La historia carecería de interés si no fuera por el duelo interpretativo de Paz Vega y Morgan Freeman. Sólo así se toleran las elucubraciones filosóficas, que parecen sacadas de un manual de auto ayuda (en particular del psicólogo Jorge Bucay), dentro de una trama en la que no pasa nada. Salvo las situaciones cotidianas en una zona de lo más cutre de Los Angeles, alejada del esplendor de Holliwood, donde el protagonista se encuentra desplazado. No hay claros fracasados ni triunfadores. La acción no existe como tal. Sólo unos momentos y unas vivencias concretas de dos personas muy diversas, que se cruzan accidentalmente y con toda probabilidad nunca volverán a encontrarse.