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Voto de Ferdydurke:
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Western
William Blake decide abandonar su puesto de contable en Cleveland (Ohio) después de recibir una oferta de trabajo en Machine, una inhóspita ciudad industrial en el Oeste de los EEUU. Sin embargo, cuando llega, resulta que su puesto lo ocupa otra persona. Charlie Dickinson, el hijo del propietario de la empresa, mata a su mujer cuando la encuentra en la cama con Blake, quien a su vez liquida a Charlie. De este modo, un simple contable de ... [+]
26 de octubre de 2016
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El señor llega.
Este primer tramo, hasta que aparece Gabriel Byrne, hasta la hecatombe asesina y la huida al galope, se supone, contando el inspirado prólogo y la noche que pasa con la chica, me estaba gustando bastante; humor absurdo, inocencia mancillada, poder inaccesible y cruel, como Kafka o Chaplin o Keaton quizás mejor en medio de una América inhóspita y desolada.
El viaje del poeta, preciso, el viaje del vate.
Es William Blake. El escritor inglés famoso por nombrar las puertas de la percepción. Es Johnny Depp (¿reencarnado?). Conoce a nadie (¿Beckett y su ejército de nadies, esa caterva de cadáveres ambulantes, detenidos, sin entidad? No, es un indio jocundo, santo, sabio, sobrio, le sobra peso. Está claro de qué parte está Jarmusch; los buenos son: el blanco cándido y pasmado, no ha roto un plato en su vida, el indio guasón e ilustrado, y la puta buena; el resto del mundo, el hombre blanco en su conjunto es el enemigo, el mal, el miedo, el dinero, la autoridad, la barbarie).
La huida.
El malvado Dickinson (como Emily, ¿entre poetas anda el juego o es mucho suponer y rizar el rizo para nada? Con un autor y su mundo privado lleno de referencias, alusiones, mitos y cariños nunca se sabe bien del todo dónde empieza o termina el juego) manda a mercenarios, secuaces atroces, en su busca. Los buenos son perseguidos.
Es un Western de Jarmusch. Es decir, posmoderno, irreverente, frío, cachondo, brutal, lírico, entre muy delicado y muy salvaje, de muy grave a muy ligero. Es un homenaje (Mitchum y muchos tópicos: búfalos, ferrocarriles, cazarrecompensas, asesinatos, pistolas, nativos, ríos... ) y, especialmente, una deconstrucción; lo despieza, el género, cacho a cacho, sin prisa, lo revuelve, masacra, fija y disuelve. Le aplica el teatro del absurdo y la mirada del cine indie o comercialmente gamberro de aquellos años, contracultural y establishment a la vez, me refiero, por ejemplo, a los Coen (estaban haciendo cosas como "Muerte entre las flores" o "Barton Fink") y Tarantino (el primero, el de "Reservoir Dogs" y "Pulp Fiction"): violencia, libertad formal y broma, cada uno, obviamente, con sus fuertes personalidades y particularidades, pero con evidentes constantes comunes, quizás una de las más poderosas fuera la de asimilar, traducir la tradición vanguardista del cine europeo a los códigos propios de su idiosincrasia, menos académica o distanciada y más frontal o directa, menos intelectual y más popular.
Está montada a través de infinitos pequeños capítulos marcados por los continuos (ay, hay millones) fundidos en negro y la guitarra (bien, pero es excesiva, inapropiada su descacharrante sobreabundancia) de Young. En cada trozo se construye y destruye la historia, se afirma y desmiente el fluir de la narración, se pretende y rechaza la continuidad. Es una suma de fotos, cada partícula dividida de esta narración podría aparecer en una sala, en una pared, con la música sonando de fondo, a lo hondo; se acerca, de hecho, a la idea de la "exposición", a la "instalación", a la "performance", música e imágenes en (poco pero constante) movimiento.
Este primer tramo, hasta que aparece Gabriel Byrne, hasta la hecatombe asesina y la huida al galope, se supone, contando el inspirado prólogo y la noche que pasa con la chica, me estaba gustando bastante; humor absurdo, inocencia mancillada, poder inaccesible y cruel, como Kafka o Chaplin o Keaton quizás mejor en medio de una América inhóspita y desolada.
El viaje del poeta, preciso, el viaje del vate.
Es William Blake. El escritor inglés famoso por nombrar las puertas de la percepción. Es Johnny Depp (¿reencarnado?). Conoce a nadie (¿Beckett y su ejército de nadies, esa caterva de cadáveres ambulantes, detenidos, sin entidad? No, es un indio jocundo, santo, sabio, sobrio, le sobra peso. Está claro de qué parte está Jarmusch; los buenos son: el blanco cándido y pasmado, no ha roto un plato en su vida, el indio guasón e ilustrado, y la puta buena; el resto del mundo, el hombre blanco en su conjunto es el enemigo, el mal, el miedo, el dinero, la autoridad, la barbarie).
La huida.
El malvado Dickinson (como Emily, ¿entre poetas anda el juego o es mucho suponer y rizar el rizo para nada? Con un autor y su mundo privado lleno de referencias, alusiones, mitos y cariños nunca se sabe bien del todo dónde empieza o termina el juego) manda a mercenarios, secuaces atroces, en su busca. Los buenos son perseguidos.
