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Voto de Ferdydurke:
6
6,2
4.040
Drama
Alex es una joven de 20 años que mantiene a toda su familia gracias al tráfico ilegal de armas. En su vida el riesgo de morir o matar está siempre. Forma parte de un grupo en el que es la única chica. Está secretamente enamorada de Javi, pero él la ignora. El conflicto entre su necesidad de amor y una vida basada en la violencia la colocan ante un difícil dilema: seguir con la misma vida o dejar el barrio para siempre. (FILMAFFINITY)
18 de febrero de 2018
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una miniatura enfebrecida y delirante que está preñada de ideas, sucesos, posibilidades y hallazgos. Bulle la vida en ella. Tiene el sello disfuncional de un artista, su locura y enfermedad, su verdad y fiereza laten en un producto desbaratado, cochambroso y brillante. Ridículo y asombroso. Esta sí. La amas y la odias. Te da pena, risa y admiración. La quieres para ti, te identificas con su marginalidad poética y su imaginario devastado, su técnica arrabalera y su inocencia salvaje. No la puedes aprobar en su guion, historia, giros argumentales, reacciones psicológicas o estudio de personajes. Pero eso da igual. Vale mucho más de lo que aparenta o sabe, de lo que supone o presume incluso, por ser tan feroz, pura y graciosa. Claro que sí.
Me centro. Eso trato aunque no acierto. La película no me deja. Es una raya de coca. Veneno en vena.
Un poema a la margen izquierda de la ría de Bilbao. Ese pedazo de tierra del norte de España en el que casi había más fábricas que casas. La meca de la revolución industrial, el imán que atrajo a emigrantes de todas las zonas de la península ibérica. Maremágnum, vida, trabajo, lucha. Desde finales del diecinueve hasta finales del veinte. Un siglo de desafuero y progreso. De proletariado. De obreros (esa especie en extinción). Oleadas de gentes que se aglutinan en pocos kilómetros cuadrados, pueblos con una densidad de población extremosa. Sestao, Baracaldo, Portugalete, Ortuella... El pulmón (negro) de Vizcaya. El tabaco del imperio muerto.
Hasta que llegaron la crisis (no esta, otra, muy mala también, la del petróleo del setenta y tres), la competencia, la reconversión (eufemismo de progresiva e implacable destrucción), los cierres, las huelgas, el paro, las jubilaciones anticipadas, las indemnizaciones.... La droga. Del racismo aranista a... ETA... El PSOE de Felipe en los ochenta con muertos en el armario..
De lo boyante a lo sórdido. Del nacimiento de una nación a la muerte sin resurrección, al desastre sin remisión. De la aurora a la pena y el desguace.
Realidad apocalíptica y postindustrial que aquí se retrata de manera precisa y tosca/loca, con belleza extraña y lograda/enferme/fea.
Esa realidad o tramo de tiempo ya desaparecido para siempre. Antes de que el rodillo nacionalista convirtiera esa zona rebelde, convulsa, desorejada y desaforada en una sucursal más del PNV, en una blanda, acomodada, mansa, servil uniformidad, que baila al son de una dictadura democrática tan aseada y plana como incuestionable (nadie osa, santo silencio de bienaventuranza, orden y progreso en el que la posible rivalidad ha hincado la rodilla avergonzada de su negligencia y falta de ganas, centrada en otra tareas). Antes de que se fueran tantos, de que volvieran a sus orígenes o simplemente no tuvieran recambio.
Y ya decimos que aquí se muestra ese momento que parece salido de una película de Carpenter: "1997: Rescate en Nueva York". O aquella de Van Damme dirigida por el inefable Pyum: "Cyborg". O todas las que mostraban la irrupción de facinerosos desbocados en los USA durante la resaca monstruosa de los hippies y el verano del amor, aquellos años setenta y ochenta tan pandilleros, abismales, turbulentos y violentos, los de "Taxi Driver" en la noche más tremenda y desgarradora.
Pero sin dinero. Sin medios. De manera artesanal y valiente. Recurriendo a escenarios cerrados y al juego prodigioso de la cámara, a la pura forma. Color y música, vestuario y localizaciones, rostros y sombras. Una visión ajustada y hermosa, de holocausto, de bomba nuclear. Verdinegro y gris. Cielo de plomo y naturaleza invadida por una siderometalurgia ruinosa y deprimente. Paisaje después de la batalla.
