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Voto de Ferdydurke:
10
7,0
32.197
Drama
París, 1968. Isabelle (Eva Green) y su hermano Theo (Louis Garrel), solos en la ciudad mientras sus padres están de viaje, invitan a su apartamento a Matthew (Michael Pitt), un joven estudiante americano, al que han conocido en un cine. Una vez en casa, establecen unas reglas para conocerse mutuamente, explorando emociones y erotismo a través de una serie de juegos extremadamente arriesgados. (FILMAFFINITY)
16 de mayo de 2015
19 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Asombrosa película. Obra total, abismal.
Una declaración de amor al cine y una certera y descreída radiografía política. Un canto emocionado a la juventud y una mirada escéptica a casi todo: la familia, el sexo, la amistad, el amor, los ideales... Una visión global sobre una época mítica, clave, y una observación microscópica sobre tres seres en medio de la nada. Un retrato íntimo y un aluvión de citas. Un tratado sobre el cuerpo humano y una cruda puesta en escena. Belleza y crueldad, sabiduría e inocencia. Un dejarse llevar, un vagabundeo culto y primitivo, una colisión de cosas tan diversas como un huevo frito y el libro rojo de Mao. Juegos prohibidos y Janis Joplin. Un escándalo y una maravilla.
La historia es sencilla. Un norteamericano (no es casualidad; el contraste entre el "nuevo mundo" y la vieja Europa) en París conoce a dos "siameses" (gemelos; se juega con esa ambigüedad, que son en verdad la misma cosa, separados pero juntos en esencia, comparten una misma alma) que pertenecen a la "masonería de los cinéfilos". Él es inocente y casto, sencillo y buen chico. Ellos son complejos y difusos, extravagantes y turbios. Él, juicioso y sensato, ellos, decadentes y lunáticos. Todos aman el cine por encima de todas las cosas. Y... ellos le enseñan, le educan, le prueban, le escrutan y valoran. Y... él agradece, corresponde, sigue, cree, admira, idolatra, ama. Juntos forman una Banda aparte, un trio armónico y cósmico. Pero... el paraíso siempre es perdido y él acaba descubriendo el juego, que todo solo era eso, un juego de niños asustados, refugiados, amurallados tras miles de películas, libros y músicas, contra/tras/frente a la realidad; dos hermanos abandonados por sus padres que se protegieron mutuamente y se escondieron del mundo con su amor fou, transgresor y virginal, que fingieron sofisticación y misterio para ocultar su terror y total incapacidad, sus caprichos e inutilidades, lo poco dotados que estaban para la vida, pero que llegados a un punto, la inevitable edad adulta, se vieron demasiado solos y con nuevas necesidades, o más acuciantes si cabe, sí, sexuales sobre todo, y buscaron un juguete, un instrumento que mediara entre los dos, que les permitiera hacer cosas que ellos dos solos no se atrevían, traspasar barreras, superar ciertos tabús, avanzar, crecer, y se fijaron en ese chico solitario tan majo y lo convirtieron en su rehén, lo secuestraron para su causa sin dudar porque, después de hacerle un detenido examen (esa estupenda escena del mechero en la que deslumbra a toda la familia por su originalidad e inteligencia es un buen ejemplo), se dieron cuenta de que era el adecuado, ya que a ellos no les valía cualquiera, pero este lo tenía todo, belleza, sensibilidad, desvalimiento, inseguridad, timidez, bondad, cultura, tiempo, afinidades..., e hicieron con él lo que quisieron, lo utilizaron a fondo, lo exprimieron como a un limón...,
Una declaración de amor al cine y una certera y descreída radiografía política. Un canto emocionado a la juventud y una mirada escéptica a casi todo: la familia, el sexo, la amistad, el amor, los ideales... Una visión global sobre una época mítica, clave, y una observación microscópica sobre tres seres en medio de la nada. Un retrato íntimo y un aluvión de citas. Un tratado sobre el cuerpo humano y una cruda puesta en escena. Belleza y crueldad, sabiduría e inocencia. Un dejarse llevar, un vagabundeo culto y primitivo, una colisión de cosas tan diversas como un huevo frito y el libro rojo de Mao. Juegos prohibidos y Janis Joplin. Un escándalo y una maravilla.
