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Cuentos de Tokio

Drama Una pareja de ancianos viaja a Tokio para visitar a sus hijos, pero ninguno de ellos tiene tiempo para atenderlos, por lo que deciden enviarlos a un balneario. Cuando regresan, la madre pasa una noche en la casa de una nuera, viuda de uno de sus hijos. A diferencia de sus cuñados, Noriko muestra afecto por sus suegros y conforta a la anciana. (FILMAFFINITY)
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Críticas 102
Críticas ordenadas por utilidad
18 de octubre de 2008
246 de 272 usuarios han encontrado esta crítica útil
No había movimiento. Tan sólo planos fijos. Pequeños interiores japoneses. Conversaciones familiares que dicen mucho más de lo que cuentan. Elipsis, diagonales, la asimetría entre los padres y los hijos y los nietos. Ventanas, cables, postes, chimeneas.

Tras una hora de película, ocurre lo imposible: el travelling más emotivo de la historia te golpea, igual que una pedrada. Una pared interminable da paso a los ancianos, sentados en la hierba. Aguardan, en la calle, a que la nuera vuelva del trabajo. Pretenden no dormir a la intemperie. Ese modesto recorrido de la cámara no es otra cosa que una lágrima de Ozu.

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En esta cinta pasa un tren o un barco y notas en el pecho un sentimiento de vacío.
Servadac
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18 de junio de 2008
191 de 209 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es muy fácil conseguir esta película. Y la verdad, no entiendo por qué una película considerada por la prestigiosa revista Sight & Sound como una de las 10 mejores películas de todos los tiempos sea tan difícil de encontrar en alguna videotienda. Tal vez porqué no sea una película fácil. Tal vez por qué se torne lenta en algunos momentos. Tal vez por qué su historia gira en torno a algo tan mundano como una familia de clase media del Japón de la posguerra. No sé, aún no he descubierto la verdadera razón de su desconocimiento y de su poca difusión. Lo único que tengo claro es que es una verdadera fortuna que existan este tipo de películas, tan sabias, tan profundas, tan hermosas. Una historia en la que todos de alguna manera nos vemos reflejados, ya sea como padres, como abuelos, como hijos o como nietos.

Lo primero que pensé al ver la actitud de los hijos de los ancianos es que todos hemos incurrido en lo mismo, voluntaria o involuntariamente. No son precisamente mezquinos, tan sólo son el resultado de una forma de pensamiento que idolatra el trabajo duro y el sacrificio, aún a costa de la propia felicidad. La película es, ante todo, una sutil crítica a los roces generacionales y a los imaginarios sociales y culturales de una época golpeada por la guerra, la desesperanza y las penurias económicas. De igual forma, es una conmovedora historia sobre las relaciones entre padres e hijos, sobre los recuerdos y sobre la inmanente tristeza que conlleva la vejez.

Roger Ebert alguna vez afirmó que nunca había visto a más personas llorar en una sala de cine que cuando se proyectaba Tokio monogatari. Y la verdad, es una película desgarradora. Pero más que apelar a la lágrima fácil, lo que hace es, reflejar, de manera profundamente cercana, una realidad inexorable, y por esto mismo, tan universal. Una película que ninguna persona, que se precie de amar el cine, puede dejar de ver.

Mi nombre es Nelson. Muchas gracias por haber leído mi crítica.
Sociotecólogo
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27 de noviembre de 2008
105 de 122 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué sentimos cuando observamos la hermosura de la Naturaleza? Sentimos que la belleza nos posee, que participamos de la plenitud del mundo por primera vez.

¿Qué sienten los japoneses?

Melancolía. Algo que no llega a ser tristeza. Le llaman mono no aware. Si contemplan un crisantemo, lo que tiene de bello les produce felicidad y lo que tiene de efímero, amargura.

Yo no soy japonés, pero como espectador resabiado, nadie me ha hablado de la forma que lo hace Ozu. Con tanta modestia. Con tanta autoridad. Cuando, como dice servadac, mi médula se estremece hasta el dolor con el travelling más leve y brutal nunca rodado, descubro mi pequeñez. Cuando el anciano espera el nuevo día mientras su esposa termina de vivir, yo me siento desnudo y observado.

Por eso, porque estoy indefenso, reivindico en este caso la mala poesía. Es mi derecho. Mi coartada. Jamás podré hacer unos versos como los de este maravilloso y clásico haiku:

Nace el otoño
Se deslizan las nubes
Y se ve el viento

Y así, cuando Ozu filma el movimiento de las cosas, de las estaciones, de las personas, de los abanicos, de los trenes, de las soledades, sabiendo que nada permanece lo suficiente, yo tan sólo puedo defenderme con este mal haiku, que escribí en honor de “Cuentos de Tokio” y que es una suerte de exorcismo personal:

¿Qué se detiene
Cuando por fin me observa
El amanecer?
Talibán
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10 de enero de 2006
118 de 158 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde que la vi, tengo mucho miedo de hacerme viejo, de tener unos hijos (o unas nueras o unos yernos) más interesados por mis posesiones que por mi bienestar.
Y, más que de eso, tengo miedo de convertirme yo mismo en uno de esos hijos o yernos cabronazos.

No entiendo algunas de las críticas. No hay nada más distinto a unas vacaciones que esta película. Tampoco es sencilla, si nos referimos al contenido. ¿Que no hay metáforas...? ¿Estamos hablando de la misma película?

En el mundo del cine hay distintas fórmulas, todas ellas válidas. Algunos directores le dan más importancia al cómo se cuenta que a lo que se cuenta. Otros, como Ozu en este caso, hacen todo lo contrario.

Un consejo: busquen un cónyuge como Noriko. Más vale sólo que mal acompañado.
jastarloa
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6 de noviembre de 2007
84 de 99 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si una persona después de ver esta película no siente la necesidad de comportarse de manera más compresiva con sus padres o con la gente en general es porque está ya bastante perdida.

Es tal la sabiduría y la elegancia con la que se reflexiona sobre la vejez, sobre la familia, sobre la muerte y sobre el paso del hombre por este mundo difícil, que uno puede llegar a sentir incluso algo de vergüenza, al pensar en las conductas cotidianas que tenemos en ocasiones con personas cercanas o de la familia.

Al ver a esos ancianos deambulando solos por Tokio porque sus hijos no tienen tiempo para ocuparse de ellos durante su temporal estancia en la ciudad, no puedo evitar pensar en mis propios padres, que tienen una edad parecida, y uno siente profundamente el patetismo y la tristeza con la que en ocasiones tenemos que aprender a convivir.

Una historia triste y de belleza indestructible, intemporal y universal.
tolstoievska
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