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Voto de Ferdydurke:
2
12 de diciembre de 2017
6 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Postergan el secreto. Su resolución. Con otro misterio. Y otro. Y otro. Para que el espectador no sepa de qué va esto. Y para cuando lo descubra, que le importe poco, nada, como el resto. Cansado, hastiado de tanto inútil arabesco (esperando que llegue la parada publicitaria, a eso apesta, que alivie el peso).
Dos o tres sustos traperos, de la peor especie, lagrimones, conmociones, empujones y muchos retortijones para un enredo delirante, traicionero y muy chapucero.
Estéticamente limpia como el arroyo que corre cristalino por la verde campiña y el sol primero de la mañana cuando es como un gallo, pulida en sus mañas y afeitada de arriba abajo, se deja ver un rato, aunque ya andabas un poco mosqueado, hasta justo que te hacen el primer amaño, después, la suma de dislates y atropellos truculentos te irritan (y enritan) tanto que te dan ganas de mandarlos a todos al carajo, directos al matadero.
Dos o tres sustos traperos, de la peor especie, lagrimones, conmociones, empujones y muchos retortijones para un enredo delirante, traicionero y muy chapucero.
Estéticamente limpia como el arroyo que corre cristalino por la verde campiña y el sol primero de la mañana cuando es como un gallo, pulida en sus mañas y afeitada de arriba abajo, se deja ver un rato, aunque ya andabas un poco mosqueado, hasta justo que te hacen el primer amaño, después, la suma de dislates y atropellos truculentos te irritan (y enritan) tanto que te dan ganas de mandarlos a todos al carajo, directos al matadero.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Mezcla espuria, muy bastarda y cómicamente ¿involuntaria? de, por ejemplo, "Los otros", "Psicosis" y "Naúfrago"/"Buried" (tú eliges).
Por último: quiero aportar mi granito de arena al bien común resumiendo su enrevesado argumento, un tanto retorcido y abyecto, para aquellos benditos o más lelos que se hayan perdido entre los muchos matices del susodicho vericueto.
Familia feliz inglesa con padre santo, madre hermosa y cuatro vástagos tan bellos como sanos sufre un pequeño infortunio que atenta contra la pacata e hipócrita moral de turno. Hablamos de una pasión prohibida, de los mejores sentimientos que pueden llegar a surgir entre un padre y su primogénito. Del amor. Se han enamorado y son felices, la mar. No hay pega ni problema. Estos surgen cuando el resto del clan familiar descubre la oronda verdad. Se dan cuenta, los pobres malqueridos, de que ese grandioso afecto entre padre e hijo es exclusivo y que ellos quedan, por lo tanto, eludidos como si fueran solo un pretexto, un triste malentendido. Surgen los celos, los gritos, los quebrantos y exaltados arrebatos. Se van todos sucesivamente suicidando. Hasta que el amor triunfa frente a la muerte y se quedan ellos dos solos, hijo y padre, felizmente empeñados, arrobados y entrelazados en un puño de seda y hierro, de deseo y su pertrecho entre los muros de su casa solariega en la nueva y remozada América. Pasan los placeres y los días, muchos años de feliz, dichoso e infinito noviazgo. El padre se deja barba, se vuelve bestia. El hijo, más miedoso, prudente y cuidadoso, se busca una tapadera. Una novia que haga de pantalla y guarde las buenas formas, una desgraciada muchacha, eternamente seducida y entretenida. Así siguen con la comedia hasta el final de sus días. El padre embrutecido, pero amado y enamorado, el hijo entregado y vencido, subyugado y bendecido por el sentir verdadero, la otra, la simpática y tierna mujer, la pobre, como ya anunciábamos (nos apena contarlo, pero solo somos notarios fríos de los hechos), engañada, toreada, timada, pitorreándose (los dos tíos) en sus carnes magras y en su hermosa cara, choteo, con premeditación y alevosía.
Ah, por cierto, al final del tiempo se la comieron, el padre y el hijo de ella se aburrieron y pensaron que menos es nada y por qué no un buen alimento, una joven y guapa humana, de carne sabrosa y tierna, como ofrenda sacrificial en el altar de su amoroso y erecto monumento.
Por último: quiero aportar mi granito de arena al bien común resumiendo su enrevesado argumento, un tanto retorcido y abyecto, para aquellos benditos o más lelos que se hayan perdido entre los muchos matices del susodicho vericueto.
Familia feliz inglesa con padre santo, madre hermosa y cuatro vástagos tan bellos como sanos sufre un pequeño infortunio que atenta contra la pacata e hipócrita moral de turno. Hablamos de una pasión prohibida, de los mejores sentimientos que pueden llegar a surgir entre un padre y su primogénito. Del amor. Se han enamorado y son felices, la mar. No hay pega ni problema. Estos surgen cuando el resto del clan familiar descubre la oronda verdad. Se dan cuenta, los pobres malqueridos, de que ese grandioso afecto entre padre e hijo es exclusivo y que ellos quedan, por lo tanto, eludidos como si fueran solo un pretexto, un triste malentendido. Surgen los celos, los gritos, los quebrantos y exaltados arrebatos. Se van todos sucesivamente suicidando. Hasta que el amor triunfa frente a la muerte y se quedan ellos dos solos, hijo y padre, felizmente empeñados, arrobados y entrelazados en un puño de seda y hierro, de deseo y su pertrecho entre los muros de su casa solariega en la nueva y remozada América. Pasan los placeres y los días, muchos años de feliz, dichoso e infinito noviazgo. El padre se deja barba, se vuelve bestia. El hijo, más miedoso, prudente y cuidadoso, se busca una tapadera. Una novia que haga de pantalla y guarde las buenas formas, una desgraciada muchacha, eternamente seducida y entretenida. Así siguen con la comedia hasta el final de sus días. El padre embrutecido, pero amado y enamorado, el hijo entregado y vencido, subyugado y bendecido por el sentir verdadero, la otra, la simpática y tierna mujer, la pobre, como ya anunciábamos (nos apena contarlo, pero solo somos notarios fríos de los hechos), engañada, toreada, timada, pitorreándose (los dos tíos) en sus carnes magras y en su hermosa cara, choteo, con premeditación y alevosía.
Ah, por cierto, al final del tiempo se la comieron, el padre y el hijo de ella se aburrieron y pensaron que menos es nada y por qué no un buen alimento, una joven y guapa humana, de carne sabrosa y tierna, como ofrenda sacrificial en el altar de su amoroso y erecto monumento.