Podríamos atribuirle al desembarco de los músculos de Bruselas en la plataforma de streaming más popular del planeta tanto la aspiración de llegar a erigirse en su particular canto del cisne como de una hipotética resurrección -¿pero es que realmente había muerto?- de la carrera cinematográfica para la mayor estrella europea del cine de artes marciales. Porque mención aparte a su esclarecedor título, 'El último mercenario' es reincidente, como ninguno de sus títulos videográficos últimos, y al igual que la (desgraciadamente) fulminada 'Jean-Claude Van Johnson' auspiciada bajo el paraguas de AmazonPrime, una virtud que, pese a no haber aprovechado con tanta asiduidad como querríamos a lo largo de su trayectoria, ha de señalarse tan reconociblemente como los volantines, las patadas giratorias o el split de piernas del belga, demostrando en lo estrictamente interpretativo -y no pienso entrecomillarlo ni ironizar- su amor jamás disimulado por las comedias de acción que patentó su ídolo Jean-Paul Belmondo y que derivaron hacia lo que hoy se define en personalidad del género. Tanto que esto es más una cinta francesa de tiroteos, golpes y persecuciones aliñados en la consabida sobreactuación marca de la casa que otro vehículo de Jean-Claude: te aconsejo no fiarte demasiado del cartel.
JCVD abraza su regreso a un gran estudio -ateniéndonos al volumen de infraestructura corporativa y financiera, Netflix lo es sobradamente- de la mejor forma que podría materializar su comeback: al cabo de 32 años, vuelve a deleitarnos con el 'bailecito' antes de acudir a la cita discotequera junto a la icónica Miou-Miou.
Pero tengo dos dudas: ¿Jean-Claude ha vuelto para quedarse? ¿realmente se había ido?
'El último mercenario' (2021, David Charhon) y 'Lukas' (2018, Julien Leclerq) sirven para demostrar que, independientemente de lo novedoso que sea un género para él, si actualmente le queda un santuario a Jean-Claude Van Damme sin tener que salir de su propio continente se encuentra en los Pirineos, no en Europa del Este.