Cinco años después de Hiroshima, Japón era un país devastado y militarmente ocupado. Ninguna película japonesa había llegado antes a los cines de Occidente. La irrupción de “Rashomon”, EN 1950, revolucionó a todo el mundo, abrió las puertas para películas de otros grandes directores japoneses, como Yasujiro Ozu, Kenji Mizoguchi y Kaneto Shindo, influenció a muchos realizadores occidentales y consagró definitivamente a Akira Kurosawa.
Debo confesar, sin embargo, que a mí no me convence del todo. Como, en general, no me convence del todo (¡pecado mortal!) el conjunto de la filmografía de Kurosawa.
Lo que me fastidia es: 1) la grandilocuencia de la puesta. Los actores hacen gestos terribles, operísticos, tal vez en la tradición del teatro kabuki. Todo es exagerado, sangriento a la manera del Guignol, por supuesto, alejado de cualquier intención naturalista y desprovisto casi por completo de humor (por ahí debe andar la razón de que no sea uno de mis directores preferidos). Y 2) siempre pienso que Kurosawa quiere decir muchas cosas. Demasiadas. Y demasiado generales, sobre la vida, la muerte, el destino, las virtudes y los pecados de los hombres.
Dicho lo dicho, es innegable la fuerza de la película. Y es interesante interpretarla como una alegoría sobre la destrucción nuclear, la verdad o la falsía de la "solución final" en su versión norteamericana, y también la verdad sobre la naturaleza bondadosa o perversa de los seres humanos.

Es deliciosa de principio a fin. Un retrato de familias todavía checoslovacas en la efervescente década del 60, el esbozo de la liberación juvenil y la frustración de los tanques rusos aplastando cualquier ilusión en el '68. Nada oculta este film, ni la opresión política ni el sufrimiento del amor adolescente ni la muerte, pero el humor y la poesía le quitan mucho de esa sobrevalorada oscuridad y del tantas veces sobrevalorado naturalismo minimalista de estos tiempos, le aportan luz y gracia y, sin perder ni pizca de contenido, transforman la visión del film en un auténtico placer.
Hrebejk tiene ahora, en 2022, 56 años, y una nutrida filmografía, de la que lamentablemente nos ha llegado poco. Sería estupendo reparar lo faltante y estar atentos a lo por venir, ya que se trata de un maestro praguense todavía en plena actividad. De él yo sólo conocía "Lo mejor de nosotros", nominada al Oscar a mejor película extranjera, y la más reciente "La maestra", pero hay mucho más para descubrir, seguramente.
En cuanto al título, al parecer "Pelisky" alude a la cama, pero no en un sentido sexual sino de nido, de abrigo de hogar, de allí el título español de "Refugio". La imagen del afiche -una cucharita de plástico- remite a uno de los tantos momentos cómicamente magistrales de esta obra maestra.

El cine de estructura coral floreció a fin del siglo pasado y comienzos del XXI con las películas de González Iñárritu ("Babel", "Amores perros", etc.), la "Pulp fiction" de Tarantino, "Magnolia", de Anderson, y tantas otras. Tantas que en un momento determinado público, críticos y toda la compañía cinéfila se hartó de estas historias recortadas que rizaban el rizo en el minuto final dejando muchas veces al desnudo su propio artificio, no tal vez en el caso de las citadas pero sí en el de sus múltiples ecos.
Una de las primeras, de las mejores y de las menos recordadas es esta "Cosmos" canadiense de 1996, tan coral que la dirigieron entre varios. El más conocido es Denis Villeneuve, y los otros cinco, Marie-Julie Dallaire, Manon Briand, Arto Paragamian, Jennifer Alleyn, André Turpin. Básicamente, cada director se ocupó de seguir a un personaje, y sus anécdotas se fueron intercalando a lo largo de los ciento y algo de minutos del film. Esta vez el eje que liga la acción es un taxista que se llama Cosmos, una vuelta de tuerca sobre el título alegórico de la película.
Lo que resulta fuera de lo común es el espíritu lúdico que tiene este puñado de historias mínimas. Hay mucho humor, mucho detalle inesperado y una reconfortante libertad respecto del precepto implícito de que cada cosa debe agotar sentido, cerrar lógicamente y no dejar abierta en el espectador ninguna duda. Por esta idea, y por el talento de los realizadores, "Cosmos" resulta siempre interesante, graciosa muchas veces y, en algún caso, decididamente ingeniosa y brillante.

Nada que ver con el de Raymond Burr. El Mason de Warren Williams es sexy y adicto al whisky. Y de lengua filosa, y muy irónica. Archie Mayo dirige con mano vertiginosa, sin prestarle mucha atención a la trama, de por sí no muy ingeniosa, urdida por el novelista Erle Stanley Gardner. Eso favorece mucho a la película, porque las verdaderas estrellas no son los actores (Williams está muy bien, pero algunos de los secundarios son verdaderamente malos) sino el muy agudo guión de Ben Markson y Brown Holmes. ¡Mi Dios, qué bien escribían en Hollywood antes de la Segunda Guerra!
Walser

"Les Olympiades" es una comedia romántica del mejor nivel. ¡Caramba, hay que ser miope para objetarle falta de consistencia en los personajes! ¡O falta de consistencia del "asunto"! Aquí está París desde un costado, sin torre Eiffel, una París de los mortales, una París multiétnica (y no por eso llorosa o posacopalíptica, como les hubiera gustado a los "críticos"). Y la fotografía en blanco y negro literalmente DESLUMBRA, y los actores son simplemente perfectos, inolvidables, y hay toques magistrales en las escenas más pequeñas, y personajes secundarios tan de verdad inolvidables como la hermana disléxica del protagonista negro que se hace un lugar en el mundo como standapera. Dejar pasar "Les Olympiades" sería malísimo para alguien que ame de corazón el cine, como un goloso que mirara para otro lado al pasar por Ladurée, la repostería francesa más famosa del mundo. Y por último: cada película de Jacques Audiard que veo me confirma que está entre los (¿digamos diez?) directores más interesantes de este tiempo.