Pocas veces he deseado que una película continúe, lo digo en el buen sentido claro, porque su final es justo y medido para provocar ese sentimiento, ese momento que nos haga seguir soñando con lo que será la nueva persecución del "Acheron", mientras los protagonistas tocan una pieza clásica instrumentos en mano y Peter Weir nos deleita con el soberbio travelling final-barco que se aleja y se vuelca, mientras la cámara hace la filigrana circular- de su epopeya marítima.

El tiempo se encargara de ponerla en su sitio como merece y como lo que es, todo un clásico que destila el mejor aroma de aquellas épicas producciones del Hollywood dorado.

Obra Maestra.