La historia es sencilla. Un norteamericano (no es casualidad; el contraste entre el "nuevo mundo" y la vieja Europa) en París conoce a dos "siameses" (gemelos; se juega con esa ambigüedad, que son en verdad la misma cosa, separados pero juntos en esencia, comparten una misma alma) que pertenecen a la "masonería de los cinéfilos". Él es inocente y casto, sencillo y buen chico. Ellos son complejos y difusos, extravagantes y turbios. Él, juicioso y sensato, ellos, decadentes y lunáticos. Todos aman el cine por encima de todas las cosas. Y... ellos le enseñan, le educan, le prueban, le escrutan y valoran. Y... él agradece, corresponde, sigue, cree, admira, idolatra, ama. Juntos forman una Banda aparte, un trio armónico y cósmico. Pero... el paraíso siempre es perdido y él acaba descubriendo el juego, que todo solo era eso, un juego de niños asustados, refugiados, amurallados tras miles de películas, libros y músicas, contra/tras/frente a la realidad; dos hermanos abandonados por sus padres que se protegieron mutuamente y se escondieron del mundo con su amor fou, transgresor y virginal, que fingieron sofisticación y misterio para ocultar su terror y total incapacidad, sus caprichos e inutilidades, lo poco dotados que estaban para la vida, pero que llegados a un punto, la inevitable edad adulta, se vieron demasiado solos y con nuevas necesidades, o más acuciantes si cabe, sí, sexuales sobre todo, y buscaron un juguete, un instrumento que mediara entre los dos, que les permitiera hacer cosas que ellos dos solos no se atrevían, traspasar barreras, superar ciertos tabús, avanzar, crecer, y se fijaron en ese chico solitario tan majo y lo convirtieron en su rehén, lo secuestraron para su causa sin dudar porque, después de hacerle un detenido examen (esa estupenda escena del mechero en la que deslumbra a toda la familia por su originalidad e inteligencia es un buen ejemplo), se dieron cuenta de que era el adecuado, ya que a ellos no les valía cualquiera, pero este lo tenía todo, belleza, sensibilidad, desvalimiento, inseguridad, timidez, bondad, cultura, tiempo, afinidades..., e hicieron con él lo que quisieron, lo utilizaron a fondo, lo exprimieron como a un limón...,
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
hasta le obligaron a que la desvirgara porque a ellos les dio miedo llegar a tanto, y él se presto encantado, agradecido, alucinado ante su suerte, el síndrome de Estocolmo, pero fue ganando en conocimiento y seguridad, se cayó el velo, y se les enfrentó y denunció, y ellos le dejaron claro que le apreciaban, pero que no formaba parte de su núcleo esencial, y aun así siguieron jugando hasta que volvieron los padres y ella por fin de golpe todo lo entendió, que su tiempo infantil había acabado y que tarde o temprano tendrían que afrontar la vida y... no, mejor acabar de una vez por todas, suicidarse y de repente..., milagro cinematográfico como pocos se han visto, el exterior, la Gran Historia, se cuela en el interior, la Intrahistoria, en la pequeña aventura del trío, y esa piedra rompe los cristales y rompe la película de paso, la parte por la mitad con un golpe de genialidad, esa realidad de mayo del 68 que estaba pasando durante su encierro, de la que los hermanos, especialmente él, no querían saber nada (la escena en la que huye de un compañero cuando este le reclama su presencia activa es muy significativa) a pesar de sus continuos discursos políticos (como le hace ver con lucidez Pitt durante la conversación sobre Mao y el futuro), pues bien, a partir de ahí cambia la situación radicalmente y salen a la calle y se produce el momento definitivo, el enfrentamiento crucial, final, cuando se desvela la evidente tesis de la historia, que en realidad todos esos ideales revolucionarios, todo ese deseo de violencia y cambio, todas esas barricadas no eran más que el miedo de unos niños de papá, una gran impostura, y que el de fuera, el extranjero, el voyeur o mirón, el que actuaba como director de cine (en otra conversación lo comentan), es el que acaba descubriendo la verdad, que esa revolución equivalía a temor y, como consecuencia inevitable, destrucción, y ahí ya se aúnan todos los elementos planteados anteriormente, culminan con sentido y hermosura, necesariamente. Ellos seguirán eternamente inmaduros, peleando con la policía, él, en cambio, se retirará desencantado, tendrá que vivir más solo, sin mitos y mentiras.
