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Rusia Rusia · Stalingrado
Voto de Ferdydurke:
5
Western Trumbo (Milland), un desertor del ejército, es el guía de un grupo de colonos, entre los que están Lily (Stanwyck) y Michael Fabian (Fitzgerald), que se dirigen a California, empujados por el afán de aventuras y por la fiebre del oro. Cuando llegan, se encuentran con una ciudad dominada por la anarquía, donde el malvado capitán Coffin (Couloris) impone su ley despóticamente. Trumbo se encargará de desbaratar los intentos de Coffin de ... [+]
3 de febrero de 2016
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Supongo que la mayoría de los californianos no (¡¿o sí?!) sabrán el curioso, y maravilloso, origen literario del nombre que lleva su estado. Bueno, según parece, proviene, ni más ni menos, de una de esas novelas de caballería que enloquecieron al inmortal Don Quijote y de las que Cervantes hacía parodia, mitad cariñosa, mitad sarcástica, en su novela eterna. En concreto, de "Las sergas de Esplandián" (exitosa novela que era condenada a las llamas, ávidas de mala letra, durante el famoso y donoso escrutinio cervantino, no así su padre, "Amadís de Gaula", gran clásico) de Garci Rodríguez de Montalvo, que data de 1510. En esa obra, California era una isla imaginada, poblada por amazonas. Pues fueron los conquistadores españoles los que debieron considerar que lo que estaban contemplando se asemejaba a lo soñado por el escritor y de ahí el bautizo novelesco y la fabulosa alquimia entre lo creado y lo descubierto, entre lo aventurado y lo real, o de cómo la ficción moldea lo vivido.
Al cine. Añeja y sorprendente. Un Western muy bien escrito, con un guion literario (quizás demasiado ampuloso y acartonado), que deslumbra en su primer tramo, con un brillante aire de musical y hermoso gusto por la aventura, pero que tiende lamentable y progresivamente hacia el alboroto melodramático y el maniqueísmo folletinesco.
Comienza con regocijo, caravana de granjeros hacia el Oeste californiano, acompañados de una canción lírica y pionera. Los personajes son presentados rápidamente: la Stanwyck (soberbia, como siempre; con su mirada socarrona, su belleza nada convencional y su carácter indómito) como perdida sin remedio, tahúr, de sexualidad pecaminosa (soy fino en comparación con el odio femenino que suscita a su paso escandaloso en esta narración) y de grandes ambiciones; mujer fatal y tenebrosa; el Milland (flojo y deslavazado), galancete de pasado ominoso y maneras bruscas; y el Fitzgerald (enorme) como venerable abuelete tan sabio y tan bueno que parece un pan recién salido del horno mitológico, crujiente y comestible; un patriarca bonachón. A este trío se les unirá más tarde un malvado escapado de alguna novela gótica (Couloris, ridículo pero gracioso; atormentado y pérfido a todo poder, es torturado con saña por las cadenas de los esclavos que golpean incansablemente su negra conciencia, ¿metáfora evidente del oprobio por antonomasia tan norteamericano?). Y de fondo, un Quinn joven, efímero, pundonoroso; débil y hermoso.
Historia que se desarrolla a velocidad de vértigo, atropelladamente se suceden las escenas, los densos diálogos, las pasiones borrascosas y los mil y un temas que abarrotan esta película. En cuanto se huele el oro, es un no parar de asuntos y pareceres. Elecciones, discusiones, luchas por el territorio, somos independientes o un estado de la nación, te quiero o te mato, te voto o te disparo (ya tenían en mente, desde los albores de la democracia, el magnicidio como irrenunciable modus operandi), me vuelvo loco o me hago revolucionario, la bolsa o la vida, en la capilla o en el lupanar... Todo ello regado generosamente por la sangre, los odios, las apuestas y los efluvios amorosos de los personajes principales y aliñado con actuaciones musicales para que no falte de nada en apenas noventa minutos de locura cinematográfica.
En la parte final pierde fuerza al ser tan previsible y poco creíble. Todos sabemos cómo va a acabar. Lo malo es que no te lo saben contar bien. Nos quedamos con un reguero de cadáveres y sinsentidos bastante curiosos.
En definitiva, interesante, una rareza apreciable aunque un tanto fallida al tratar de domeñar su poder engolfado y libérrimo a través de las fórmulas más pazguatas y adocenadas.
Un Farrow (padre de Mia y marido de Maureen O´Sullivan, la Jane del Tarzán Weissmuller) ya olvidado completamente es el buen director, hasta se permite algún travelling o plano secuencia del demonio, de esta obra sepultada por el paso del tiempo cruel.
Ferdydurke
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