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Voto de Anibal Ricci:
8
Thriller. Drama Desesperado por salvar a su mujer, Willard Russell convierte sus oraciones en un sacrificio. Las acciones de Russel llevan a su hijo Arvin a pasar de ser un niño que sufre abusos en el instituto a convertirse en un hombre que sabe cuándo y cómo ha de pasar a la acción. Los acontecimientos que se dan lugar en Knockemstiff (Ohio) desatan una tormenta de fe, violencia y redención que se desarrolla a lo largo de dos décadas.
11 de octubre de 2020
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Una buena película, se acerca bastante al tono narrativo de un libro: los encuadres anidan imágenes poderosas y a su vez el director encapsula apropiadamente las escenas que corresponden a cada personaje. El guion está adaptado de la novela homónima de Donald Roy Pollock. Una voz en off comienza y termina este recorrido que recuerda a “Cien años de soledad” y su familia que se desvanecía con el paso del tiempo. En esta historia quedará un personaje que cargará en su memoria el recuerdo de estos acontecimientos, quizás por otros cien años. El narrador es omnisciente y da cuenta de varias familias repartidas entre dos pueblos perdidos en Ohio, cuyas historias se emparentan entre sí, pero no para bien, sino para mostrarnos unos eventos desgraciados que van consumiendo sus almas.

Willard Russell ha sido un padre cariñoso con Arvin, pero le demuestra al hijo que en este mundo siempre han existido “inútiles desgraciados” y la única manera de mantenerlos a raya es aguardar el momento adecuado y darles una paliza que no olviden. Arvin suponía que la violencia era normal dentro de la lógica del mundo. La religión cristiana cubría esos episodios con su capa invisible, por lo que Russell necesitaba orar a diario para buscar el perdón.

Los personajes de la cinta transitan desde el fanatismo al escepticismo, siendo la religión cristiana el centro de todo lo que conocen. Son seres que no entienden el mundo de otro modo, supersticiosos en lo que se refiere a Dios, su ignorancia pueblerina es abismante. Arvin creía en Dios, pero entendía mejor el lenguaje de una paliza descomunal. La religión estaba para perdonar esos actos.

Las religiones suelen dar un significado a la muerte. “Dios se la llevó antes por su inocencia”, “Su alma se fue al cielo”, “Dios no te impondrá más carga de la que puedas soportar”, son frases que el sacerdote declama en el altar y que los feligreses terminan creyendo de tanto escucharlas. “Vendrá el Juicio Final y Dios nos resucitará de entre los muertos”, la sola idea de resurrección en una mente ignorante, permite inocular fanatismos como el del predicador Roy Laferty. Algunas personas repetirán esas frases con fe ciega y se transformarán en seres extraviados que no le dan a la muerte un sentido real.

El padre de Arvin luchó en la guerra, probablemente en el nombre de Dios. La religión puede llegar al extremo de justificar la violencia y es capaz de perdonar y trivializar un acto tan definitivo como quitar la vida de otra persona. Ante la irracionalidad que le inculcó desde pequeño la religión, Alvin sólo es capaz de canalizarla en actos violentos. Nunca tuvo otra opción y mientras huye del pueblo haciendo autostop, se encuentra con la pareja de lunáticos asesinos, de nuevo no tiene opción y siente que debe volver al pueblo de su infancia y enterrar los huesos de su perro de una vez por todas, darle cristiana sepultura, de alguna manera está siendo supersticioso por no haberlo hecho antes. Todos los males que ha provocado ese acto poco cristiano. Entierra los huesos junto a una Luger con la que ha asesinado y pareciera que esos despojos, esa mezcla entre el arma y esqueleto, podría ser la base de una nueva religión, otro altar ante el cual elevar oraciones.

Los sucesos de la vida son simbolizados como un viaje de carretera. Cuando te sucede algo importante, siempre puedes volver al camino y detener a otro automóvil (la diosa fortuna) para recomponer tu vida.

El director va coreografiando las muertes que se suceden una tras otra en una suerte de danza macabra que eslabona a todos los habitantes del pueblo, una suerte de ajuste demográfico en nombre de Dios. La muerte va perdiendo importancia y pareciera que estos seres sólo viven para ser asesinados. Dios diría “Amaos los unos a los otros”, pero estos pobladores fanáticos le han dado a la religión otra connotación: “Mataos los unos a los otros”. La ignorancia es caldo de cultivo para las religiones, pero esa mezcla perniciosa resultará en fanatismo. Las escenas son impactantes, pero el director no diferencia una muerte de otra, como si esa gente no importara.

La religión banaliza a la muerte, le quita el poder de alertarnos de que nuestras vidas son finitas. De que tenemos un tiempo limitado para realizarnos y ser felices. La muerte le dará significación a nuestros sacrificios, para Sísifo es la fuerza que nos hará volver a empujar la roca hasta la cima en búsqueda de nuevos actos trascendentes. La idea de que la carne pueda resucitar, aunque sea una atribución de Dios, hace de nuestros actos algo que siempre podrá ser reparado por Dios.

La película está envuelta en ropajes de thriller, con asesinatos muy bien filmados, pero el director en todo momento es consciente de la significación de la historia. El miedo a la muerte hará que nuestro tránsito por esta vida pueda resultar en algo trascendente, que las decisiones que tomemos (contra el tiempo) tengan un propósito superior. Willard Russell viene escapando de la guerra en la primera escena y al parecer nuestro protagonista (su hijo) se va a embarcar en una nueva supuestamente en nombre de Dios.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Anibal Ricci
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