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Rusia Rusia · Stalingrado
Voto de Ferdydurke:
6
Drama Abel vive con su madre en un pequeño pueblo en las afueras de Barcelona. Su vida, gris y monótona, transcurre entre un pequeño negocio familiar de ropa, sus citas con su novia Tere, la casa de su madre, el quiosco de un amigo y los bares del barrio. Siempre los mismos problemas, las mismas caras, las mismas conversaciones. Sin embargo, bajo una apariencia de hombre tranquilo y afable, Abel esconde una oscura, violenta y enfermiza personalidad. (FILMAFFINITY) [+]
31 de agosto de 2016
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre se nos llena la boca, a mí el primero (la duda ofende), quedamos como Dios, un dechado de cultura y altos vuelos, con el jodido paso del tiempo, que si todo lo destruye y nada deja, que arrasa almas y cuerpos, que vence a hombres, y mujeres, de talla granítica, que deja claro que no somos nada más que polvo en el viento...
Ya sabéis, todas esas grandes y gastadas cosas.
Y este es el caso también, temporal, faltaría más. Pero no del grande, del enorme, el que cubre vidas enteras, décadas de penas, desaguisados y desgaste. No, aquí son solo segundos y minutos. Tiempos muertos, ese derrengarse, desgranarse y derrumbarse, los relojes espachurrados de Dalí (siempre viene a cuento y queda bien, da pisto y solera), la arena que cae finamente, el gota a gota disolvente y aniquilador.
De eso se habla, de lo que nunca se habla, de lo que ocupa la vida de la gente y, realmente, la destruye, no las enfermedades ni los accidentes ni las posibles tragedias que son solo lejanas consecuencias, señales de alarma, se trata de otra cosa, de esa carcoma minuciosa, esa costra cutre, esa manta de vulgaridad, derrota y mediocridad (esa cháchara insufrible, esas charlas llenas de tópico e idioteces, por ejemplo la taxista), ese tran tran de lugares comunes y miserias pequeñas, esa fina y constante lluvia de estupidez y maldad que nos cala el alma, todo eso que nos doblega y lleva a la tumba, de verdad. Seamos más concretos: pisos, novios, alquileres, trabajos, viajes (o no) a Nueva York o Venecia (hasta los deseos de huida está reglados de la manera más masiva y obligada, más vulgar y ridícula, más obvia y absurda, ínfulas de nuevos ricos que no pasan de muertos de hambre reales, sin salida ni perspectiva), bodas (asistimos a la más rara, corta y mejor de la historia del cine, así es, zumo de maldad destilada y muy concentrada, muy brillante idea y gran escena, un "verdadero homicidio" sin ninguna necesidad de sangre ni atisbo mínimo de violencia física, de igual intención y mucha menor repercusión) traspasos, desayunos, afeitados, taxis, trenes, metros (lugares impersonales, de paso, pequeñas escapadas de la jaula diaria, interludios, espejismos ciegos de libertad, tierra de nadie, otras casillas) ... Donde no pasa nada.
Y ahora vamos de lleno a la obra en cuestión, que ya tocaba, a la mirada de Rosales, a su horror real o realismo histérico reprimido; de cómo la costumbre atroz, sin esperanza, crea monstruos, se desdobla y enferma hasta convertirse en metáforas, muy verdaderas y asesinas, puro absurdo matarife que emana de una angustia e impotencia vagas y tediosas.
Y ahí reside el mayor riesgo y la mayor duda que a mí me crea esta película, la de no estar muy seguro de la estilización pretendida, de la realidad plasmada, de ese salto (de lo real a lo "surreal", del aburrimiento al espanto, de la impotencia a la agresión) "simbólico", "ideológico", de si esa protuberancia que le sale a la vida de este desgraciado, como grano canceroso o bulto kamikaze, que acaba en exterminio, cabe y casa con lo contado, o quizás sea un exceso, una elección demasiado forzada, innecesaria y poco sutil, tal vez no era adecuado llegar a tanto para evidenciar el caso, el problema, ya que es posible que esa opción sea groseramente explícita, una burda deriva, una triste apuesta por el espectáculo cruel, como si el autor no se hubiese atrevido a llegar hasta el final de su propuesta, la nada como mirada, la muerte como silencio, la inacción como verdadero comportamiento, la pasividad como ajustada enfermedad, el tiempo como dolor infiltrado, adherido, pegajoso, hacia dentro, nunca agresivamente necio ni escabroso, jamás hacia fuera, probablemente, no sé*.
Un matiz muy acertado, en cambio, consiste en quitarle facilidad frívola y añadirle dificultad farragosa (¡cómo cuesta matar a una persona!, ¡cómo se agarran a la vida los cabrones!, casi como si importara algo seguir, qué jodíos que somos) al abominable ejercicio de asesinar, además de incrustarlo en la anodina sucesión de los hechos más banales, situándolo en contextos cotidianos e invisibles, demostrando así, delicada y turbiamente, cómo convivimos, sin apenas darnos cuenta, con el espanto a diario, más o menos cerca y en mayor o menor grado, casi a la vuelta de la esquina, insensibilizados y ciegos, como autómatas lerdos; sordos y ensimismados.
Brendemühl logra dar vida a una perfecto miserable, gran encarnación del mal, tan marciano como cercano, tan mezquino como posible. Y Ágata está magnífica de novia triste, lo mismo que Romero como amigo tan convencional, hasta el susto prototipo (esa charla que tienen los dos sobre los posibles esparcimientos de la madre de Abel es aterradoramente normal, por ejemplo).
Rosales juega al distanciamiento analítico, a planos medios, detenidos, acierto de énfasis quirúrgico. Y está muy bien. Y añade el humor, esquinado, cruel, muy inteligente, como elemento indispensable para que esta película se eleve sobre la media y consiga crear un mundo propio y original, muy interesante, con grandes personajes y situaciones.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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