Después de que caiga el meteorito en la parcela de los Gardner empiezan a pasar cosas raras. Y es entonces, cuando el terreno adquiere esa tonalidad galáctica, que saca uno de la lista de los planes inminentes el de acudir al Festival de la Lavanda, en Brihuega.
Es cuando menos interesante el traslado que hizo Richard Stanley desde las páginas del maestro Lovecraft. Da incluso la sensación de que tiene que esforzarse mucho Nicolas Cage, cuya (mala) reputación ya le precedía, para estropear el conjunto por entero, pues Joely Richardson sale poco, los hijos varones no molestan y la niña, de tradición morganática y ojos transparentes, se muestra cualificada.
Presenta, EL COLOR QUE CAYÓ DEL CIELO, no pocos de los ingredientes de las tramas apocalípticas: amplio espectro de pigmentos, una mantis de tinte magenta y el viejo solitario que recita de corrido las cuartetas de Nostradamus; y también presenta, EL COLOR..., algunos puntos comunes con las películas de David Cronenberg, que, en ocasiones, y por ejemplo, recuerda un tanto la madre rubia y abnegada al grotesco Brundle Mosca. Pero vale.
Una opción correcta, EL COLOR QUE CAYÓ DEL CIELO, para un domingo por la noche. Antesala, el domingo por la noche, de lo verdaderamente pavoroso: un lunes si tiene uno que acudir a una oficina donde el tiempo se detiene y en la que los que mandan, aun sin el matiz de un pequeño pony, son la viva personificación del mal.