Harold y Maude. El final de Harold. Harry, un amigo que os quiere.
Millones de chistes sobre maricones, ese es el nivel (altísimo, exquisito, sutil, inteligente, divertido, alimenticio, transgresor, sanador, xanadú, xanax, revitalizador, se la levanta a un muerto, vamos, Arévalo, cuéntelo).
Abismal ingenio lleno de referencias, alusiones y brillantes diálogos y grandes personajes que recuerda o te lleva a los mejores momentos de la filmografía del sin par Billy Wilder, esos en los que en cada escena o incluso fotograma asomaba la ironía, el sarcasmo y la sabiduría, chispeaban como navajas plateadas las rimas y encajes de bolillos verbales visuales, intelectuales, humorísticos, fenomenales, fundacionales.
Menos que cero, Breat Easton Ellis, La hermana pequeña, Raymond Chandler, Woody Allen, Celebrity, es de locos, Marlowe, detective muy privado, James Garner tenía que ser, la de Bruce Willis, Billy Bob Thornton, los dos primeros ahora de capa caída, la otra en la pura gloria, no somos nada, y Cate Blanchett, ahora me acuerdo, mientras escribo esto, Bandits se llamaba, con una canción muy chula de Bonnie Tyler, creo, seguro, y la de Ewan McGregor y Danny Boyle, Una historia diferente, veo, floja, rememoro, metaficción, la consciencia de sí mismo como en el Quijote, por decir algo, gazpacho, o en el crepúsculo de los dioses, el narrador sospechoso en primera persona, parodia del cine negro más hermoso, (el juego de, érase una vez en) Jólivud como el patio de Monipodio, el cambio de roles o identidades, no soy Stiller, al corro de la patata.
Amistad, humor, amor, creación, intriga, pasatiempo, aventuras morrocotudas, libros, policías, cacos, buenos y malos, como en Botica, endogamia, muertos, conspiración (de no tanto silencio), deseos, vivos y dedos cortados como en Four Rooms, ese ejemplo tan taran tan tarantinesco.