J.J. Abrams explicó en una famosa conferencia que le interesaba más el suspense que las respuestas. Y ponía como ejemplo de ello una suerte de caja-MacGuffin a la que llamaba "la caja mágica".

Y de eso trata "Lost": de preguntas que llevan a otras preguntas. De suspense. De incógnitas.

Pero hay un fallo fundamental que Abrams, Lindelof y sus guionistas no tuvieron en cuenta: los seguidores de la serie querían ver abrirse la caja.

¿Qué sucedió cuando la caja se abrió? Que todo el mundo se dio cuenta de la horrible verdad. La caja estaba vacía. A los responsables de la serie les había preocupado tanto el recorrido que nunca pensaron en cómo iba a acabar el viaje. Y ahí es donde todo se derrumba. Pese a pobres respuestas pseudoreligiosas a lo sucedido, los cabos quedan sueltos. Los fans quedan insatisfechos.

Y tanto J.J. como sus colegas se revelan como lo que son: vendedores de humo que no hicieron otra cosa que plantear preguntas para atrapar a los espectador sin tener en cuanta las respuestas. Tramposos llenos de ambición incapaces de cerrar una historia innecesariamente complicada.

Porque la caja de J.J. no era mágica. Simplemente estaba vacía.

Aunque convenció durante más de un lustro a millones de personas de que su contenido, una vez desvelado, sería asombroso y hechizante.

Namasté, fans de la serie. Que tengáis una buena vida.