica a manos de su principal valedor, un regente 'nada divino pero muy humano', capaz de cualquier cosa para saciar sus deseos más mundanos.

En 2022 Romain Gavras presentó en el festival de Venecia su película más ambiciosa hasta la fecha. ‘Athena’ es la crónica de una revuelta social en un suburbio francés, fruto de la tensión provocada por el (supuesto) asesinato racista de un joven árabe a manos de la policía. El proyecto soñado del director es una película épica, tensa y ambiciosa, con un apartado visual fastuoso que disimula las fallas de un argumento disperso y arquetípico.

El hijo de Costa Gavras se labró una reputación como virtuoso realizador de videoclips para artistas como Justice, M.I.A. o Kanye West. Los cócteles molotov, los suburbios del extrarradio francés y la violencia urbana encarnada en hordas de rabia juvenil ya estaban presentes en su filmografía, así que ‘Athena’ se siente como una prolongación de aquellas obras, la puesta de largo de un cineasta con manga ancha para desarrollar sus obsesiones como autor. Es por eso que duele ver como Gavras se pierde en los aspectos técnicos de la película, descuidando el desarrollo lógico de sus personajes y, mucho más grave, el mensaje que transmite al espectador.

La puesta en escena es uno de los grandes hallazgos del film. La elección del plano secuencia como unidad base de la narración resulta un absoluto acierto en gran parte del metraje. Nunca antes se había retratado la épica de una revolución urbana contra las fuerzas de orden público con tal poderío, regalando al espectador momentos de verdadero virtuosismo audiovisual.

La aproximación colosal funciona a las mil maravillas para retratar los ejércitos de ambos bandos, compuestos por centenares de individuos, y va a la contra cuando intenta abordar un drama familiar desde una perspectiva intimista, que no renuncia a varios clichés propios de la tragedia griega. El resultado es una película irregular, con suficiente nervio y garra como para atrapar al espectador por la solapa pero incapaz de concretar un mensaje para trascender en su mente, como hacían 'El odio' o 'Les Miserables', convertidas a la postre en obras seculares del subgénero.

Chloë Graze Moretz protagoniza esta cinta indie premiada en Sundance en 2018. Un drama que trata temas como el despertar sexual, la homosexualidad y el lesbianismo, la corrección política y las constricciones de una sociedad puritana, el fanatismo cristiano, la intolerancia, la intransigencia y la (in)capacidad para elegir y decidir tu propio destino, o la sexualidad que te identifica. Un cóctel interesante sobre el papel que deviene en un espectáculo previsible y ramplón previsible, que no aporta al espectador nada nuevo sobre un tema demasiado sobado y que ya trataron películas como ‘Identidad Borrada’.

Cameron es una joven huérfana y lesbiana enamorada de otra chica. En principio no tiene dudas sobre su sexualidad pero cuando su tío la descubre con su amante en pleno acto sexual deciden internarla en un centro de re-educación ultracristiano. Para ponernos en contexto, corre la década de los 90 y estamos en Estados Unidos, una de las sociedades más conservadores y recalcitrantes de todo Occidente, que aún considera la homosexualidad como una enfermedad. El centro lo dirige con mano dura la doctora Lydia Marsh, una fundamentalista cristiana que doblega voluntades con castigos y maltrato psicológico. La llegada de Cameron al centro pone en cuestión sus convicciones y su propia sexualidad, así como la de algunos de sus compañeros.

Desiree Akhavan dirige con tino pero sin garra una historia muy personal, centrada en un abanico de personajes coherentes y bien desarrollados. La puesta en escena es naturalista y minimal, sin artificios ni sobresaltos de ningún tipo. Su película funciona pero no emociona, resulta predecible porque cuenta una historia que, de verla y oírla tantas veces, ha dejado de impresionar. Y es que se echa en falta un poco de ambición, una vuelta de tuerca, una novedad que justifique la existencia de esta película.

‘La (des)educación de Cameron Post’ sigue el canon clásico del cine indie estadounidense y se ve con agrado, merced a unas interpretaciones convincentes y unos personajes bien dibujados pero ni logra trascender ni será recordada por aportar nada nuevo a un debate ampliamente superado. Me queda una sensación agridulce porque creo que de esta historia se podía sacar mucho más de lo que finalmente vemos en pantalla.