Un western que no es un western y un thriller que tampoco es thriller. Estamos ante una película que trasciende su etiqueta de género; una película de Martin Scorsese que posee grandes virtudes, pero no está exenta de algunos defectos. Sin embargo, el resultado final es encomiable, terminas de ver la película y hay imágenes e ideas visuales que quedan en tu memoria, lo cual tiene mérito sobresaliente considerando el panorama cinematográfico de la actualidad, donde la escasez de ideas auténticas y, peor aún, la ejecución de estas ideas con el debido talento son el común denominador en el llamado séptimo arte.

La narración se cocina a fuego a lento, este ritmo de la película pausado -que no contemplativo- puede echar para atrás a quienes hoy por hoy están acostumbrados al montaje acelerado y atropellado del cine comercial y los videoclips de consumo en redes sociales. Este ritmo que, inicialmente se usa con sabiduría por parte del director, nos invita a conocer la historia y los personajes y funciona de manera maravillosa para sentar las bases del argumento, sin embargo, esta virtud pierde fuelle porque justamente cuando están sentadas dichas bases, algunas secuencias pueden tornarse reiterativas o previsibles, y al no haber una modulación o cambio de ritmo, se crea inevitablemente una falta de tensión que hace que el hilo conductor decaiga ligeramente. Un thriller que no es un thriller.

A nivel visual, hay secuencias y escenarios maravillosos, algunas de estas secuencias, como los asesinatos en serie que sufre la comunidad Osage, las visiones premonitorias de algunos de sus miembros o el interrogatorio a Leonardo Di Caprio. No obstante, mas allá de la espectacularidad de muchas de estas imágenes, en el plano personal, quedé sediento por un mayor aprovechamiento de los escenarios exteriores, así como de un uso mas contundente del sonido y la banda sonora. Un western que no es western.

Las actuaciones de Leonardo DiCaprio, Roberto De Niro y Lily Gladstone son, en líneas generales, sobresalientes, no obstante, la sobriedad de la interpretación de los personajes principales y secundarios se rompe momentáneamente con la aparición de Brendan Fraser, cuya intervención puede antojarse como un factor distractor respecto al tono esbozado en el metraje precendente de la película.

El epílogo, brillantemente concebido y ejecutado, es indudablemente una de las mejores secuencias de toda la película, el anuncio de las secuelas y el tono de denuncia seguramente tendrán un impacto duradero en nuestra cabeza.

En definitiva, una obra cuyas virtudes trascienden sus defectos, una de las mejores películas de Scorsese en los últimos años, una muestra fehaciente de que el genio creativo del director esta aún vigente para entregarnos cine de alta calidad.