Pagafantear es tan antiguo como la prostitución, existe desde que el mundo es mundo. Los monos se pagafantean entre sí: te consigo dos platanos, y eres mi mona preferida. Pero, ironías de la vida, la mona se va con el orangután que es más suyo, más egoísta.

Como decía Gordon Gekko, (Wall Street) lo más valioso de éste mundo, es el tiempo, porque todo el que se malgaste con alguna/a inmadura, no lo recuperarás jamás. Ir de pardillo, de chico majete y sensible, puede desnortar al sector femenino: mujeres que tienen tatuado a fuego el falocentrismo y la sociedad patriarcal desde el momento mismo de ser destetadas, donde el egoísmo, la dominación y el control es sinónimo de seguridad, romanticismo y estabilidad.

Ellas entienden el romanticismo como un acto penitencial de sufrimiento, de catarsis. Que inexorablemente desembocará en una profecía autocumplida: el autoengaño y el tranquimacín. La falacia ontológica del destino manifiesto: soy única, soy una princesa y necesito mi príncipe azul, (entendido éste como la pastilla de Prozac de color azul y la sinfonía del canal Divinity)

Sin embargo, la natura es muy inteligente, (y cruel) y por más que alguien alguna vez te diga: somos amigos, sólo recomiendo una cosa: conserva la amistad, si y solo sí, la chica en cuestión tiene amigas potencialmente follables. El resto sólo te conducirá a una desagradable y aséptica decepción abocada a un final tan sórdido como triste, reflejado por Lope de Vega cientos de decenios antes de que tú, insufrible lector, nacieras: el perro/ o la perra del hortelano. Además, los monos nunca saltan a otra rama, sin tener agarrada otra: no es egoísmo, es una muestra biológica de evolución.

Una película que caricaturiza la figura del pagafantas y que muestra, (quizá con demasiado bulto) lo que nadie en su sano juicio debería hacer: convertirse en un muppet de cualquier choni sin personalidad.