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4
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13.950
Fantástico. Romance. Infantil
Cuenta las andanzas de la Ella (Lily James), una joven cuyo padre, un comerciante, vuelve a casarse tras enviudar. Para agradar a su padre, acoge con cariño a su madrastra (Cate Blanchett) y a sus hijas (Holliday Grainger y Sophie McShera) en la casa familiar. Pero, cuando su padre muere inesperadamente, la joven queda a merced de unas mujeres celosas y malvadas que la convierten en sirvienta y la relegan a la cocina. Pero, a pesar de ... [+]
10 de junio de 2017
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Disney quiere llevar a imagen real sus cuentos más tradicionales en animación, una idea que en principio es brillante pero que como siga así va a quedar en una de esas ideas que nunca debieron haber existido.
Kenneth Branagh dirige la adaptación de «La cenicienta», una de las historias más importantes de la factoría y de los cuentos en general. La chica despojada de su estatus y de sus riquezas y obligada a servir como criada para su madrastra y sus hermanastras, todo un compendio de miedos infantiles y de propuestas de vida y ética. Tanto es así que parece que se nos olvida algo fundamental: que estos cuentos no son historias románticas, sino moralejas, incluso fantasías adultas de mayor o menor profundidad psicológica. A veces he leído críticas hacia «La cenicienta» (y otras similares) por basarse en unas relaciones amorosas falsas, compuestas por flechazos idílicos con unos príncipes sin nombre y sin personalidad; pero esto es no saber entender que la trama principal no gira en torno a un enamoramiento o un romance, que de hecho ese amor es solo el premio, la culminación vital de la heroína por el valor que demuestra, y que debemos fijarnos en el camino que la lleva hasta ese príncipe, no en el príncipe en sí.
Ahora que somos más modernos, lo hacemos al revés, cosa curiosa, y lo que nos cuenta «Cenicienta» de 2015 es una historia de amor edulcorada, sosa, amanerada, relamida y ñoña hasta decir basta, y además envuelto todo en kitsch barato, rococó y barroco, todo pesado y cursi. Es que parece que nos quedamos siempre con lo obvio y no somos capaces de ir más allá, de abrir el cuento y quedarnos con sus entrañas. En esas entrañas Cenicienta no es una pava infantilizada y, sí, cursi que sonríe por todo y a quien se le hace la pelota sin demostrar esa gentileza y ese valor que se le presume; sino que Cenicienta es una dama que actúa, que tiene principios nobles, que tiene carácter, y que cuando perdona, perdona de corazón, sin orgullo, que de eso va la historia.
Esa familia de Cenicienta con la sonrisa siempre en la boca, en plan «qué maravillosos y felices somos», o las mariposas que la Hada Madrina le endosa al vestido de Cenicienta son solo un par de ejemplos de su espíritu repipi y azucarado, que no puede justificarse ni aun pensando que esta película se dirige a niños. A los niños no debemos tratarlos con esa cursilería, hay que enseñarles valores y estéticas más consistentes. El reparto no destaca para nada, aunque Cate Blanchett lleva un vestuario impresionante y Helena Bonham Carter parece el doble femenino de Johnny Depp; estos dos se mueven igual, actúan iguales... ¿será influencia de Tim Burton?
Una película básicamente indiferente. Disney, céntrate.
Kenneth Branagh dirige la adaptación de «La cenicienta», una de las historias más importantes de la factoría y de los cuentos en general. La chica despojada de su estatus y de sus riquezas y obligada a servir como criada para su madrastra y sus hermanastras, todo un compendio de miedos infantiles y de propuestas de vida y ética. Tanto es así que parece que se nos olvida algo fundamental: que estos cuentos no son historias románticas, sino moralejas, incluso fantasías adultas de mayor o menor profundidad psicológica. A veces he leído críticas hacia «La cenicienta» (y otras similares) por basarse en unas relaciones amorosas falsas, compuestas por flechazos idílicos con unos príncipes sin nombre y sin personalidad; pero esto es no saber entender que la trama principal no gira en torno a un enamoramiento o un romance, que de hecho ese amor es solo el premio, la culminación vital de la heroína por el valor que demuestra, y que debemos fijarnos en el camino que la lleva hasta ese príncipe, no en el príncipe en sí.
Ahora que somos más modernos, lo hacemos al revés, cosa curiosa, y lo que nos cuenta «Cenicienta» de 2015 es una historia de amor edulcorada, sosa, amanerada, relamida y ñoña hasta decir basta, y además envuelto todo en kitsch barato, rococó y barroco, todo pesado y cursi. Es que parece que nos quedamos siempre con lo obvio y no somos capaces de ir más allá, de abrir el cuento y quedarnos con sus entrañas. En esas entrañas Cenicienta no es una pava infantilizada y, sí, cursi que sonríe por todo y a quien se le hace la pelota sin demostrar esa gentileza y ese valor que se le presume; sino que Cenicienta es una dama que actúa, que tiene principios nobles, que tiene carácter, y que cuando perdona, perdona de corazón, sin orgullo, que de eso va la historia.
Esa familia de Cenicienta con la sonrisa siempre en la boca, en plan «qué maravillosos y felices somos», o las mariposas que la Hada Madrina le endosa al vestido de Cenicienta son solo un par de ejemplos de su espíritu repipi y azucarado, que no puede justificarse ni aun pensando que esta película se dirige a niños. A los niños no debemos tratarlos con esa cursilería, hay que enseñarles valores y estéticas más consistentes. El reparto no destaca para nada, aunque Cate Blanchett lleva un vestuario impresionante y Helena Bonham Carter parece el doble femenino de Johnny Depp; estos dos se mueven igual, actúan iguales... ¿será influencia de Tim Burton?
Una película básicamente indiferente. Disney, céntrate.