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Voto de Archilupo:
7
Drama Maloin es un vigilante de una estación de tren que, de forma casual, es testigo de un asesinato, y acaba haciéndose cargo de una maleta llena de dinero que trastocará para siempre su vida, acarreándole muchos problemas. Inspirada en la novela de Georges Simenon "El hombre de Londres". (FILMAFFINITY)
18 de abril de 2009
35 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
La menospreciada narrativa de Simenon plasma con radical economía y sin retórica un duro retrato del hombre, de la parquedad de su existencia.
Bela Tarr toma como partitura una novela del escritor belga y orquesta una obra cinematográfica, un mundo portuario gris y semidesierto, de luz entre plomiza y pizarrosa, donde llueve a menudo y mucho tiempo es de noche.

Tarr mantiene la base de intriga y la estetiza, intenta elevarla a misterio, con un lenguaje peculiar, muy elaborado en su simplicidad.

Desde el interior acristalado de una atalaya de vigilancia, la cámara en movimiento filma cómo el pasaje de un barco desciende a las sombras del muelle. El prolongado plano-secuencia, que se fragmenta gracias a las divisiones de la cristalera, anuncia el sello del voluntarioso estilo.
La tensión: el torrero ve desde su puesto un crimen en un rincón apartado. Juega una baza sigilosa, con la que sacar de la pobreza a su familia. Comprende angustiado que le puede salir fatal, y durante días aguarda astuto una jugada que le salve.

La cadencia es despaciosa y hay repeticiones acústicas que rozan lo machacón; son series de sonidos en primer término, marcando ritmo: pasos, oleaje, reloj, acordeón, el cuchillo del carnicero… La estrategia es semejante al monótono recitado de mantras, o el dar vueltas y vueltas de los derviches giróvagos, que inducen una especie de trance y cambian la percepción. El paso a una percepción no realista sino estética busca Tarr con la lentitud extrema y las rítmicas repeticiones. El contraste con los hábitos vigentes (trepidación, velocidad sin pausa, hablar como ametralladoras) es muy fuerte y, como ocurre con las mencionadas técnicas, el peligro de caer dormido en vez de cambiar la percepción es real.

A la hipnosis estética contribuyen la subrayada lentitud, el que no aparezca ni un coche ni un vehículo, excepto unos metros de tren; las caminatas de los personajes, seguidas por la cámara en sus rostros; el silencio imperante, que realza lo mínimo de los diálogos; los movimientos coreografiados, como el descenso de los pasajeros del barco; los encuadres abstractos, que demoran el reconocimiento de los objetos; las frecuentes tomas a los personajes de espaldas; la nitidez de la contrastada fotografía, magnífica …

En las figuras de los personajes ocurren cosas constantemente, y en profundidad. Los actores trabajan bien; Tilda Swinton, muy bien; y mejor aún quien hace de inspector (István Lénárt). Su fisonomía es más bien orografía. La cámara la trata como un paisaje rocoso. Los primeros planos de todos son abundantes y prolongados. Y muy intensos: en la quietud se actúa con parpadeos y pestañeos. ¡Hasta con las pupilas y las líneas del iris!

Bela Tarr declara que busca representar a un tiempo “el aspecto universal y cotidiano de la vida, en una obra que es a la vez cósmica y realista, divina y humana”.

Es como representar al océano y a la humanidad en la imagen de una playa. Se puede.

(7,5)
Archilupo
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