Esta historia tan perfecta también puede dar lugar a confusiones e incomprensiones, debido a sus muchos desvíos y cambios de ritmo, a sus giros y citas. Lo que comienza como una elegía de ciertos valores y algunas edades, pasa a un ensayo crispado y crudamente sexual sobre un encierro y una pareja con un tercero de invitado, para cerrar con reflexión histórico política muy desencantada y autocrítica (Bertolucci formó parte de esa generación) que no suele gustar tanto, mucho más el masaje y baño. Y por el camino hay muchos cebos o trampas que pueden despistar al personal; desde los continuos y maravillosos homenajes al cine hasta los numerosos desnudos, tan naturales como poco habituales en el reprimido cine comercial, por no hablar de las sangres, incestos y masturbaciones que pueden espantar a los más finos o pacatos. Pero si lo miramos sin prejuicios y con curiosidad, esta variedad y riesgo, esta generosidad y promiscuidad es un enorme regalo, por su mucha inteligencia, brillantez, honestidad y certeza; y por toda la música y el cine que lleva dentro; por Dylan, Piaf, Morrison; Bresson, la Garbo, Keaton... Y qué momentos: la carrera, el baile de la Venus rubia, la de Milo, la muerte en Scarface...
Podría haberse quedado en un simple recuerdo nostálgico e idealizado de Bertolucci, unas bonitas memorias de juventud. Y lo es, aunque solo en ciertos aspectos (su devoción cinéfilo-cultural, su celebración de la belleza física y del Juego como sentido), ya que al mismo tiempo, y eso es lo milagroso, más soterradamente primero y claramente al final, es un ejercicio de implacable crítica. Y esa mezcla imposible de cantar de gesta y sátira, de emoción sensible y frío análisis, de sentimientos y pensamientos, de memoria y ficción, de sueños y pesadillas, convierten esta historia en una obra maestra apabullante.
Esta historia tan perfecta también puede dar lugar a confusiones e incomprensiones, debido a sus muchos desvíos y cambios de ritmo, a sus giros y citas. Lo que comienza como una elegía de ciertos valores y algunas edades, pasa a un ensayo crispado y crudamente sexual sobre un encierro y una pareja con un tercero de invitado, para cerrar con reflexión histórico política muy desencantada y autocrítica (Bertolucci formó parte de esa generación) que no suele gustar tanto, mucho más el masaje y baño. Y por el camino hay muchos cebos o trampas que pueden despistar al personal; desde los continuos y maravillosos homenajes al cine hasta los numerosos desnudos, tan naturales como poco habituales en el reprimido cine comercial, por no hablar de las sangres, incestos y masturbaciones que pueden espantar a los más finos o pacatos. Pero si lo miramos sin prejuicios y con curiosidad, esta variedad y riesgo, esta generosidad y promiscuidad es un enorme regalo, por su mucha inteligencia, brillantez, honestidad y certeza; y por toda la música y el cine que lleva dentro; por Dylan, Piaf, Morrison; Bresson, la Garbo, Keaton... Y qué momentos: la carrera, el baile de la Venus rubia, la de Milo, la muerte en Scarface...
Podría haberse quedado en un simple recuerdo nostálgico e idealizado de Bertolucci, unas bonitas memorias de juventud. Y lo es, aunque solo en ciertos aspectos (su devoción cinéfilo-cultural, su celebración de la belleza física y del Juego como sentido), ya que al mismo tiempo, y eso es lo milagroso, más soterradamente primero y claramente al final, es un ejercicio de implacable crítica. Y esa mezcla imposible de cantar de gesta y sátira, de emoción sensible y frío análisis, de sentimientos y pensamientos, de memoria y ficción, de sueños y pesadillas, convierten esta historia en una obra maestra apabullante.