La revisión de esta Lolita de Adrian Lyne confirmó por completo la impresión que me dejó su primer visionado. Cine de gran calado, poesía visual y atmosférica, dirección impecable y actuaciones deslumbrantes de sus brillantes protagónicos. Un Jeremy Irons sobresaliente da vida a un profesor que ha quedado marcado de joven por una pérdida amorosa. Pero esto no pasa de ser una excusa lábil para justificar el incontrolable hechizo bajo el que cae a la vista de Lolita, prototipo de la ninfa sensual -encarnada con notable solvencia por Dominique Swain-, de quien pronto consigue apoderarse como si de un botín maldito se tratase, embarcándose en una demencial road race hacia ninguna parte.

Se entiende que el film no pueda sustraerse de la sombra que fatalmente le proyecta la naturaleza controversial del argumento, pero es sin duda un alto exponente cinematográfico, digno del gran clásico de Nabokov.