Algunos han acusado al último episodio de La Guerra de las Galaxias de ser excesivamente infantiloide. Esto es por culpa de los ewoks. Para mí, los ewoks cumplen una función primordial.

"El Imperio Contraataca" supone un segundo acto muy oscuro, serio, filosófico y místico para lo que era en su comienzo una aventurilla galáctica. Y esta tercera parte habría sido igual. El duelo de Luke-Vader-Emperador es absolutamente siniestro y la batalla estelar es una salvajada. Son los pequeños regordetes y peludos ewoks armados con piedras y lanzas los que nos recuerdan que esto no deja de ser cine de aventuras para comer palomitas.

Con esto, el único handicap que se le podría achacar, según mi opinión, al desenlace de la mayor aventura jamás narrada desaparece. Lo que nos queda es una nueva maravilla de la ciencia ficción.

La primera vez que vi Troya en el cine, me gustó sin llegar a entusiasmarme, lo reconozco. Buena película, pero se trataba de una versión bastante light y comercial de lo que es la tragedia griega de una guerra.

Sin embargo, aquí está el tema: tras un par de revisiones en su versión del director y en el original inglés, se ha convertido en una de mis películas favoritas. No por sus grandes planos de gigantescos ejércitos, ni por su ritmo trepidante que consigue que 200 minutos de película se hagan cortos. Es por su trabajo con los actores.

Esto es lo que siempre me ha encantado de Wolfgang Petersen. Petersen es un director capaz de coger una historia más bien normalita en su concepto, y convertirlo en una gran película a base de trabajar bien con los actores. Esto era lo que pasaba en "Air Force One" (¿se imaginan a Bill Clinton en la época acabando con todos los malos?, pero en aquella hasta Harrison Ford, por no mencionar al siempre genial Gary Oldman, hacían un papelón) o "La tormenta perfecta"(¿qué interés puede tener la historia de una tormenta en el mar?, pero Clooney y Walbergh lo salvaban). Y Troya no es una excepción.

En esta, Brad Pitt es un guerrero que descubre que su vida no tiene sentido, porque no sabe hacer más que matar. Eric Bana es un príncipe guerrero que no sabe cómo va a salvar a su pueblo. Incluso Orlando Bloom cumple con creces en su papel de niñato capaz de ver cómo su hermano se mata por su capricho. Sobresaliente la secuencia del encuentro entre Aquiles y el suplicante Rey Príamo (genial Peter O'Toole), los hachazos que les caen a los adivinos y leedores de augurios, a los reyes que buscan pretextos absurdos para hacer la guerra por más poder, absolutamente salvaje la secuencia final...

La recomiendo, insisto, en su montaje del director, y a ser posible en versión original.

Reconozco haber salido del cine con un sabor de boca algo amargo, por temas ya comentados hasta la hartura: la trama fundamental del libro, oscura y agónica, prácticamente ha desparecido para ser sustituida por un capítulo de teleserie de instituto americana (¿alguien se acuerda de "Salvados por la campana"?). El fallo más grande, quizá esos últimos capítulos desenfrenados y angustiosos del libro que aquí se quedan en nada. No hay clímax.

Sin embargo, es justamente esta falta de clímax junto a otros pequeños detalles que me hacen pensar que esta película y sus dos continuaciones (ya las últimas) habrán de verse en un futuro como una sola. Esto son, comenzar con la escena de Ollivander's e ir mencionando ya la revista del "Quibbler", dos episodios de relevancia exclusivamente en "Las Reliquias de la Muerte".

Así que, basándome en esto y en qué, ¡qué carajo!, la verdad es que me lo he pasado bien viéndola, he decidido darle una nota de confianza a Yates, esperando que el clímax final de la serie completa no me decepcione en absoluto. Sólo añado unas notas más en el spoiler:

¿Por qué los entendidos se empeñan en atacar auténticos películones de entretenimiento como "Jungla de Cristal" (que no buscan más que el entretenimiento, no es ningún crimen), y sin embargo me califican de "obra maestra" al presente inexplicable tostón?

Vi esta película cuando tenía... creo que siete años. No la entendí. A los veinte leí la novela, que me gustó bastante, así que sentí curiosidad por volver a ver la película. Y ni con la ayuda de los años, ni con la del libro, la entendí.

En mi vida he visto pocos truños más grandes que esta soporífera obra de la cinematografía, en la que durante dos horas consecutivas vemos cómo toda una comunidad de vaqueros está muerta de miedo por un hombre que se encuentra solo, y nadie se decide a hacer nada hasta que no queda más remedio. Mientras tanto, el susodicho hombre parece saber perfectamente lo que le van a hacer y por quién, pero mientras pone las mismas caras de loco (las mismas) que en "Doce monos" se deja hacer sin ningún reparo, como si la cosa no fuera con él.

El guión lentísimo y plano y una banda sonora que la podría haber compuesto yo colaboran firmemente a echarse una buena siesta.

Lo único más o menos salvable: Casey Affleck, que desborda talento por los cuatro costados, pero incluso él lo pierde en el último (e innecesario) acto del film.