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Críticas de Argoderse
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Críticas 255
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
5
27 de enero de 2022
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La revista Scientific American publicó por primera vez a finales de los años cincuenta, que podían encontrarse restos de nicotina en las plantas del tomate, lo que bautizó como: Tomacco. Los Simpson, décadas más tarde, hicieron el resto para que éste híbrido calara en el imaginario colectivo, como un vegetal un tanto desagradable, pero adictivo.

Quién no recuerda a Bart devorarlo, ante la incredulidad de Lisa, mientras Homer espera la llamada de Mindy (a poder ser el lunes) para hacerse millonario con su experimento, bañado además en rico uranio.

En fin, yo no he comido Tomacco. Ni sé si quiere si existe. Pero ateniéndome a lo anterior, sí que he experimentado en cine recientemente, esa sensación de ver en la pantalla algo desagradable, idiota en ocasiones y hasta paupérrimo, pero a la vez sorprendentemente adictivo. Es el caso de Prisioneros de Ghostland, donde Sion Sono dirige a Nicolas Cage, Sofia Boutella, Ed Skrein, Blly Mosseley y Nick Cassavetes, entre otros, en una suerte de western oriental distópico.

Excesiva en las escenas de acción, incluso para Cage, que se pasa de rosca más de una vez. Ridículo por muchos momentos. Hasta decir basta, incluso. Personajes esperpénticos, que dan náuseas de lo desagradables que pueden llegar a ser. Una 'Cúpula del trueno', pero de Ali Exprés. No le encuentro ninguna lectura filosófica, ni mensaje a tanto plano lento y onírico, más propio de un perturbado que de un director de cine. Tampoco ningún significado al por qué de esta misión de rescate. Dónde está realmente el alma de la historia, continúo desconociéndolo, por mucho que haya pinceladas sobre las motivaciones de los protagonistas.

Y aún así, con todas estas cosas en contra, no podía dejar de mirar la pantalla. ¡Hasta me reía por momentos! Una locura de cabo a rabo, digna de uno de los actores que hasta en sus horas más bajísimas, siempre tiene algo que ofrecer. Sea Tomacco u otra fruta podrida, nunca podré decirle no a Nicolas Cage. Pero eso sí, mejor ir con la mente despierta, liberada y sin prejuicios, que en verdad es como siempre debieras ir.
Argoderse
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3
30 de diciembre de 2021
34 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
No veía a Adam McKay desde El vicio del poder (aún no me ha dado por Succession y está entre las pendientes), y confieso que le tenía ganas a No mires arriba. El director de trabajos como El reportero, Los otros dos o La gran apuesta es un cronista de su tiempo, que tratar de arrojar luz y destripar a los mecanismos de poder de la sociedad desde la crítica satírica. Pero en esta ocasión se ha pasado de listo.

Y es que en Don't Look Up (título original disponible en Netflix), McKay deforma la realidad hasta el paroxismo, dibujando una grotesca y tragicómica película sobre el fin del mundo plagado, eso sí, de estrellas del celuloide.

Como punto de partida, la idea es brillante. Ahora bien, su ejecución es infantil, ridícula y muy estereotipada. McKay sigue navegando por la crítica al sistema del que se nutre, en un barco de burla e ironía. Nada fina, eso sí. Es demasiado evidente su animadversión a todo lo que rodea el siglo XXI: políticos, periodistas, empresarios, tecnología... Las personas en definitiva.

No mires arriba es rematadamente tonta y frívola hasta en su conclusión. El guionista y director, con un halo de arrogante superioridad moral, construye personajes pueriles, insulsos y pusilánimes. Los mete en el barro de toda esa cretindad, hasta hacer exasperante su desarrollo.

Actores descomunales como Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Cate Blanchett, o Jonah Hill están esperpénticos. Y no me vale que sean sus roles en la ficción. McKay, no eres Valle Inclán, y tu cosificación de la especie humana te la podías haber ahorrado. Por cierto, ya basta la broma de Mark Rylance. Y Timothée Chalamet... Imagino que pasaba por allí para captar al público joven. Porque claro, el sistema es tan, tan, tan absurdo, ególatra y demencial, que Adam come y bebe de él, y cuantos más fans de Chalament (por ejemplo), mejor. Paradojas de la vida.

