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Voto de Ferdydurke:
5
2 de noviembre de 2017
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Haré como que no la he visto (oído). Me refiero a esta versión doblada. Atroz. Que se pierde en la uniforme, e infame, traducción mucha parte de la gracia que aporta el juego de idiomas; inglés, italiano y siciliano y sus continuas bromas a este respecto verbal.
Haré, imposible, como que la oí original y subtitulada (como debiera ser en un país mínimamente civilizado, no tan cafre).
Haré como que sí que me enteré. Y por fin diré. Que cambia y al final sorprende. Que al principio, durante una buena parte, aburre, cansa y aturde, no dice nada y padece un costumbrismo de humor blanduzco y atontado, triste, sin gracia ni dicha o chicha, pero que más tarde, según avanza y se acerca a su inspirado final, torna, se transforma y muda de piel: se hace política, denunciante y certera, lúcida y hasta, por momentos, incluso graciosa.
Lucky Luciano amenazaba tormenta mafiosa. Y la hubo. De modo inesperado y retorcido, pero ahí estuvo.
Estamos en la Segunda Guerra Mundial, la Italia de Mussolini y los aliados con los americanos al frente que quieren recuperarla para la buena causa. Concretamente el sur de Italia. Conquistado. Eso es los macroscópico o gran desfile de la Historia.
En lo microscópico o Intrahistoria vemos a Arturo Giammaresi enamorado de una bella dama. Vive en Nueva York, emigra a Sicilia y lo deja todo por amor.
Lo grande y lo pequeño, la anécdota y lo maravilloso se van uniendo/superponiendo de forma suave y delicada hasta ser la misma cosa apenas diferente.
Un ciego y un cojo como pareja recurrente, más un teniente del ejército americano más bueno que todos los amaneceres que en el mundo han sido y un paisanaje nativo de espanto completan el reparto. Nuestro protagonista es un buen muchacho de pocas luces y mucho corazón.
Haré, imposible, como que la oí original y subtitulada (como debiera ser en un país mínimamente civilizado, no tan cafre).
Haré como que sí que me enteré. Y por fin diré. Que cambia y al final sorprende. Que al principio, durante una buena parte, aburre, cansa y aturde, no dice nada y padece un costumbrismo de humor blanduzco y atontado, triste, sin gracia ni dicha o chicha, pero que más tarde, según avanza y se acerca a su inspirado final, torna, se transforma y muda de piel: se hace política, denunciante y certera, lúcida y hasta, por momentos, incluso graciosa.
Lucky Luciano amenazaba tormenta mafiosa. Y la hubo. De modo inesperado y retorcido, pero ahí estuvo.
Estamos en la Segunda Guerra Mundial, la Italia de Mussolini y los aliados con los americanos al frente que quieren recuperarla para la buena causa. Concretamente el sur de Italia. Conquistado. Eso es los macroscópico o gran desfile de la Historia.
En lo microscópico o Intrahistoria vemos a Arturo Giammaresi enamorado de una bella dama. Vive en Nueva York, emigra a Sicilia y lo deja todo por amor.
Lo grande y lo pequeño, la anécdota y lo maravilloso se van uniendo/superponiendo de forma suave y delicada hasta ser la misma cosa apenas diferente.
Un ciego y un cojo como pareja recurrente, más un teniente del ejército americano más bueno que todos los amaneceres que en el mundo han sido y un paisanaje nativo de espanto completan el reparto. Nuestro protagonista es un buen muchacho de pocas luces y mucho corazón.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Nosotros somos la democracia (la democracia, como Dios, de hecho es nuestro Dios occidental actual, todos los días le rezamos junto a Messi y a Cristiano, sirve y explica todo, vale para avalar las mejores posibilidades y derechos y, también, para justificar las mayores barrabasadas y atropellos), berrea el cacique mafioso en su discurso inaugural como alcalde recién nombrado y local, sabe de lo que habla. A eso llegamos después de un repaso en el que vemos cómo los americanos delegan en la gente más corrupta y asesina el control del poder en el sur del país, con las consecuencias funestas que todos conocemos durante décadas. Así querían asegurarse la paz y el rechazo de los temidos/postulados comunistas (política exterior siempre se ha llamado en cínico eufemismo, con Kissinger como mito primero).
Por lo tanto, cierra con una crítica feroz tanto a los unos, poder estadounidense cediendo/exaltando a lo más abyecto, como a los otros, italianos en manos de los más rufianes, con la Democracia Cristiana que andaba por ahí, entregados, rendidos al horror primero.
Interesante a pesar de todo, de tanta tontada durmiente.
Termino con la libre reproducción de una bella y sabia conversación.
El cojo, en un arrebato de deseada sinceridad, le dice al ciego después de una estrecha y casta relación que dura ya más de veinte años (son dos pícaros supervivientes, tiernos y vencidos, dos grandes amigos):
- Me encuentro muy bien contigo.
- A mí me pasa lo mismo.
- No, es más, tú me gustas mucho.
- Eso es bueno.
- No, yo en verdad te amo.
- Yo soy ciego y tú eres cojo. Bastante tenemos que aguantar por parte de los demás con/por ello. No podemos ser además maricones. No nos lo podemos permitir. Está por encima de nuestras raquíticas posibilidades semejante lujo asiático.
Silencio comprensivo y muy compasivo. Siguen durmiendo inmaculados, sin pecado nefando, sin tacha, puros, contenidos, reprimidos, como niños, amigos.
Hoy los tiempos han cambiado y ese diálogo ya no tiene cabida. O quizás todavía sí. En términos imaginativos parecidos. Otras palabras y otros hechos. Muy diferentes circunstancias. Se mantiene la esencia. Que es eterna.
- Tú eres de Trump y yo de Putin, solo nos faltaba ser, para más inri, machistas o muy masculinistas, quizás heteros orgullosos al fin y al cabo. No nos lo podemos permitir.
Por lo tanto, cierra con una crítica feroz tanto a los unos, poder estadounidense cediendo/exaltando a lo más abyecto, como a los otros, italianos en manos de los más rufianes, con la Democracia Cristiana que andaba por ahí, entregados, rendidos al horror primero.
Interesante a pesar de todo, de tanta tontada durmiente.
Termino con la libre reproducción de una bella y sabia conversación.
El cojo, en un arrebato de deseada sinceridad, le dice al ciego después de una estrecha y casta relación que dura ya más de veinte años (son dos pícaros supervivientes, tiernos y vencidos, dos grandes amigos):
- Me encuentro muy bien contigo.
- A mí me pasa lo mismo.
- No, es más, tú me gustas mucho.
- Eso es bueno.
- No, yo en verdad te amo.
- Yo soy ciego y tú eres cojo. Bastante tenemos que aguantar por parte de los demás con/por ello. No podemos ser además maricones. No nos lo podemos permitir. Está por encima de nuestras raquíticas posibilidades semejante lujo asiático.
Silencio comprensivo y muy compasivo. Siguen durmiendo inmaculados, sin pecado nefando, sin tacha, puros, contenidos, reprimidos, como niños, amigos.
Hoy los tiempos han cambiado y ese diálogo ya no tiene cabida. O quizás todavía sí. En términos imaginativos parecidos. Otras palabras y otros hechos. Muy diferentes circunstancias. Se mantiene la esencia. Que es eterna.
- Tú eres de Trump y yo de Putin, solo nos faltaba ser, para más inri, machistas o muy masculinistas, quizás heteros orgullosos al fin y al cabo. No nos lo podemos permitir.