La película se contagia del tono de locura de sus protagonistas, y lo aprovecha para regalarnos varias escenas de humor tan absurdas como divertidas. La manera en la que ellas mismas bromean sobre su condición no solo resulta divertida y encantadora. Sino que, además, ayuda a hacer la historia más ligera y disfrutable.

Y es que Beatrice y Donatella representan dos personalidades extremas, la eufórica y la depresiva. Dos actitudes opuestas ante la vida, pero con resultados igualmente malos. Sin embargo, una vez juntas, cada una influirá en la otra. Equilibrando sus extremos, de forma que su estilo de vida mejore poco a poco. Una curiosa metáfora sobre como la vida termina siendo un equilibrio entre los momentos de tristeza y de felicidad.

Un equilibrio que también se da en la propia película. Pues, pese a sus múltiples escenas en tono de humor, la historia personal que nos cuentan tiene mucho de drama. Los momentos tristes están muy presentes en la vida de las protagonistas, y ayudan a reflejar de forma tremendamente fiel la dura realidad de las personas que sufren esta condición.

“Locas de alegría” es una historia tan capaz de emocionarnos como de hacernos reír. Con unas interpretaciones maravillosas, que logran algo muy difícil; hacer unos personajes extravagantes pero creíbles pese a todo. En definitiva, una película para disfrutar y dejarse llevar por la locura.

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Michael Keaton está sobresaliente en una película donde el personaje y la narración comparten carácter. Una historia que contada de otra forma podría haber sido un auténtico drama , pero en la que Keaton sabe llevar a su terreno a los espectadores. Interpretando a un personaje al que conoces desde el principio, pero no sabes de lo que es capaz hasta el final.

La historia fluye sin problemas a lo largo de la película, contada de un forma atractiva y dinámica sin perder detalle de la creación de todo un imperio. Un imperio que hoy nos encontramos en cada esquina, pero que en 1940 solo estaba San Bernardino (California), y cuyo modelo sirvió de ejemplo para la mayoría de cadenas de comida rápidas que conocemos hoy en día.

El cine no hace justicia, pero ayuda a contar una historia que sino habría pasado desapercibida entre kilos de patatas fritas y litros de cocacola. Una película que no pretende que reflexiones, sólo te sirve los hechos, presentándotelos de forma atractiva y rápida en un envoltorio atractivo donde lo importante es el contenido y cuya digestión dependerá de ti mismo.

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La guerra no acaba cuando finaliza la batalla. No importan los acuerdos ni los tratados, hay secuelas que resultan inevitables. Y la mayor de todas ellas, es el odio. El odio a un enemigo. El odio al que te arrebató tus tierras y se llevó a tus seres queridos. Un sentimiento tan profundo, que muchas veces nos acompaña el resto de nuestras vidas.

“Land of mine” nos trae una historia novedosa en el cine. Y es que, pese a que la segunda guerra mundial se ha visto reflejada centenares de veces, en pocas ocasiones hemos podido ver lo que ocurrió exactamente tras su final. En este caso, nos cuenta la historia de una costa de Dinamarca a la que, tras su rendición, fueron enviados multitud de soldados alemanes. Para desactivar las minas que allí quedaban enterradas.

Los protagonistas de estas expediciones eran, en su mayoría, unos simples niños. A los que las crueles circunstancias de la guerra habían llevado obligados al frente. Acusados de defender unos valores que casi ni comprendían, se verán obligados a arriesgar nuevamente sus vidas en las tareas de desactivación. Mientras sueñan con volver a casa, y tratar de retomar una vida normal.

La palpable tensión que rodea a la cinta es, sin duda, uno de sus mayores atractivos. La angustia de saber que, en cualquier momento, una mina puede arrebatarles la vida a algunos de los protagonistas. El miedo a vivir rodeado de gente que al mirarte no ve a una persona, sino a un enemigo. Gente que, tras tanto dolor sufrido, solo puede pensar en cobrarse venganza.

Una historia novedosa bien dirigida e interpretada, merecedora de premios y nominaciones que nos muestra un cine danés nunca visto. Sin duda una recomendación; no como película bélica, sino como drama que refleja la condición humana con sus virtudes y defectos.

“Land of mine” nos muestra, a través de su historia, lo deshumanizadora que puede llegar a resultar la guerra. Marcando de por vida a generaciones enteras, que nunca más podrán ver a la persona que se esconde más allá del uniforme. Generando un odio tan atroz que sigue arrebatando vidas incluso cuando las balas ya han dejado de hacerlo. Porque la guerra no acaba cuando finaliza la batalla.