En fin, que un director al que le tengo estima ha pinchado en el hueso del aburrimiento. ¡Qué sopor! Los "males" de la humanidad son constantes en el tiempo. Siempre han sido los mismos, no es algo inventado en el siglo XXI. Tal vez el envoltorio y los colores son lo único que cambia. Por cierto, que creerse una generación que vive en el infortunio y la desdicha tampoco es original. Woody Allen ya lo retrató y con excelencia en Midnight in Paris (2011). Y hacer un traje a las élites del poder... Ahí está La cortina de humo (1997).

Esto me lleva a la conclusión de que solo hay un gran carnaval (1951), y para enfrentarme al apocalipsis, antes me voy de 'Juerga hasta el fin' (2013), y no precisamente con McKay. Fácilmente olvidable.
Argoderse
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8
19 de diciembre de 2021
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Olvida el dolor y piensa solo en divertirte". La divina comedia. La gran belleza. Eso es la vida, y hemos venido a usarla para disfrutar, no para sufrir. Incluso en el aparente sufrimiento hay gloria de vida. Forma parte del plan de Dios. Y esa deidad se te presentará con muchos rostros, de muchas maneras. Hasta el tuyo propio. ¿Acaso no nos hizo a su imagen y semejanza?

Para Paolo Sorrentino ese Dios fue Diego Armando Maradona, pero también el cine. Y todo junto se mezcla en Fue la mano de Dios, disponible ya en Netflix. Otro triunfo del cineasta italiano, que de estos ya cosecha unos cuantos.

Sorrentino viaja a su Nápoles natal para abrirnos su alma, su corazón. El origen de todo. Allí utiliza a su alter ego, Fabietto Schisa para presentarnos a su familia, su recuerdo de juventud. Ya digo, la semilla de lo que hoy es. Un canto a la vida, donde la tragedia y la comedia se dan la mano. Es misma que el astro argentino usó para llevar a su país y a la vieja región napolitana a alcanzar el Olimpo de los dioses.

Durante dos horas, Fue la mano de Dios tiene tiempo para homenajear a clásicos como Fellini (esa Amarcord bulle por los cuatro costados), la pasión por un equipo de fútbol (ya lo dijo Campanella en El secreto de sus ojos: Una pasión es una pasión), el sexo, el amor, el sentimiento de pérdida y abandono, la expectación ante un futuro incierto y un presente vacilante... Pero siempre, absolutamente siempre, las ganas de vivir.

La cámara de Sorrentino saca jugo de cualquier esquina de esa Nápoles mágica para transmitir todo esto. Puedes olerla, sentirla, probarla. Tiene imán la propia ciudad, a la que hay que añadir el costumbrismo de una clase media italiana, con sus filias y fobias; la esencia del Mediterráneo y un toque surrealista que ha hecho tan particular a este cineasta. Y también un Toni Servillo que a las órdenes de Paolo es oro puro.

Confieso que en algún momento me hizo tambalear con ritmos pausados y prolongados, algún que otro vaivén argumental, amén de alusiones políticas que, en fin, se las paso por alto. Ya le dijo Sally Field a Tom Hanks que la muerte forma parte de la vida. Y en esta existencia dibujada por Sorrentino, las escenas más apesadumbradas, hastiadas, también son necesarias dentro del todo.

Un director, al que casi le pierdo la fe en The New Pope. Con Fue la mano de Dios vuelvo a creer. Una película necesaria hoy más que nunca, donde la sociedad está tan preocupada de no morir, que se ha olvidado de vivir.

Yo elijo la vida, con todas sus consecuencias. Y hoy, elijo a Paolo Sorrentino.
Argoderse
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8
13 de diciembre de 2021
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
"El sueño va sobre el tiempo flotando como un velero". De genio a genio. Fue Federico García Lorca quien en su obra Así que pasen cinco años reflejaba la tragedia del ser humano, víctima de sus sueños y un tiempo que pasa inexorable y parece alejarlo de su consecución. Tengo sueños pero no tengo tiempo. Años más tarde, Camarón de la Isla le puso voz y música a estos versos que son hoy patrimonio de la humanidad.

Esa desdicha es el motor de un nuevo triunfo de Netflix: Tick, Tick... Boom!, la opera prima de Lin-Manuel Miranda, protagonizada por un apabullante Andrew Garfield, en la piel del neoyorquino Jonathan Larson, compositor de teatro musical que revolucionó el género a principios de los noventa.

