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Voto de Ferdydurke:
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Drama
La historia del pintor suizo y escultor Alberto Giacometti. El film se centra en el año 1964, cuando Giacometti invitó al crítico de arte y escritor norteamericano James Lord a que posara para él en lo que acabó siendo uno de sus más célebres retratos. Lo que en un principio iba a ser un trabajo de unos pocos días se demoró en varias sesiones, a lo largo de semanas, a causa de la falta de disciplina e incapacidad de concentración del ... [+]
31 de diciembre de 2017
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuánto mal ha causado el platonismo. Por no hablar de su degradación, el romanticismo. En verdad, toda forma de idealismo. De huida del materialismo. Ese afán improbable por escapar de nuestro cuerpo, de lo vulgar, de la miseria, de lo ordinario, aburrido y cotidiano, de nuestros deseos más primarios, de nuestra común mediocridad y falta de vuelo.
La idea de genio (artístico) es arquetípica, flota en un limbo dorado, como el bien, la belleza y la verdad, igual de pura que ellas. También, por supuesto, es, como decíamos, romántica. Una exaltación del individuo, del yo hipertrofiado, el autor tratado como un enviado o elegido (la religión del arte), una especie de mediador (médium) entre el más allá, el misterio, y el más acá, el humano desvelo.
Además, cómo no, de ocupar enteramente un género cinematográfico. El retrato de un genio tiene en su haber cientos de películas. Todas ellas beben del mismo anhelo, de la misma fórmula, cuentan al dictado de la idea, son serviles, puritanas, fieles a la norma.
Y esta película es una de ellas. Recatada, modesta, con el visto bueno de las autoridades pertinentes, con el sello o marchamo adecuados. Aprobada por el comisario de las buenas ideas.
Sí. Resumo. Un genio debe ser, básica, esencialmente, como un niño de seis años malcriado, consentido, repelente, insoportable y muy lerdo, que todavía se mea en la cama y no duerme, berrea, quiere una teta que ya no le toca.
Esa es la esencia. El resto no son más que variaciones sobre el mismo tema. Pueden ser genios más malditos o blanditos, más idiotas, locos o resueltos, más apasionados, pelmas o parásitos, más generosos, brillantes o absurdos. Eso no importa.
En el caso Giacometti que nos ocupa se trata de fumar como un carretero, hablar entre dientes, beber como un cosaco si se tercia (la autodestrucción concienzuda suele ser un atributo irreprochable), refunfuñar (otro aspecto casi indispensable entre estos sujetos privilegiados, la mala leche, la impertinencia, el desagrado, el amor por lo atrabiliario, destemplado y dislocado. Nada más que bagatelas, estrategias de distracción para intentar disimular un corazón tan grande y magnánimo como la Atlántida o el mismo cielo), practicar el amor libre y, a ser posible, putero (pendenciero, cenagoso, hasta a veces violento) con fruición fornicadora y atea, ser distraído, improvisado, despistado, maniático, neurótico, psicótico, tarado, irascible, pasional, fugaz, resplandeciente, depresivo, eufórico, insobornable, enfermo, contradictorio, turbulento, irracional, inconsecuente y nada burgués.
Ah, se me olvidaba, muy importante, y que todo tu séquito*, los que te rodean o te quieren, ya sean hermanos, amantes (especialmente), amigos, rivales, socios, pasantes, marchantes, comerciantes, gerentes o escribidores te sigan como a un gurú estupefaciente, como a un malvado psicotrónico de burda telenovela, como al jefe timador y bravucón de una secta de medio pelo, deben aguantarte todas tus barrabasadas, bobadas y majaderías, deben aceptarlo todo, para luego poder contarlo, para poder presumir (¿y hacer caja?) de haberse mezclado con ese ser divino, bendecido, iluminado. Da igual que sea un mamarracho y su comportamiento de cárcel, psiquiátrico o monasterio, tú debes aplaudir, ya seas querida, biógrafo o jardinero, jalear, ofrecer tu cuerpo y vender tu alma por ese trozo de gloria, que la ocasión es bárbara y la pinta una cantante calva.
La idea de genio (artístico) es arquetípica, flota en un limbo dorado, como el bien, la belleza y la verdad, igual de pura que ellas. También, por supuesto, es, como decíamos, romántica. Una exaltación del individuo, del yo hipertrofiado, el autor tratado como un enviado o elegido (la religión del arte), una especie de mediador (médium) entre el más allá, el misterio, y el más acá, el humano desvelo.
Además, cómo no, de ocupar enteramente un género cinematográfico. El retrato de un genio tiene en su haber cientos de películas. Todas ellas beben del mismo anhelo, de la misma fórmula, cuentan al dictado de la idea, son serviles, puritanas, fieles a la norma.
Y esta película es una de ellas. Recatada, modesta, con el visto bueno de las autoridades pertinentes, con el sello o marchamo adecuados. Aprobada por el comisario de las buenas ideas.
Sí. Resumo. Un genio debe ser, básica, esencialmente, como un niño de seis años malcriado, consentido, repelente, insoportable y muy lerdo, que todavía se mea en la cama y no duerme, berrea, quiere una teta que ya no le toca.
Esa es la esencia. El resto no son más que variaciones sobre el mismo tema. Pueden ser genios más malditos o blanditos, más idiotas, locos o resueltos, más apasionados, pelmas o parásitos, más generosos, brillantes o absurdos. Eso no importa.
