Tom Tykwer filma con notable elegancia un thriller entretenido que alerta sobre los peligros de la banca... enormemente actual, ¿verdad?
El realizador alemán construye un castillo casi perfecto en sus primeros cuarenta minutos, que alcanza su punto clave con ese espectacular tiroteo en el Guggenheim de Nueva York que se ha convertido en la escena más famosa de la película. La manera en que está filmada la cinta, y esa escena en particular, es de lo más clásica, realista y efectiva, muy alejada de la acción que normalmente se filma en Hollywood. Es un tipo de acción más europea, más oscura, de la que ha puesto de moda la saga Jason Bourne.
En realidad, el único problema de la película es que falla a la hora de crear una empatía entre los personajes y el público. Podría decirse que las intenciones traicionan al guión. Buscando una originalidad casi imposible de encontrar hoy en día, Eric Singer elimina muchos de los clichés. No hay historia de amor entre los personajes de Owen y Watts, como habría sido lo esperable, y apenas sabemos nada sobre quiénes son estas personas, cómo son sus pasados y qué hacen cuando no están trabajando. La trama se centra exclusivamente en el conflicto entre la banca y la ley. Y ésto, que podría haber sido una gran virtud (se agradece que de vez en cuando una película apueste por lo no convencional y huya de sentimentalismos baratos), acaba convirtiéndose en un lastre, pues saber tan poco sobre los personajes impide hacerse una idea de cómo son, y por tanto, es imposible establecer una empatía con ellos.
Una lástima, porque el resto es una correctísima película de acción y misterio.

Lo bueno: Clive Owen, Naomi Watts y la realización de Tom Tykwer (especialmente en la escena del Guggenheim)
Lo malo: Los personajes no emocionan, y apenas importa lo que les pasa.