Atractiva propuesta desde sus inicios que perdura sin apenas resentirse ni haberse alejado prácticamente nada de su idea inicial con los años. Alguien podría preguntarse, a éste respecto, cómo demonios se consigue encuadrar a una especie de ninja en la España del siglo XVII sin restarle crédito a toda la historia; y seguramente no le faltaría parte de razón. Pero aunque justificarlo y hacerlo creíble no esté exento de dificultad por parte de los guionistas, por algún punto hay que empezar. Quiero decir con esto que, precisamente, uno de los mayores activos con los que la serie cuenta son exactamente eso, sus guiones. Los dramas vividos, las conspiraciones, todas las intrigas, es todo tan cuantioso que a veces puede llegar a costar discernir entre lo verosímil de lo que no lo es. Pero sin embargo, al mismo tiempo es lógico que un argumento así cuente con tramas tan retorcidas para lograr conectar.

La mención especial también hay que hacerla por todo el elenco de actores, otro de sus grandes valedores. Ellos consiguen dar vida, de manera brillante, a sus respectivos personajes. Javier Gutiérrez, Miryam Gallego, José Ángel Egido o Xabier Elorriaga, entre otros, están simplemente incomensurables en sus respectivos papeles. Es justo decirlo.
Precisamente, hablando de los actores, quiero hacer una reseña particular -salvando evidentemente las distancias- porque de alguna manera lo recuerdan. La acción gira, en su mayor parte, en torno a los personajes de Gonzalo de Montalvo-Águila Roja (David Janer) y Sátur (Javier Gutiérrez); he aquí que cuando éstos representan al amo y su fiel escudero, respectivamente, en sus muchas andanzas, guardan ciertas similitudes con el Quijote y Sancho Panza de Cervantes. Si Sátur tuviera un sobrepeso evidente y cabalgara a lomos de un asno en vez de un caballo, la comparación sería aún mayor. Pero esto es una pequeña licencia que yo me permito.

Hay que reconocerle el mérito a sus hacedores, de conseguir crear una serie de época y que ésta consiga enganchar a la audiencia desde el primer día. Esto me lleva a hablar de la parte negativa de la misma. No se puede justificar -para que sobre todo cierto sector de la potencial audiencia empatice-, que ciertos personajes, aunque sólo sea de vez en cuando, usen en sus diálogos expresiones más frecuentes de la época actual que del Barroco español. También resulta bastante irrisorio cómo, a veces, el recurso utilizado del "slow motion" en las diversas peleas, deja al descubierto -por supuesto a propósito, que ya es más grave- ciertas digamos... "habilidades" del héroe; ejemplo: desviar con su katana una bala.
De todos modos, esta especie de contrapuntos expuestos no merman, bajo la humilde opinión de un servidor, la calidad más que patente de la serie.