Con el permiso de Don Quijote o Jesús de Nazareth, hay pocos personajes de ficción tan explotados como Sherlock Holmes: decenas de actores le han dado vida (hasta un perro, gracias a Mizayaki), sus aventuras han sido contadas del derecho y del revés y, honestamente, siempre creí que no daba para más. Y estaba equivocado, porque esta actualización de nuestro detective favorito es, pura y llanamente, una genialidad. Para los que conocemos su universo literario victoriano es una delicia movernos en este Londres moderrno y disfrutar los cientos de guiños a la psicología de los originales, sus hábitos y sus casos abracadabrantes. La primera matización que debe hacerse es que Moffat no adapta el material original, sino que coge el binomio Holmes-Watson y emplea otros personajes y situaciones para crear nuevos argumentos. Esto es un acierto completo, como también lo es que las asombrosas capacidades deductivas de Holmes sean un trasfondo más que la clave: lo realmente interesante es el arco argumental que subyace a los distintos episodios, la química brutal entre los protagonistas y unos villanos de postín, Por lo demás, visualmente está muy logrado ese ritmo ágil pero no abrumador, los toques de humor y algún capítulo realmente antológico. De Cumberbatch y Freeman poco hay que decir: están perfectos. En definitiva, sin lugar a duda una de las grandes series de la historia de la TV.