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Ridley Scott parece confirmar en esta nueva entrega su completa desconexión con la saga. Entregándonos una película que, en lugar de una obra del creador original, parece ser el producto de un director novato que no ha sabido entender el material que tenía entre sus manos.

La asfixiante atmósfera de terror que caracterizó ‘Alien’ se pierde por completo en ‘Alien covenant’. Al resultar incapaz de generar el ambiente adecuado, debido a sus múltiples y fallidos intentos de resultar trascendental. Con una historia cargada de momentos en los que la trama y la acción se detienen por completo, para ofrecernos reflexiones filosóficas que, en lugar de conmover, provocan cierta vergüenza ajena.

Sin embargo, cuando la película abandona la intención de trascender y se limita al puro entretenimiento, consigue ofrecer lo mejor de sí misma. Con un apartado técnico que , como es normal en este tipo de producciones, resulta indudablemente espectacular. Y con algunas secuencias que consiguen recordarnos a los inicios de la saga.

Desgraciadamente, ‘Alien covenant’ se queda tan solo en eso; un buen recuerdo en sus mejores escenas, y un producto fallido en las peores. Ofreciendo, en conjunto, una película demasiado desigual para resultar completamente satisfactoria. Después de todo, parece que nunca habrá nadie como ‘el octavo pasajero’ para demostrar que en el espacio nadie puede oír tus gritos.

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Las películas de superhéroes se han convertido en los nuevos westerns. Y de entre todas, las de Marvel son, sin duda, las más exitosas. Llegando al punto en el que cada nueva entrega de su universo parece un capítulo más de una serie, con estilos prácticamente indiferenciables, bandas sonoras calcadas e incluso escenas post-créditos a modo de cliffhanger de cara a futuras entregas.

Sin embargo, parece que la fórmula del éxito empezaba a quedarse obsoleta. La taquilla sigue funcionando, pero cada vez eran más las personas que se quejaban de la repetitividad de las películas. La rigidez de los productores, atemorizados ante la idea de salirse del esquema y fracasar ante el público, provocaba que hubiera muy poca libertad para los creadores. Por eso, cuando se anunció la nueva y colorida ‘Thor: Ragnarok’ muchos asumieron ese éxtasis cromático como indicador de una nueva etapa de libertad creativa en Marvel.

Taika Watiti, que ya nos sorprendio con la peculiar ‘Lo que hacemos en las sombras’, dirige esta nueva entrega en la que vemos a Thor más desmelenado, literal y metafóricamente, que nunca. El dios del trueno, junto a una cuadrilla de caras conocidas, como Loki o Hulk, tendrán que luchar para liberar Asgard de una nueva y poderosa villana: Hela, la diosa de la muerte.

Pero no solo de personajes principales vive ‘Thor: Ragnarok’. Tras tantas entregas, no hay duda de que los hijos de Odín han perdido parte de su frescura y, por mucho que cambien de registro o de corte de pelo, necesitan algo más a su alrededor para sostener la trama. Ahí entran, paradójicamente, los secundarios. Personajes que nunca han brillado demasiado en estas sagas y que, sin embargo, aquí nos ofrecen algunos de los mejores puntos de la película.

Jeff goldblum resulta totalmente hilarante, con un personaje que nos recuerda a su matemático de ‘Jurassic Park’ tras varias noches en Ibiza. Y no menos tronchante resulta Korg, un gladiador hecho de piedra, que resultaría aterrador de no ser por su peculiar voz de pito y su carácter bonachón.

Pero sin duda alguna la reina de la película es Cate Blanchett. No vamos a descubrir nada diciendo que es una enorme actriz; aquí la encontramos como, quizás, el mejor villano que ha habido nunca en cualquier saga de Marvel. La única pega que se le puede poner es que no hubiera aún más metraje para disfrutarla.

En general, ‘Thor: Ragnarok’ parece moverse entre dos mundos. En ocasiones, se apega demasiado al clásico estilo de la franquicia, ofreciéndonos su lado más irregular. Sin embargo, cuando pierde el miedo a innovar, nos regala algunos de los momentos con más cargados de estilo que podemos encontrar en el género. Esperemos que este sea el comienzo de una nueva etapa, en la que los superhéroes tengan suficiente libertad para deslumbrar con la fuerza con la que nos han demostrado que pueden llegar a hacerlo.

Lo mejor: que sepa innovar y ofrecernos algo diferente.
Lo peor: que no se hayan atrevido a llevar esa innovación al límite.