Mi primer acercamiento al cine de Yasujiro Ozu. El primero, y me parece a mi que el último. ¿Una de las tres mejores películas de toda la historia? Bueno, en fin, seguro que la han elegido al azar, porque perfectamente podría haber sido esta o cualquier otra, todavía no he encontrado ningún argumento para esta elección.

Vale, sí, esperaba que «Cuentos de Tokio» fuera más soporífera y aburrida, y de hecho tiene la única virtud de contarnos algo que es completamente realista: la falta de consideración que los hijos y nietos tienen hacia sus mayores. Claro, que partir de una premisa evidente no te lleva directo hacia una obra maestra. Qué poco exigentes nos ponemos cuando el cine es en blanco y negro. Es que parece mentira que un guión desaparecido, unas interpretaciones horripilantes, unos diálogos pesados, una dirección tan cuadriculada y fría como la de Ozu (pero, ¿qué me estáis contando del travelling?) y unos personajes estereotipados y superficiales, que no ofrecen su punto de vista en ningún momento, se tome como el cúlmen de las relaciones humanas y familiares, y la máxima expresión del Cine.

Por supuesto, cada uno tiene sus sensibilidades, y comprendo que algunas personas en determinadas situaciones puedan conectar con esta película. Sin embargo, el cuadro costumbrista es tan reducido, que llega a ser simple a no poder más. En cualquier animación japonesa se aprecian muchos más detalles de la cultura nipona y sus particularidades históricas que en «Cuentos de Tokio». Las consecuencias de la guerra son inexistentes e incluso se obvian todos los grandes posibles conflictos generacionales, limitándose así a un vago, corriente e impreciso lamento sobre la vejez y la continua insatisfacción de los progenitores, como llegan a afirmar, respecto a sus vástagos, idea esta última que deja muy mal a los padres, en mi opinión.

En la lista esta de Sight & Sound que coloca a «Cuentos de Tokio» como la tercera mejor película, hay que leer hasta el puesto catorce para encontrar la cinta más reciente: «Apocalypse Now» de Francis Ford Coppola, de 1979. Un dato a tener en cuenta.