Mientras ves esta película tienes dos opciones: o te la tomas en serio y te quieres pegar un tiro o piensas (con toda la buena fe del mundo) que el director te está haciendo un guiño (te está mandando señales evidentes) y en realidad todo es una gran broma, un chiste de casi dos horas, un desmadre y una juerga. En mi caso, desgraciadamente, triunfó el aburrimiento.
Comienza con un gran disparate (unos científicos intentan curar el Alzheimer utilizando proteínas de los tiburones) y a partir de ahí es un no parar, una catarata de dislates y burradas que va desde el cine de terror (escenas gore incluidas) al de desastres, pasando por el de aventuras.
La protagonista es una especie de doctora Mengele que de tanto dopar a los tiburones los vuelve locos, el héroe masculino es tópico hasta la náusea y, como no, gran originalidad, hay un negro chistoso.