Y una oda a Najwa. Un canto de amor (¿era pareja del director y su musa actriz?, ¿importa?, ¿nos hemos vuelto chismosos o siempre hemos sido grandes cotillas con alma de portera?). A su rudeza y belleza, a su vulnerabilidad herida, a su dolor sordo y tan hablado a través de su monólogo eterno. Ella es toda la película. La cámara se la come. La observa, tantea y calibra. Y ella lo disfruta. Intensa, sincera, simpática y atorada. Atractiva y dolida. A veces no se la entiende. Pero se le perdona. Todo.
Calparsoro. Un francotirador de nuestro cine. Fuera del sistema, del orden reglado (al principio). Atrabiliario, obsesivo, bruto, temerario, no muy cultivado, un perro de presa puramente cinematográfico, vibrante, voraz, sanguíneo. Un creador de historias violentas y lastimadas que con los años fue perdiendo el rumbo y ahora casi parece que es su hermano gemelo, un impostor de medio pelo. Triste reflejo de nuestro penoso momento, en el que apenas hay lugar para creadores libres, sin censuras. Una pena. Necesitamos más directores indigestos o inquietantes, desagradables, casi delincuentes, que nos quiten la modorra del infinitamente mediocre y vencido medio ambiente. Alguien que cuestione un sistema cada vez más ideologizado, cobarde y asfixiante. Más entregado y oficial.
Me centro. Eso trato aunque no acierto. La película no me deja. Es una raya de coca. Veneno en vena.
Un poema a la margen izquierda de la ría de Bilbao. Ese pedazo de tierra del norte de España en el que casi había más fábricas que casas. La meca de la revolución industrial, el imán que atrajo a emigrantes de todas las zonas de la península ibérica. Maremágnum, vida, trabajo, lucha. Desde finales del diecinueve hasta finales del veinte. Un siglo de desafuero y progreso. De proletariado. De obreros (esa especie en extinción). Oleadas de gentes que se aglutinan en pocos kilómetros cuadrados, pueblos con una densidad de población extremosa. Sestao, Baracaldo, Portugalete, Ortuella... El pulmón (negro) de Vizcaya. El tabaco del imperio muerto.
Hasta que llegaron la crisis (no esta, otra, muy mala también, la del petróleo del setenta y tres), la competencia, la reconversión (eufemismo de progresiva e implacable destrucción), los cierres, las huelgas, el paro, las jubilaciones anticipadas, las indemnizaciones.... La droga. Del racismo aranista a... ETA... El PSOE de Felipe en los ochenta con muertos en el armario..
De lo boyante a lo sórdido. Del nacimiento de una nación a la muerte sin resurrección, al desastre sin remisión. De la aurora a la pena y el desguace.
Realidad apocalíptica y postindustrial que aquí se retrata de manera precisa y tosca/loca, con belleza extraña y lograda/enferme/fea.
Esa realidad o tramo de tiempo ya desaparecido para siempre. Antes de que el rodillo nacionalista convirtiera esa zona rebelde, convulsa, desorejada y desaforada en una sucursal más del PNV, en una blanda, acomodada, mansa, servil uniformidad, que baila al son de una dictadura democrática tan aseada y plana como incuestionable (nadie osa, santo silencio de bienaventuranza, orden y progreso en el que la posible rivalidad ha hincado la rodilla avergonzada de su negligencia y falta de ganas, centrada en otra tareas). Antes de que se fueran tantos, de que volvieran a sus orígenes o simplemente no tuvieran recambio.
Y ya decimos que aquí se muestra ese momento que parece salido de una película de Carpenter: "1997: Rescate en Nueva York". O aquella de Van Damme dirigida por el inefable Pyum: "Cyborg". O todas las que mostraban la irrupción de facinerosos desbocados en los USA durante la resaca monstruosa de los hippies y el verano del amor, aquellos años setenta y ochenta tan pandilleros, abismales, turbulentos y violentos, los de "Taxi Driver" en la noche más tremenda y desgarradora.
Pero sin dinero. Sin medios. De manera artesanal y valiente. Recurriendo a escenarios cerrados y al juego prodigioso de la cámara, a la pura forma. Color y música, vestuario y localizaciones, rostros y sombras. Una visión ajustada y hermosa, de holocausto, de bomba nuclear. Verdinegro y gris. Cielo de plomo y naturaleza invadida por una siderometalurgia ruinosa y deprimente. Paisaje después de la batalla.