La ansiedad y desasosiego que produce el paso de tiempo abruma a un autor, que no acaba de triunfar en aquello para lo que se cree destinado: el teatro musical. Y es que Larson está a punto de cumplir 30 años y sigue siendo camarero en un cutre restaurante de la Gran Manzana, sin estabilidad emocional y de alquiler en un piso cochambroso. Una desazón que se hereda de generación en generación.

Por momentos, Tick, Tick... Boom toma prestado el formato de falso documental, para trasladar toda la montaña rusa de emociones que experimenta el protagonista. Quién no ha vivido todo eso en algún momento de su vida. Construimos sueños, sueños y sueños que nunca acaban de cumplirse. Echamos la culpa al tiempo, por querer abarcar sin apretar. Y el resultado es una desilusión que nos lleva al borde de la depresión, por esa idea mental de querer hacer todo, todo el tiempo, cuando no hay que hacer nada: simplemente vivir.

Dicho lo cual, no solo asistimos al descenso a los infiernos del autor y su intento de caminar hacia la gloria, si no que fuera de la tragedia cinematográfica, somos testigos de la consolidación de un actor, Andrew Garfield, llamado a marcar una época si no se tuerce el renglón.

De la mano de Mel Gibson en 2016, Garfield se quitó el traje de superhéroe de ficción, para paradójicamente ponerse el del soldado Dost en Hasta el último hombre, y llevarse el aplauso merecido de público y crítica. Ya entonces (sin olvidar La red social) se veía que había mármol para esculpir un David del Hollywood moderno. Y en este trabajo de Netflix queda certificado el talento de un actor, que parece moverse como pez en el agua en esto de los biopics.

Los números musicales de Tick, Tick... Boom! son sus otros puntos fuertes. Pese al caótico ritmo narrativo que imprime su director, y que tendrá que pulir de aquí en adelante, las coreografías y secuencias melódicas encajan perfectamente en el desarrollo de la trama argumental.

Y a la vez sirven de expresión para denunciar estigmas que creíamos superados, como responsabilizar a un colectivo de una enfermedad que ha segado millones de vidas desde entonces. Hablo del intento (entonces y aún hoy) de estigmatizar a la comunidad gay a través del sida. Una denuncia muy evidente en la película y bien traída a esta época.

De hecho, si Larson sirvió de revulsivo en el género de los noventa, fue por ponerle letra y música a cuestiones como la homofobia, el racismo, la multiculturalidad o las adicciones. Fiel a su legado, Lin-Manuel Miranda, con guion de Steven Levenson, mantiene intacta toda esta crítica social, que funciona a las mil maravillas con la comedia. Parece una difícil mezcla, teniendo en cuenta lo que aquí se trata. Pero afortunadamente sale airoso de este riesgo, regalándonos una de las mejores películas del año.

Más datos sobre esta y otras películas en la web de ARGODERSE
Argoderse
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4
9 de diciembre de 2021
13 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aparte de ser ese "barro fino que se forma en el suelo cuando llueve o que se deposita en el fondo de una corriente o un depósito de agua", el lodo tiene otra acepción que tiene que ver con la "degradación moral, deshonra o mala reputación". La primera definición nos acerca a la segunda, para poder llegar a entender El lodo.

Ecología, salud mental, costumbres, dinero, engaños, rencillas de ayer y hoy. El lodo tiene un punto de partida apasionante, pero se desinfla muy temprano. Un totum revolutum que falla por querer abarcar tantos géneros, provocando giros de guion inverosímiles, aún tratándose de ficción.

Sin duda alguna el reparto es lo mejor de largo de una película que tenía muchas posibilidades, pero que falla en su ejecución, en una narración rocambolesca, desacompasada. Echo de menos más momentos de tensión entre Raúl Arévalo y Susi Sánchez. Los dos están soberbios en sus roles, más cuando comparten planos. Incomprensiblemente son pocos estos momentos.

Por lo demás, no deja de ser una obra donde la ciudad y el campo chocan; modernidad o tradición. Armonizar esos arquetipos sociales son una mina de oro para la literatura y, en este caso, el cine. Sin embargo, con El lodo hay una oportunidad perdida, quedando en un mero melodrama de gritos, violencia gratuita y otros clichés de actualidad. Otra vez será.

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