Con la película de Steven Spielberg dan ganas de irse con los alienígenas a vivir la vida unos cuantos años. Spielberg mostró al mundo su obsesión por los alienígenas por culpa de la lucecita de Tiburón, y la canalizó en Richard Dreyfuss y los demás "iluminados" elegidos que la materializaron en montañas de puré de patata, dibujos a lápiz y construcciones basadas en sus propias basuras.

Spielberg demuestra su magia nuevamente, y a día de hoy parece más una película de finales de los 80 que de finales de los 70. Los efectos especiales son buenos, pero no son más que un envoltorio bonito para una historia notable, que presentaba a los extraterrestres como algo distinto a entes que querían destruir el planeta Tierra. El final es tan mágico (aunque excesivamente largo) que más de uno estaría feliz con una hipotética invasión alienígena. Lo cierto es que la amigable actitud de los seres dan ganas de pensar que algún día podría hacerse realidad.

Porque Spielberg en esta ocasión ha hecho una película bastante personal, y no para gustar a todo el mundo. Su extensa duración no impide que sea muy entretenida, y aunque si nos ponemos a pensar en ella nos acordamos de un par de momentos puntuales lo cierto es que el resto de la película se ve sin problemas, y no desmerece los momentos álgidos. Resumiendo, no hay paja, nada sobra.

Recomendable para los ansiosos del contacto con otras inteligencias, e incluso muy buena para todos aquellos que quieran simplemente ver una película. Entretenida y sentida. Cuando alguien hace una película de estas características y le apasiona a esos niveles el tema que trata, se nota más allá de lo que vemos en pantalla.