En el caso Giacometti que nos ocupa se trata de fumar como un carretero, hablar entre dientes, beber como un cosaco si se tercia (la autodestrucción concienzuda suele ser un atributo irreprochable), refunfuñar (otro aspecto casi indispensable entre estos sujetos privilegiados, la mala leche, la impertinencia, el desagrado, el amor por lo atrabiliario, destemplado y dislocado. Nada más que bagatelas, estrategias de distracción para intentar disimular un corazón tan grande y magnánimo como la Atlántida o el mismo cielo), practicar el amor libre y, a ser posible, putero (pendenciero, cenagoso, hasta a veces violento) con fruición fornicadora y atea, ser distraído, improvisado, despistado, maniático, neurótico, psicótico, tarado, irascible, pasional, fugaz, resplandeciente, depresivo, eufórico, insobornable, enfermo, contradictorio, turbulento, irracional, inconsecuente y nada burgués.
Ah, se me olvidaba, muy importante, y que todo tu séquito*, los que te rodean o te quieren, ya sean hermanos, amantes (especialmente), amigos, rivales, socios, pasantes, marchantes, comerciantes, gerentes o escribidores te sigan como a un gurú estupefaciente, como a un malvado psicotrónico de burda telenovela, como al jefe timador y bravucón de una secta de medio pelo, deben aguantarte todas tus barrabasadas, bobadas y majaderías, deben aceptarlo todo, para luego poder contarlo, para poder presumir (¿y hacer caja?) de haberse mezclado con ese ser divino, bendecido, iluminado. Da igual que sea un mamarracho y su comportamiento de cárcel, psiquiátrico o monasterio, tú debes aplaudir, ya seas querida, biógrafo o jardinero, jalear, ofrecer tu cuerpo y vender tu alma por ese trozo de gloria, que la ocasión es bárbara y la pinta una cantante calva.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
* Todos los personajes que acompañan al genio quedan desdibujados, paródicos, caricaturescos, sombras chinescas, nada, polvo, lo mismo el escritor gay (ni amistad ni rastro de cosa parecida, son como un oso y un niño asustado), tan masoquista y pánfilo, que la mujer oficial y sumisa que no se sabe de qué (y cómo, no la vemos hacer nada) vive (además de quejarse de la "zorra" y montar un numerito lamentable en el momento más inesperado, cuando permitía sin apenas rechistar, vaya ejemplo, la presencia constante, intrusiva y humillante, en su misma cara, delante de sus narices, de esa prostituta tan poco querida), el hermano tan buenazo (se supone que al retortero parásito del protagonista) o la meretriz (cargante, insustancial, ridículo personaje que ni va ni viene, ni bruja ni santa, nada hay en ella que justifique su supuesta, y risible, condición de musa/amante o amorosa criatura que enloquece al artista de manera mareante). Quedan muy mal parados, a lo sumo como una corte de melifluos gorrones, de zánganos, consentidores y vividores a costa del enorme genio, del Rush hermoso.
Al final, otro tigre de papel. Tanto mal humor y disparate, tantas horas y repeticiones para ser engañado como a un viejo chocho, como al más lelo. Se despista un segundo y ya no tiene cuadro, que le han birlado el retrato.
Reflexión acartonada, domada y floja sobre la creación, como si el pintor o escultor fuera un nene atolondrado que anduviera cazando moscas y al que nada le importan (de verdad, no como frases bobas, gestos grandilocuentes o tópicos recurrentes, nos referimos a los hechos, a fajarse y mancharse las manos sin mohínes crispados ni poses artificiales de artista barullero) ni el dinero, ni el amor, ni el trabajo.
Con ese desprendimiento para todo, con esa postergación de la obra, que se convierte en un objeto infinito, ya que el genio no hace un producto, no busca lo bello, quiere más, el universo entero, el eterno bosquejo, quiere lo imposible, el sueño, lo absoluto, el misterio, el ello, un no sé qué que quedan balbuciendo, que me elevo y no me veo.
Juicio final: es una película pequeña, en todos los sentidos, anodina, superficial, consabida, amable, simpática, banal, amistosa, timorata, tontorrona.
Un cuento de la abuela que no hace pupa, es cosa buena.
Al final, otro tigre de papel. Tanto mal humor y disparate, tantas horas y repeticiones para ser engañado como a un viejo chocho, como al más lelo. Se despista un segundo y ya no tiene cuadro, que le han birlado el retrato.
Reflexión acartonada, domada y floja sobre la creación, como si el pintor o escultor fuera un nene atolondrado que anduviera cazando moscas y al que nada le importan (de verdad, no como frases bobas, gestos grandilocuentes o tópicos recurrentes, nos referimos a los hechos, a fajarse y mancharse las manos sin mohínes crispados ni poses artificiales de artista barullero) ni el dinero, ni el amor, ni el trabajo.
Con ese desprendimiento para todo, con esa postergación de la obra, que se convierte en un objeto infinito, ya que el genio no hace un producto, no busca lo bello, quiere más, el universo entero, el eterno bosquejo, quiere lo imposible, el sueño, lo absoluto, el misterio, el ello, un no sé qué que quedan balbuciendo, que me elevo y no me veo.
Juicio final: es una película pequeña, en todos los sentidos, anodina, superficial, consabida, amable, simpática, banal, amistosa, timorata, tontorrona.
Un cuento de la abuela que no hace pupa, es cosa buena.