Se han hecho muchas películas sobre la figura del asesino a sueldo. La mayoría coinciden en pintarlo como una persona solitaria, metódica, hiperdiscreta y fría. El americano no se aleja de ese retrato, y no se priva de echar mano de más de uno de esos tópicos, pero la propuesta de Anton Corbijn gana muchos enteros cuando en la gris vida de nuestro asesino (magnífico Clooney) entra en juego -por decirlo de alguna manera- la belleza; la belleza en forma de mujer y la belleza en forma de lugar, de paisaje. El descubrimiento de la tranquilidad, la amistad de personas sencillas y la constatación de que se hace viejo, hacen que Jack, nuestro asesino, empiece a plantearse su retiro. Pero, como siempre, hay que hacer un último trabajo.
El americano es una película con un tema sórdido, que contrasta con la belleza en que está enmarcada. Los paisajes italianos son preciosos, y Corbijn les saca todo el partido. Es una película para recrearse los sentidos.
Me gusta mucho la interpretación de Clooney, contenida y contundente, donde tiene que transmitir mucho con sus movimientos, su mirada y sus gestos (o su ausencia de gestos). La dirección de Corbijn está muy medida, al igual que el guión. Puede que a veces dé la sensación de que la historia se estanca, pero Corbijn, sin necesidad de trucos ni giros raros, sabe reflotar la historia a cada momento. Clooney se echa la película a sus espaldas y, en mi opinión, sale airoso; siempre he dicho que es un tío inteligente, y con El americano sabe que no está apostando a caballo ganador; valoro el riesgo que asume con ella, porque no es una película que vaya a gustar a todo el mundo.
Con sus defectos y virtudes, El americano es una propuesta interesante. Está rodada con solvencia, pero no le pidamos acción arrolladora o una historia de buenos y malos. El americano es algo muy diferente: es una película para disfrutarla con calma, para dejarnos seducir por el extraño carisma del protagonista. Y por su extraña poesía.