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España España · Salamanca
Voto de La Maga:
7
Acción. Romance. Fantástico Corre el año 859 d.C. y la dinastía Tang, una vez floreciente, ha entrado en decadencia. El malestar se extiende por todo el país, y el corrupto gobierno tiene que enfrentarse en todas partes con ejércitos rebeldes. El más poderoso es el de la "Casa de las Dagas Voladoras", que se está haciendo cada vez más fuerte gracias a un nuevo y misterioso líder. Dos capitanes, Leo y Jin, reciben la orden de capturarlo y para ello elaboran un ... [+]
12 de enero de 2007
28 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gracias al Tigre y Dragón (2000) de Ang Lee, el género wuxia (espadachines y caballería) se convirtió en comercialmente interesante para los directores orientales. Así lo confirmaría Zhang Yimou con sus dos últimos películas, Hero (2002), y La casa de las dagas voladoras, estreno que nos ocupa. A pesar de que ambas se enmarcan bajo las mismas coordenadas, sus diferencias son visibles, y como consecuencia, sus resultados también lo son.
Si en la primera, el artífice de Sorgo rojo (1987) y la Semilla de crisantemo (1990) homenajeaba las influencias shakespeareianas del Rashomon y el Ran de Kurosawa en una sabia combinación de historia y leyenda, en la segunda, se decanta más por la fábula romántica. Eso sí, ambas poseen la misma envoltura, o mejor dicho, un prodigioso estilo visual, el intento de una sugestiva expresión esteticista por emular las cargas emotivas que el fondo suele encerrar en el cine. El inconveniente de estas peligrosas iniciativas radica en la posibilidad de un precipicio, el del vacío, pero cuando tras las cámaras habita un ser con las aptitudes y el mundo personal de Yimou, el desencanto sólo puede provenir de la cantidad desproporcionada de emotividad. Porque eso es La casa de las dagas voladoras, una mezcla intercalada de intimidades y luchas protegidas por la belleza del encuadre y el color.
En esta ocasión, la música de Umebayashi y las coreografías de Ching Siu-tung no son suficientes para contrarrestar el desequilibrio que se percibe entre la emoción y la acción, lo que lastra todo un conjunto no carente de encantamiento: la danza de los tambores, la primera emboscada, la escena en la que Mei palpa el cuerpo de Jin para detectar sus habilidades físicas, y un desenlace sobre la nieve que firmaría el mismísimo Tarantino.
Ojalá el género no se occidentalice con la creciente rentabilidad que ya está experimentando. Ya no podríamos disfrutar igual del rostro de sus heroínas, como el de Zhang Ziyi (Tigre y dragón, Hero, 2046), auténtica perla oculta de esta cinta, magistral actriz en la línea de Maggie Cheung y Gong Li, que por fin ha encontrado la madurez suficiente para convertirse (por mucho tiempo) en musa, de al menos, un espectador.
La Maga
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