Es un Western de Jarmusch. Es decir, posmoderno, irreverente, frío, cachondo, brutal, lírico, entre muy delicado y muy salvaje, de muy grave a muy ligero. Es un homenaje (Mitchum y muchos tópicos: búfalos, ferrocarriles, cazarrecompensas, asesinatos, pistolas, nativos, ríos... ) y, especialmente, una deconstrucción; lo despieza, el género, cacho a cacho, sin prisa, lo revuelve, masacra, fija y disuelve. Le aplica el teatro del absurdo y la mirada del cine indie o comercialmente gamberro de aquellos años, contracultural y establishment a la vez, me refiero, por ejemplo, a los Coen (estaban haciendo cosas como "Muerte entre las flores" o "Barton Fink") y Tarantino (el primero, el de "Reservoir Dogs" y "Pulp Fiction"): violencia, libertad formal y broma, cada uno, obviamente, con sus fuertes personalidades y particularidades, pero con evidentes constantes comunes, quizás una de las más poderosas fuera la de asimilar, traducir la tradición vanguardista del cine europeo a los códigos propios de su idiosincrasia, menos académica o distanciada y más frontal o directa, menos intelectual y más popular.
Está montada a través de infinitos pequeños capítulos marcados por los continuos (ay, hay millones) fundidos en negro y la guitarra (bien, pero es excesiva, inapropiada su descacharrante sobreabundancia) de Young. En cada trozo se construye y destruye la historia, se afirma y desmiente el fluir de la narración, se pretende y rechaza la continuidad. Es una suma de fotos, cada partícula dividida de esta narración podría aparecer en una sala, en una pared, con la música sonando de fondo, a lo hondo; se acerca, de hecho, a la idea de la "exposición", a la "instalación", a la "performance", música e imágenes en (poco pero constante) movimiento.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El regreso.
Vuelve a de donde venía. Con los espíritus (¿el río y el mar, la vida y la muerte, básica metáfora?, ¿la nada como destino?).
El crítico fino, pretendidamente culto pero de gusto, aunque lo negaría por mucho que lo torturasen con hierro candente, populachero, dice al fin y al cabo más o menos lo siguiente:
Bueno..., es un pequeño engendro. Fallida, inane, soporífera, desangelada y yerma. Pedantería displicente a los golpes o las trompadas y las piñas con humor estirado y hueco. Es dubitativa y alternante en el peor sentido, en el de la cobardía y la incapacidad, en el de aparentar contenido y mostrar solo vacío. Ni se atreve con una historia convencional, matriz de la que arrampla, saquea todo lo que le conviene, ni se lanza a la poesía de verdad, ascética y dolida, sin filtros, poses ni parachoques. Juega a los dos cartas para ver si así esconde y oculta ese desierto árido que nada tiene más que silencio y negación banal. Echa a su personaje a andar y luego lo abandona de mala manera, le había dado una sustancia, un carácter o destino que desprecia a continuación, lo trata como a un fantoche, no le respeta, pasa de cándido pringado, tábula rasa, a asesino en reguero, lo mueve al capricho, de arquetipo a badulaque y al revés. Y así con todos, fantasmas desguazados, títeres deshilachados y maltratados.
Al trocear la narración, hasta el delirio obsesivo, esta pierde completamente el sentido, queda reducida a escombros y la apuesta se reduce a la posible o supuesta brillantez de estas mutilaciones, pero lo triste es que ni siquiera aguantan por sí solas, nada son, ridículas apariencias, pastiche, puzle sin ordenar, pereza de falta de ideas y muchas ínfulas, truco, poda, esqueje, trampa, zanja.
Es la historia de un muerto. Un limbo. Un rito de paso. Una frontera. Un funeral. Un fracaso estrepitoso, un esfuerzo en vano, un trapicheo picaresco de negociante de arte en mal estado, barato, vendido a precio alto. Una pequeña chapuza.
Vuelve a de donde venía. Con los espíritus (¿el río y el mar, la vida y la muerte, básica metáfora?, ¿la nada como destino?).
El crítico fino, pretendidamente culto pero de gusto, aunque lo negaría por mucho que lo torturasen con hierro candente, populachero, dice al fin y al cabo más o menos lo siguiente:
Bueno..., es un pequeño engendro. Fallida, inane, soporífera, desangelada y yerma. Pedantería displicente a los golpes o las trompadas y las piñas con humor estirado y hueco. Es dubitativa y alternante en el peor sentido, en el de la cobardía y la incapacidad, en el de aparentar contenido y mostrar solo vacío. Ni se atreve con una historia convencional, matriz de la que arrampla, saquea todo lo que le conviene, ni se lanza a la poesía de verdad, ascética y dolida, sin filtros, poses ni parachoques. Juega a los dos cartas para ver si así esconde y oculta ese desierto árido que nada tiene más que silencio y negación banal. Echa a su personaje a andar y luego lo abandona de mala manera, le había dado una sustancia, un carácter o destino que desprecia a continuación, lo trata como a un fantoche, no le respeta, pasa de cándido pringado, tábula rasa, a asesino en reguero, lo mueve al capricho, de arquetipo a badulaque y al revés. Y así con todos, fantasmas desguazados, títeres deshilachados y maltratados.
Al trocear la narración, hasta el delirio obsesivo, esta pierde completamente el sentido, queda reducida a escombros y la apuesta se reduce a la posible o supuesta brillantez de estas mutilaciones, pero lo triste es que ni siquiera aguantan por sí solas, nada son, ridículas apariencias, pastiche, puzle sin ordenar, pereza de falta de ideas y muchas ínfulas, truco, poda, esqueje, trampa, zanja.
Es la historia de un muerto. Un limbo. Un rito de paso. Una frontera. Un funeral. Un fracaso estrepitoso, un esfuerzo en vano, un trapicheo picaresco de negociante de arte en mal estado, barato, vendido a precio alto. Una pequeña chapuza.