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Voto de Ferdydurke:
6
7,1
31.069
Drama
Lee Chandler (Casey Affleck) es un solitario encargado de mantenimiento de edificios de Boston que se ve obligado a regresar a su pequeño pueblo natal tras enterarse de que su hermano Joe ha fallecido. Allí se encuentra con su sobrino de 16 años, del que tendrá que hacerse cargo. De pronto, Lee se verá obligado a enfrentarse a un pasado trágico que le llevó a separarse de su esposa Randi (Michelle Williams) y de la comunidad en la que nació y creció. (FILMAFFINITY) [+]
8 de febrero de 2017
18 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Recuerdo su anterior película, "Margaret", como un drama complejo, denso, muy interesante y bastante jugoso. Fue una buena experiencia. Y ahora me entero de que vuelve (Kenneth Lonergan, escritor teatral de prestigio que ha recalado en el cine, "pleitos tengas y los ganes") y con nominaciones al Óscar incluidas (lo cual nunca se sabe si es buena señal o el camino definitivo a perdición. Aquella fiesta de luces y colores tan espectacular es un mercado persa en el que cabe todo -casi, todo no, obviamente no, hasta los comerciales más inescrupulosos tienen sus límites- desde un Kieslowski hasta un Ron Howard, y no hablo de extremos de calidad, solo de diferencias y miradas). No sé si echarme a temblar o ponerme a celebrar.
En fin: que allá voy. Y bien. Con reservas (¡malditas sean!).
Afán de trascendencia. Ganas de hablar de la vida con mayúsculas. De su inmensidad y pequeñez, del dolor y la alegría, de la tragedia para la que el hombre nunca está preparado, ineludible, siempre llega puntual a la cita la cabrona, la muy perra.
Sencillez en la narración. Pasado y presente se alternan con naturalidad. Es un realismo a ras de suelo. Con las cosas normales y la gente de andar por casa.
Ahora vayamos con las causas de mi no absoluta complacencia, con ese algo que le falta (o me falta a mí) para que el placer sea completo. Me iré al spoiler que es más seguro y precavido.
En fin: que allá voy. Y bien. Con reservas (¡malditas sean!).
Afán de trascendencia. Ganas de hablar de la vida con mayúsculas. De su inmensidad y pequeñez, del dolor y la alegría, de la tragedia para la que el hombre nunca está preparado, ineludible, siempre llega puntual a la cita la cabrona, la muy perra.
Sencillez en la narración. Pasado y presente se alternan con naturalidad. Es un realismo a ras de suelo. Con las cosas normales y la gente de andar por casa.
Ahora vayamos con las causas de mi no absoluta complacencia, con ese algo que le falta (o me falta a mí) para que el placer sea completo. Me iré al spoiler que es más seguro y precavido.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
- Hay demasiada tumba, demasiado muerto, demasiado espanto, demasiada desgracia y horror. De hecho, se elige una de las formas del mal más acabadas, uno de los infiernos más conseguidos; me refiero, qué duda cabe, a la muerte de tus tres hijos pequeños por causa tuya, por fallo propio, por un error descomunal a la vez que pírrico, por un azar negro tan monstruoso y abominable que es insoportable. Por no hablar de cosas menores, de alcoholismo, corazones rotos y otros sinsabores. Es decir, se pasa, se le va la mano. Después es difícil bajar a la normalidad sin que la cosa no se rompa, sin que la narración no se resienta. Tanto aplastamiento y dolor parecen inasumibles, incompatibles con determinadas vulgaridades o trivialidades. Y aquí se intenta, varias veces, pasar de lo uno a lo otro como si nada Y no cuaja. Del todo no. Es excesivo el viaje, el camino, terriblemente difícil.
- Relacionado con lo anterior. Se pretende unción, solemnidad, casi parece por momentos una oración, una plegaria, recogimiento absoluto, llanto por el silencio de Dios. Y para llegar tan alto y tan lejos se recurre, y se agradece, a la música más señera, a grandes clásicos, a Handel, a Albinoni sobre todo. Ese adagio es una apuesta muy fuerte. Acompaña el recorrido por la calamidad más feroz en forma de incendio y muerte de los infantes. Y ese trayecto hacia el pasado es hermoso y fúnebre. Pero queda cojo, raro, extraño, sobrecargado. Ya hemos dicho. No acaba de casar con el tono elegido por al autor para una buena parte de la narración, anodino, en voz baja, rutinario, costumbrismo banal muchos ratos, incluso humor pueril a veces. Es un salto bestial, colosal. Y quizás haya caída y error al ir de lo inefable e inconmensurable a lo más maleable y olvidable con tanta facilidad y poca claridad.
La intención es buena, la mejor. Y quizás sea cosa mía. Quizás culpa de mi gusto corrompido por tanto mal melodrama, llanto y despelote habitual, o por lo contrario, por pedir, ilusamente, más rigor, ascetismo y coherencia, más elegancia de verdad y no solo de apariencia y pega. No lo sé. Ahí lo dejo. Lo que nunca diré, ni por todo el oro del mundo me quejaré por ello, es que sea una película fría, o lenta, o friolenta. Qué va. Eso es bueno. Nunca es suficiente. El problema suele ser su opuesto. Que se pasan de calientes y rápidas. De pura nadería y cliché. De relatos de santos y heroínas que no hay quien se crea. Aquí, en cambio, hay afán de verdad, de honestidad, de grandeza. Y algo se nota. Bastante. Aunque no lo suficiente. Sale uno del cine un poco tocado, resentido, malogrado. Tal vez mejorado o solo mareado y anegado. Ya digo que no lo sé.
- Relacionado con lo anterior. Se pretende unción, solemnidad, casi parece por momentos una oración, una plegaria, recogimiento absoluto, llanto por el silencio de Dios. Y para llegar tan alto y tan lejos se recurre, y se agradece, a la música más señera, a grandes clásicos, a Handel, a Albinoni sobre todo. Ese adagio es una apuesta muy fuerte. Acompaña el recorrido por la calamidad más feroz en forma de incendio y muerte de los infantes. Y ese trayecto hacia el pasado es hermoso y fúnebre. Pero queda cojo, raro, extraño, sobrecargado. Ya hemos dicho. No acaba de casar con el tono elegido por al autor para una buena parte de la narración, anodino, en voz baja, rutinario, costumbrismo banal muchos ratos, incluso humor pueril a veces. Es un salto bestial, colosal. Y quizás haya caída y error al ir de lo inefable e inconmensurable a lo más maleable y olvidable con tanta facilidad y poca claridad.
La intención es buena, la mejor. Y quizás sea cosa mía. Quizás culpa de mi gusto corrompido por tanto mal melodrama, llanto y despelote habitual, o por lo contrario, por pedir, ilusamente, más rigor, ascetismo y coherencia, más elegancia de verdad y no solo de apariencia y pega. No lo sé. Ahí lo dejo. Lo que nunca diré, ni por todo el oro del mundo me quejaré por ello, es que sea una película fría, o lenta, o friolenta. Qué va. Eso es bueno. Nunca es suficiente. El problema suele ser su opuesto. Que se pasan de calientes y rápidas. De pura nadería y cliché. De relatos de santos y heroínas que no hay quien se crea. Aquí, en cambio, hay afán de verdad, de honestidad, de grandeza. Y algo se nota. Bastante. Aunque no lo suficiente. Sale uno del cine un poco tocado, resentido, malogrado. Tal vez mejorado o solo mareado y anegado. Ya digo que no lo sé.