Thriller futurista basado en el manga "Riki-Oh" (escrito por Masahiko Takajo e ilustrado por Saruwatari Tetsuya) que sigue las andanzas de Ricky, un enigmático individuo que acaba de llegar a una prisión. Prisión que, por otro lado, está controlada por empresas privadas, al igual que sucede en el resto del mundo. La acción tiene lugar en un futuro cercano: el año 2002 (el filme es de 1991) y, ciertamente, he de reconocer que se trata de una adaptación bastante fiel, al menos en el apartado de la violencia mostrada.

Nos encontramos ante una serie B en toda regla: decorados muy limitados y pobres, actores mediocres (y eso siendo bastante generoso), efectos especiales que dan grima, guión inexistente... Empero, la película es fácilmente disfrutable, siempre y cuando sepamos a lo que vamos, es decir: enfrentamientos a muerte desde el primer minuto hasta el último, aderezados con litros y litros de sangre (o más bien tomate, para que negarlo), maniquís por doquier, vísceras para dar y tomar... En definitiva, uno de esos espectáculos gore que tanto alegran a uno el día.

Pero como he dicho, tengo sentimientos encontrados. De un lado veo la película y no puedo evitar una sensación de vacío absoluto en términos de historia. El guión es prácticamente inexistente. Se trata más bien de una sucesión de escenas hilvanadas de manera un tanto precipitada e inconexa que dan como resultado una amalgama sin demasiada lógica de enfrentamientos y vísceras. El diseño de producción está a la altura del betún, las interpretaciones rozan el ridículo (ese ente común que conforman todos los presos de la cárcel me marcó) y las motivaciones de Ricky son de lo más variopintas, eso sí, siempre centradas en la venganza, una venganza que no conoce límites, y que unas veces será por motivos más o menos justificados, pero otras simple y llanamente porque le han mirado mal.