Y una oda a Najwa. Un canto de amor (¿era pareja del director y su musa actriz?, ¿importa?, ¿nos hemos vuelto chismosos o siempre hemos sido grandes cotillas con alma de portera?). A su rudeza y belleza, a su vulnerabilidad herida, a su dolor sordo y tan hablado a través de su monólogo eterno. Ella es toda la película. La cámara se la come. La observa, tantea y calibra. Y ella lo disfruta. Intensa, sincera, simpática y atorada. Atractiva y dolida. A veces no se la entiende. Pero se le perdona. Todo.
Calparsoro. Un francotirador de nuestro cine. Fuera del sistema, del orden reglado (al principio). Atrabiliario, obsesivo, bruto, temerario, no muy cultivado, un perro de presa puramente cinematográfico, vibrante, voraz, sanguíneo. Un creador de historias violentas y lastimadas que con los años fue perdiendo el rumbo y ahora casi parece que es su hermano gemelo, un impostor de medio pelo. Triste reflejo de nuestro penoso momento, en el que apenas hay lugar para creadores libres, sin censuras. Una pena. Necesitamos más directores indigestos o inquietantes, desagradables, casi delincuentes, que nos quiten la modorra del infinitamente mediocre y vencido medio ambiente. Alguien que cuestione un sistema cada vez más ideologizado, cobarde y asfixiante. Más entregado y oficial.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
La historia, aunque no lo parezca, aunque tenga algo de "Reservoir Dogs", de policíaco, hampón, turbio y convencional, mezcla de ciertos géneros populares, en verdad cuenta, muestra un aspecto clave, lo describe a ciencia cierta, de manera visionaria, inaudita, inesperada, adelantada, descabellada.
Es la narración de una feminidad robada. A Alex le han quitado su esencia de mujer y le han obligado a masculinizarse a la fuerza, a hacerse pasar por hombre, a vestir como un hombre, a sentirse y comportarse y ser un hombre. Y eso duele. Y ella se queja, lamenta y suspira. Sufre, se carcome y reconcome. Quiere ser una princesa y la obligan a ser un soldado. Quiere disfrutar de la vida, del amor, del sexo, de un compañero varón que la aliente y proteja y, a cambio y a la fuerza, la obligan a ser cabeza de familia, a salir a la calle a ganarse la vida, a renunciar a ser mujer, a sentir amor, a ser querida, a ser invitada a ir al cine o acompañada a un viaje.
Esa es su lucha y su pena. Su cruel cinturón de castidad. Su aberrante castración femenina.
Y, para rematar la faena, tiene su equivalente complemento. Averiado también. Ese hombre al que ella desea y que también ha sido destruido. A él le han usurpado su masculinidad, su deseo, el eros, le han robado la polla, le han vuelto impotente. No puede. No quiere. No sabe. No siente.
¿Película asombrosa, anuncio de los tiempos ominosos que se cernían sobre nosotros, en los que estamos ahora de lleno, de bruces, los de más rabiosa actualidad, ese proceso sistemático, vivan los medios de comunicación y toda la mamandurria de cualquier gubernamental institución, y machacón de despersonalización y desexuación de las personas, esa continua agresión del poder para tener el control férreo de la población, esa sensación de que te están robando el alma, y el cuerpo, esa mezcla de mujeres violentadas en su sagrada feminidad y arrojadas a empujones a la jungla más abyecta de la vida y esos hombres empequeñecidos, acojonados, mansos, despreciados, insultados, humillados, temerosos, perdidos, amaestrados y aborregados, ambos sexos ultrajados y repitiendo consignas ciegamente, como animales en jaulas de oro, separados, aislados, enfrentados, derrotados y explotados a mansalva en sus romas y adoctrinadas narices? ¿Nos han quitado, o nos lo quieren quitar, están en ello, todo, el amor, el sueldo, el sexo, el sentido, el seso?
¿Es posible o son imaginaciones mías (del crítico conspiranoico que me suplanta a veces)?
¿Es el reflejo tanto exterior como interior del mundo postindustrual actual, de toda esa gente que perdió el trabajo y ya nunca lo recuperó, todos esos jubilados con cincuenta años y sus hijos que ya no tenían dónde, esa generación que sufrió el cambio y no dejó nada a sus descendientes, la trasformación de la sociedad, de industrial a servicios, la destrucción de los sindicatos, de la clase obrera y los trabajos fijos, de la unión proletaria y la posterior e incalificable irrupción de las famosas ETT, los trabajos temporales, precarios, ruinosos, vergonzantes, todos los subsidios, las bolsas de parados, las inefables reformas laborales y todos los empleos miserables?
¿Exagero otra vez, me lo invento, se lo inventa él, el intruso ruso?
