Repasando la carrera de Michael Winterbottom cabría preguntarse si no sería la personificación de la duda, del eterno debate que trata de dilucidar la diferencia entre el autor cinematográfico y el mero artesano. No cabe duda que sus continuos saltos de género y su indefinición estilística (no como factor negativo, sino como imposibilidad de establecer unas líneas maestras de dirección que permitan identificar su estilo en un fotograma) le situarían en la categoría de artesano competente. Sin embargo es el propio cineasta quién realiza sus producciones desde la óptica del autor, buscando imprimir algo así como un sello Winterbottom, una marca registrada de cine de calidad que se desmarque del mainstream más convencional y que pueda satisfacer a un público más próximo a las pequeñas historias o a un cine más arriesgado.

Con ese propósito el director nos propone esta “Génova”, un drama familiar que juega una vez más con la idea del escapismo como vía de redención ante la tragedia. Precisamente la idea de fuga es una constante durante todo el metraje; una fuga geográfica en busca de el punto cero, un nuevo lugar, un nuevo inicio, una fuga de la realidad de una niña intentando expiar su complejo de culpa a través de una fantasmagoría redentora, fuga de una adolescente que pretende huir de si misma mediante actos de consabida rebeldía juvenil y de un padre fugándose de un pasado que no puede asumir.

Incluso estilísticamente asistimos a una cámara nerviosa, omnipresente, veloz en sus continuos travellings y aproximaciones en primer plano, en sus reencuadres en zoom, en sus recorridos coloristas por una ciudad que se quiere presentar a la vez poética y romántica pero con sus sombras y presencias amenazantes; una ciudad que funciona como propia metáfora de los estados anímicas de la familia retratada, de su lucha entre el anhelo esperanzado y su alma atormentada.

Sin embargo en esa idea de fuga, de velocidad hay algo que no funciona, no tan sólo el hecho de que asistimos a una historia con cierto regusto a deja vu sino que al fin y al cabo uno siempre tiene la sensación de viaje a ninguna parte. Es evidente que cada plano, cada momento esta perfectamente planificado y pensado, y precisamente por ello se produce un cierto ahogo argumental, como si la omnipresente presencia del director, su continuo interés por demostrar quién es el que maneja la orquestra, atascara un argumento por momentos reiterativo, que no consigue avanzar en ningún sentido concluyente y que tampoco permite ser tomado como un simple retazo de cotidianidad por su evidente intención de profundidad. (sigue en spoiler)