Crónica de una de las más lamentables tropelías cometidas por la "justicia" inglesa.
Jim Sheridan, un director de enorme talento, coge al espectador por la garganta, o las tripas, y ya no lo suelta, obligándolo a sentir cada una de los golpes y desgracias que sufren sus protagonistas, y sobre todo, ejecutando un alegato contra los abusos de los gobiernos ávidos de venganza y de cabezas de turco (podría esta película hacer pareja con La Conspiración, de Robert Redford), y una apasionada y terrible crónica acerca del sentimiento de impotencia de un ser humano ante una situación que lo desborda, y cómo esa impotencia puede destruir una vida humana para siempre.
Resulta especialmente espeluznante la tortura psicológica y física (aunque menos) a la que son sometidos los acusados en la comisaría en la que son retenidos, lo que nos hace comprobar qué métodos de interrogatorio se seguían utilizando en un país democrático y avanzado hasta no hace tanto.
En una palabra, imprescindible.

Lo mejor: Todos los actores, y la perfección absoluta de la defensa de la libertad y la auténtica justicia que hace.
Lo peor: quizás tarda un poco en arrancar, pero cuando lo hace, ya no para nunca.