Muere el hermano. Y en la escena final ella dice una cosa y el chico comenta otra. No la escucha. Se queda sola. Atrapada en ese infierno vacío. Condenada de por vida a su soledad de mujer abandonada y engañada.
Nota: La película es también un repaso por lo más curioso, o poco glamuroso, de la interpretación vasca de aquellos heroicos tiempos: Ion Gabella, Mariví Bilbao, Karra Elejalde, Alfredo Villa...
Hay tantas buenas escenas (el primer asesinato, todas en las que está ella sola, algunos planos poderosos... ) como momentos de casi vergüenza (ciertos gritos o conversaciones absurdas, ratos sin ningún sentido... ).
En fin. Joya descacharrante y valiosa. Para volverse loco o tirarse por un barranco escuchando música y sin pensarlo ni un poco.
Es la narración de una feminidad robada. A Alex le han quitado su esencia de mujer y le han obligado a masculinizarse a la fuerza, a hacerse pasar por hombre, a vestir como un hombre, a sentirse y comportarse y ser un hombre. Y eso duele. Y ella se queja, lamenta y suspira. Sufre, se carcome y reconcome. Quiere ser una princesa y la obligan a ser un soldado. Quiere disfrutar de la vida, del amor, del sexo, de un compañero varón que la aliente y proteja y, a cambio y a la fuerza, la obligan a ser cabeza de familia, a salir a la calle a ganarse la vida, a renunciar a ser mujer, a sentir amor, a ser querida, a ser invitada a ir al cine o acompañada a un viaje.
Esa es su lucha y su pena. Su cruel cinturón de castidad. Su aberrante castración femenina.
Y, para rematar la faena, tiene su equivalente complemento. Averiado también. Ese hombre al que ella desea y que también ha sido destruido. A él le han usurpado su masculinidad, su deseo, el eros, le han robado la polla, le han vuelto impotente. No puede. No quiere. No sabe. No siente.
¿Película asombrosa, anuncio de los tiempos ominosos que se cernían sobre nosotros, en los que estamos ahora de lleno, de bruces, los de más rabiosa actualidad, ese proceso sistemático, vivan los medios de comunicación y toda la mamandurria de cualquier gubernamental institución, y machacón de despersonalización y desexuación de las personas, esa continua agresión del poder para tener el control férreo de la población, esa sensación de que te están robando el alma, y el cuerpo, esa mezcla de mujeres violentadas en su sagrada feminidad y arrojadas a empujones a la jungla más abyecta de la vida y esos hombres empequeñecidos, acojonados, mansos, despreciados, insultados, humillados, temerosos, perdidos, amaestrados y aborregados, ambos sexos ultrajados y repitiendo consignas ciegamente, como animales en jaulas de oro, separados, aislados, enfrentados, derrotados y explotados a mansalva en sus romas y adoctrinadas narices? ¿Nos han quitado, o nos lo quieren quitar, están en ello, todo, el amor, el sueldo, el sexo, el sentido, el seso?
¿Es posible o son imaginaciones mías (del crítico conspiranoico que me suplanta a veces)?
¿Es el reflejo tanto exterior como interior del mundo postindustrual actual, de toda esa gente que perdió el trabajo y ya nunca lo recuperó, todos esos jubilados con cincuenta años y sus hijos que ya no tenían dónde, esa generación que sufrió el cambio y no dejó nada a sus descendientes, la trasformación de la sociedad, de industrial a servicios, la destrucción de los sindicatos, de la clase obrera y los trabajos fijos, de la unión proletaria y la posterior e incalificable irrupción de las famosas ETT, los trabajos temporales, precarios, ruinosos, vergonzantes, todos los subsidios, las bolsas de parados, las inefables reformas laborales y todos los empleos miserables?
¿Exagero otra vez, me lo invento, se lo inventa él, el intruso ruso?
Muere el hermano. Y en la escena final ella dice una cosa y el chico comenta otra. No la escucha. Se queda sola. Atrapada en ese infierno vacío. Condenada de por vida a su soledad de mujer abandonada y engañada.
Nota: La película es también un repaso por lo más curioso, o poco glamuroso, de la interpretación vasca de aquellos heroicos tiempos: Ion Gabella, Mariví Bilbao, Karra Elejalde, Alfredo Villa...
Hay tantas buenas escenas (el primer asesinato, todas en las que está ella sola, algunos planos poderosos... ) como momentos de casi vergüenza (ciertos gritos o conversaciones absurdas, ratos sin ningún sentido... ).
En fin. Joya descacharrante y valiosa. Para volverse loco o tirarse por un barranco escuchando música y sin pensarlo ni un poco.