Para mí, el mayor pero que se le puede poner a esta segunda edición, que nada tiene que ver con la primera, es su comparación con ésta. Tanto en temática, ambientación, actores, las comparaciones son odiosas y, además, ventajistas. De acuerdo que superar a los protagonistas y al tórrido y sensual, también malsano, ambiente creado en la primera temporada es,simplemente, imposible, no por ello debemos dejar de comentar las virtudes, muchas y muy grandes, de esta magnífica segunda temporada. Colin Farrell está magnífico, como Taylor Kitsch, en un papel de hombre atormentado por sus secretos o Kelly Reilly, la fiel amante del capo que borda el sensacional Vince Vaughn, tan excepcional aquí como inesperado: lo borda. Y, por supuesto, la gran actuación de Rachel McAdams, que como Vaughn, hacen los papeles de su vida, sin duda, el cenit de su carrera. Si bien los dos o tres primeros episodios no acaban de convencer al 100%, a medida que nos adentramos en la corrupción política y económica de la trama, el interés va creciendo. Quizás el tema (corrupción, dinero negro, putas, poder político) esté más trillado que el que se trata en la primera temporada y es ahí donde podemos pensar que esta segunda temporada es mucho más convencional. Pero he ahí su grandeza, de lo convencional salen esta segunda temporada que es un regalo para los adictos a las series negras. Un aparte para la maravillosa canción que acompaña a los créditos, geniales. Gracias, Leonard Cohen, Gracias, Pizzolatto, gracias Vaugh, gracias McAdams.