Podemos perdernos en interminables (y estériles) debates acerca de lo precario de la industria audiovisual patria, del valor de la imaginación de un niño y otros imponderables, pero a fin de cuentas, y por mucho patriotismo que se le quiera poner al asunto, la realidad es que Los Aurones se encuentran en una categoría desde la que apenas se empieza a vislumbrar lo cutre. Hombre, Jim Henson también se ganaba el pan metiéndole la mano en el trasero a criaturas de fieltro, pero todos estamos de acuerdo en que los Muppets tienen estilo, variedad y sobre todo gracia; este engendro consistió simplemente coger unos míseros títeres de cachiporra, mejorar a duras penas el precario teatrillo del Retiro y ponerlos a ejecutar atrocidades sin fuste ni careo, con el agravante de que al haber una sola cadena los pobres niños debían hacer de tripas corazón, o de tripas naúsea. Nombres como Gallofa o Poti-Poti aún resuenan en el tétrico pabellón de la infamia...