Es inspirador encontrarse de vez en cuando con artistas que comprenden y exploran el potencial de la animación. En este caso nos encontramos con algo con una voluntad expresiva impactante. Glen Keane, a quien desde hoy tendré en cuenta como es debido, nos ofrece una breve historia sobre el nacimiento y desarrollo de un niño y una niña con un destino compartido (acompañados por un perro muy longevo, al parecer). Aquí no importa la ambientación que rodea los protagonistas. Basta con un fondo azul marino para resaltar la profundidad y belleza de las suaves líneas de azul brillante que definen a la pareja. Keane pone todo su talento en dar vida y belleza sus cuerpos (es evidente una clara admiración clásica de la figura humana) poniéndolos en situaciones que faciliten la posibilidad de mostrar el potencial que tienen para expresar con el movimiento (el chico termina siendo un escalador y la joven una bailarina). Aderezado por una emotiva banda sonora, este corto hace complicada la faena de no soltar alguna lágrima cuando el final llega en forma de beso apasionado. Es imposible negar que la historia ha sido mil veces representada, pero el propósito radica en probar una vez más que, de hecho, la animación es capaz de emocionar sin diálogos que la sustenten. La delicada fantasía que supone en sí misma ya la dota de esa belleza imposible en la realidad, siendo finalmente una hipérbole poética del amor. El mayor símbolo de unión romántica, derrochando rayos de luz y energía, con un dibujo delicado y extremadamente pulido con el afán de ser hermoso hasta decir basta, y hacernos sentir otra vez esa conexión invisible que existe entre dos fuerzas que se atraen irremediablemente.

Y lo consigue.