Película dirigida por Robert Eggers, autor de la también excelente The Witch. Está claro que este autor es un gran creador de atmósferas, tan líricas como perturbadoras. La atmósfera, por decirlo de otro modo, no es un simple acomodo al servicio de la trama, sino que es parte esencial de ella. Fotografía en blanco y negro con influencias del expresionismo alemán. Encuadres y primeros planos, si se me permite el atrevimiento, también muy bergmanianos.

La pareja de actores, Willem Dafoe y Robert Pattinson, realizan un trabajo sobresaliente, especialmente el primero, que crea un personaje para el recuerdo, qué maravilla de viejo zorro marino. En fin, la historia puede ser interpretada como parábola del descenso a los infiernos de un alma desquiciada, con el faro como símbolo totémico del inconsciente represor. Diría, sin embargo, que no es una historia para ser comprendida, sino más bien para ser experimentada. Aves marinas como emanaciones de dioses vengativos y sirenas lúbricas en descomposición.
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Por último, cabe mencionar que en tiempos recientes se han realizado varias obras de temática muy similar. Dos perdedores condenados a convivir en una isla minúscula, atravesados por el remordimiento y la culpa, a refugio en el faro de las inclemencias de un paisaje desolador, acaban siendo pasto de una locura que los desborda. Esta es, con gran diferencia, la mejor de todas: un filme redondo, que transpira clasicismo vanguardista.