Este sí que era o fue el mito símbolo sexual del medio siglo ya pasado pisado, ríete tú de las otras pelanduscas de la época, una broma, una bomba de perversión era la sin par Dorita, una loba corrupia cosa fiera con piel de cordera o colegiala o de mujer frígida que no ha conocido varón pese a estar ya tan casada a los cuarenta, Viridiana pasada de rosca, a nada de parir como la Virgen María, gracias al espíritu santo, depravación/corrupción, trepanación, satrapía, a espuertas.
La escena en la que se queda en camisón fuera de la casa y es mirada con las más aviesas intenciones por el simpático ínclito zangolotino repartidor tintorero tintoretto espagueti es felonía en vena, lascivia a raudales, fechoría, voyeurismo y paludismo, un/el infierno.
Pero el cenutrio alcornoque, un tipo de tan mal gusto, apellidado Kennedy y de nombre John qué vulgaridad se fijó en cambio en la otra de cuyo nombre ahora no quiero acordarme, la innombrable, y así acabaron todos como el rosario de la aurora, entre tomates, haciendo mucho el ridículo, por cafres y zoquetes, por no dar la talla una a derechas ni a izquierdas, en el puto medio, esa infame nefanda tibieza apártala de mi boca, de la suya.
Y la película (casi) igual, exaltación de la necrofilia, de la enfermedad, de la agonía, de la moribundez, de la infidelidad y la agonía, de la destrucción masiva y también colateral, a todo le tiran, la de Barcelona diagonal o quizás la paralela, de la discapacidad, de todas las parafilias y aberraciones que en el mundo han sido o fueron hasta hace poco o nada que quepa imaginar; una celebración dionisíaca acojonadora delictiva criminal de la muerte, una puta danza macabra que asusta mientras ahoga.
Y a ella no saben bien si vestirla como a una niña de seis años o como a una anciana de noventa y séis a la vejez viruelas, entre pinto y valdemoro, peor el remedio que la enfermedad, ahí le andan o fluctúan con mala baba a mala idea los cabrones entre las cintas del pelo, los flequillos, los morritos y sus falditas, bolsitos y demás mierdas sesenteras que casi parece más un atroz decadente caniche que una buena señora de su casa.
Normal que gustaran (y gusten, seguro) tanto estas películas flojas, blandas, sosas, coloridas, inofensivas a todo el personal a todo quisqui, los yanquis serán tontos de capirote, vale, concedido, pero salidos, mucho, a manos llenas igualmente, los benditos los pobres.